Todos vimos el vandalismo que rodeó, como todos los años, la tradicional marcha que organizan los distintos sindicatos acompañados de los partidos y políticos de izquierda cada 1 de mayo. En Bogotá, además de los ya tradicionales graffitis que se han convertido en una estampa del centro de Bogotá tan típica como las palomas, los raponeros y los vendedores de esmeraldas, se arrancaron pedazos de las escalinatas del pedestal donde está la estatua de Simón Bolívar, los cuales fueron lanzados a los policías que intentaban proteger la marcha y a los periodistas. Según el periodista Gustavo Gómez, arreglar lo que dañó la marcha costará 100 millones de pesos.
Casualmente, unos días antes un artículo de Vice recordaba los desmanes que, en 1992, ocurrieron antes, durante y después del recordado concierto de la banda norteamericana Guns N’ Roses en el Estadio El Campín. Y recordando lo ocurrido ese año, pensé: ¿Quién habría pagado los daños que se hubieran podido presentar en la grama del estadio de la 57 con los conciertos de The Rolling Stones o Coldplay? En estos eventos, como es bien sabido, hay millonarias pólizas de seguro que se encargan de depositar el dinero necesario para arreglar los imprevisto. Obviamente, no se puede incluir una póliza de seguro en las marchas, pero dentro de las autorizaciones a marchas que se hacen en la ciudad (o de cualquier evento multitudinario que involucre el espacio público, como las concentraciones que algunas iglesias cristianas organizan en la Plaza de Bolívar, el Coliseo El Salitre, el Coliseo El Campín o el Parque Simón Bolívar) se supone que los asistentes contribuirán al cuidado del espacio que les es prestado para expresar sus creencias religiosas o políticas.
Desde esta humilde tribuna hago una «modesta proposición»: el costo de los daños los deben asumir quienes organizaron la marcha. Es decir, los sindicatos, los partidos de izquierda y los «movimientos» «sociales». Es necesario tener en cuenta que este es un evento privado que pide al gobierno distrital la autorización para hacer uso responsable del espacio público y que, sin importar la filiación política del burgomaestre de turno, se otorga teniendo en cuenta la importancia que, para la izquierda mundial, tiene la fecha. Voy a hacer una analogía aún más sencilla. Si yo hago uso de cualquier objeto propiedad de otro, sea un libro, un salón de eventos o un vestido, mi única responsabilidad es devolverlo en la condición que estaba y el dueño de ese objeto no tiene interés en lo que me haya ocurrido para incumplir esa condición. Hace unos años me robaron una maleta al lado de la universidad donde estudiaba Literatura. Además de mi discman, algunos discos compactos, mis audífonos y mis cuadernos, había algunos libros propiedad de la biblioteca de la universidad. ¿A ellos les importaba que me los hubieran robado o que los refundiese en mi proverbial desorden? No. Les importaba que los repusiera. Y si alguna persona, pasando a la analogía del salón de eventos, hace desmanes en un espacio del salón, el invitado a la fiesta no será quien pague. Paga quien alquiló el salón, como tantos planificadores de bodas saben de memoria.
Me pregunto, ¿acaso una «vaca» entre todos esos movimientos o deshacerse de sus espacios mediáticos por un tiempo no costearía los daños que organizaron los invitados a su fiesta? ¿Cuánto puede valer uno de los espacios radiales del programa más escuchado de Colombia, La Luciérnaga, o de los programas de la mañana con Yolanda Ruiz o Darío Arizmendi, que a cada rato alquila Fecode para, con la inconfundible voz de Gustavo Niño Mendoza, anunciar alguna de sus ideas anacrónicas? ¿Los espacios en el Canal Uno antes de los programas de las iglesias evangélicas? ¿O los espacios a media página o a página entera que compran los sindicatos en El Tiempo del domingo -nunca en otro día, se los aseguro-? Seguramente, si dejaran de comprar alguno de esos espacios durante un tiempo podrían, sin problema, evitar que los millones de pesos que costarán el vandalismo de nuestra izquierda siempre preocupada por el pueblo salgan del erario público que dicen, con su hipocresía de siempre, proteger. Si los invitados a la fiesta hacen daño, paga el dueño. Si los encapuchados vandalizan la ciudad, que paguen los que organizaron la marcha. Así de simple.
Voyeur: Hoy es el Día Mundial de la Libertad de Prensa. El día 13 de abril de este año recibí la notificación de una tutela que, en mi contra, interpuso el profesor Renán Vega Cantor con respecto a mi texto «Disparos en el pie», publicado en el presente blog el día 8 de mayo de 2015. Tras una serie de consultas legales y periodísticas sobre mi defensa, la semana pasada recibí la notificación por parte del Juzgado 54 en la que negaba la tutela contra este diario y contra quien escribe estas líneas. No quiero entrar en mayores consideraciones al respecto, pero resulta preocupante que una persona cuyo principal oficio es el académico se dedique menos a la difusión del conocimiento y más a censurar las opiniones que señalan los posibles vacíos de su investigación. Quiero aprovechar también para agradecerle a todas las personas que me dieron su voz de apoyo y su consejería, tanto legal como periodística; al apoyo que me dio este periódico en esta situación y a las personas que revisaron mi defensa. Hoy celebro este día con una alegría especial, sabiendo que los riesgos que encarna escribir y dar una opinión son pocos en comparación con la alegría de cumplir con el derecho más fundamental del ser humano: la libertad.
En los oídos: If You Want Blood (You’ve Got It) (AC/DC)