No pensé que las palabras escritas el 19 de diciembre, con respecto a la comedia, fueran tan actuales y, peor aún, respondidas de forma tan sangrienta como ocurrió en la mañana de hoy. La muerte de doce personas hoy en la sede del diario Charlie Hebdo, que acabó con la vida de cinco caricaturistas de esa revista satírica, es una prueba cruda de cómo nos hemos convertido en una sociedad hipersensible. Tanto, que ve cualquier risa o crítica como una amenaza.
Y es, precisamente, de esa amenaza la que muchos se han valido para, si no justificar, atenuar el horrible acto ocurrido hoy. Han hablado de islamofobia, de cómo los caricaturistas asesinados habían “cruzado la raya” al hacer caricaturas de Mahoma y, en una actitud que me recuerda al “algo habrán hecho” que decían algunos argentinos de a pie sobre la desaparición y muerte de opositores durante la dictadura, imponen -como es la costumbre de muchos- la culpa de lo ocurrido hoy en los valores occidentales. Cabe anotar que muchos de estos críticos de ocasión, que aprovechan para denunciar la islamofobia occidental (que existe, o si no pregúntenle a Terry Jones), no denuncian la enorme y bien financiada campaña que existe en los países del Medio Oriente para demonizar a los judíos y a Occidente, que empieza incluso en los libros de texto de los estudiantes de esos países o en sus programas infantiles (vean estos tres ejemplos de cómo Jon Stewart los desarma en pocos minutos). Muy seguramente, si existieran redes sociales en 1989, esos críticos estarían aplaudiendo la amenaza del ayatollah Jomeini contra Salman Rushdie.
Pero, ¿cuál es el problema de prohibir el dibujo de Mahoma? Simple: toda prohibición lleva a otras más. Evitar la sátira de la religión es, automáticamente, darle a la institución religiosa -sea cual sea- la posibilidad de imponer su visión de mundo. La sátira no es, ni mucho menos, irrespeto: es la posibilidad del ser humano de denunciar, desde su instinto más primario (la risa), lo que considera incorrecto en la sociedad. Así ha sido, desde Aristófanes hasta South Park, desde los goliardos medievales hasta Borat, desde El Bosco hasta Charlie Hebdo. Y a aquellos que consideran que a Occidente le falta esa sensibilidad de burlarse de sí mismo, les recomendaría ver, por ejemplo, cómo el cómico judío Sacha Baron Cohen ha desnudado la hipocresía occidental con el periodista kazajo Borat Sagdiyev, o la capacidad que ha tenido, durante casi veinte años, South Park para burlarse de su país. Para no hablar, claro, de la tradición cómica norteamericana, británica, francesa o española.
El único homenaje posible para los caricaturistas asesinados es continuar denunciando, continuar satirizando, desacralizar cada vez más. Necesitamos más Versos satánicos, más Charlie Hebdos, más Jyllands-Posten, más capítulos de South Park. Más periodistas investigadores que se atrevan a ir más allá, al lugar donde sucede la acción, a hacer la denuncia, sin temor a las represalias.
Voyeur: “No tengo miedo de represalias, no tengo hijos, ni esposa, ni carro, ni deudas. Puede sonar un poco pretencioso, pero prefiero morir de pie a vivir arrodillado” (Stéphane Charbonnier, Charb, caricaturista asesinado)
En los oídos: Manhattan-Kaboul (Renaud ft. Axelle Red)