A diferencia de algunos comentarios que he leído en redes sociales, que ven anacrónica la convocatoria a nuevos canales de televisión abierta en tiempos de Netflix y HBO, debo decir que me entusiasma bastante la licitación para un tercer canal privado porque siento que puede cambiar el juego de una televisión colombiana que lleva casi una década en una agonía de tetas, traquetos, realities y remakes fallidos de series; una agonía consecuencia de su éxito de la década pasada y convirtió a la televisión colombiana en una maquila.

En una entrevista para Arcadia, el crítico de televisión Omar Rincón planteaba que la televisión colombiana podía compararse a una plazoleta de comidas, donde hay dos restaurantes de comida rápida que ofrecen lo mismo (Caracol y RCN), un corrientazo donde uno no sabe qué ver porque la mitad del día vive apagado (Canal Uno), un restaurante gourmet donde uno no sabe cuándo entrar (Señal Colombia), restaurantes de comida típica sujetos al ánimo de los cocineros (los canales regionales) y el restaurante donde los borrachos arman pelea (el Canal del Congreso). Si metemos el Canal Institucional, donde hay un montón de comida aburrida que sabe a viejo y a guardado, tenemos una idea clara de qué es la televisión colombiana hoy en día.

Al leer esa analogía, recordé una idea que me sugirió un estudiante hace un par de años, cuando la gente se manifestaba contra Starbucks en el momento que el gigante de los cafés anunció su llegada a la tierra de Juan Valdez: que Starbucks venga sólo mejorará a sus competidores. La respuesta de Juan Valdez fue excelente, no sólo con la consolidación de su marca Orígenes (quienes hayan ido al café de la 70 con 6 reconocerán esa mejoría y esa búsqueda de otro tipo de sabores y formas de preparar la bebida que construyó este país) y con la aparición de los sandwiches y pasteles creados por los hermanos Rausch, sino con una notoria mejoría en la atención al cliente. E incluso Oma, que parecía liquidado salvo por su presencia en prácticamente cualquier lugar del país, también levantó ante la amenaza de la sirena verde. Y, vaya paradoja del libre mercado tan bella, en estos años han explotado los cafés pequeños, con una calidad envidiable y granos de café que manejan la misma exclusividad que la uva que crea un vino de alto nivel. Creo que lo mismo puede pasar con la televisión abierta nacional.

Uno de los comentarios que hacen sobre la llegada de los nuevos canales privados es que resulta absurdo invertir en televisión abierta cuando la televisión por cable y los contenidos por Internet se están tomando las audiencias. Pero quiero pensar en cómo un tercer canal nacional puede sacudir la monolítica parrilla de programación abierta, no sólo con otros contenidos que no respondan de forma reactiva a lo que hace el canal rival (si La Floresta lanza esto, Las Américas saca algo similar y viceversa) sino con formatos que choquen con el oligopolio que, desde 1998, ha caracterizado la televisión colombiana. El año pasado escribí, al anunciar que no veía televisión colombiana porque sentía su estancamiento en formatos, horarios y creatividad, que el «oligopolio peligroso […] ha estancado el desarrollo de nuestra televisión». Un tercer canal puede cambiar el juego al revivir formatos muertos como el sitcom, las series (no telenovelas) y los programas de opinión; sacudir las parrillas de los canales que parecen calcadas de un canal al otro; y darle al consumidor que ha buscado su comida en otros restaurantes alejados de la plazoleta (el cable, los servidores virtuales…) otra opción que, tal vez, pueda competir con calidad (que la hay) contra los ratings de canales extranjeros.

No esperen, sin embargo, que en el tercer canal aparezcan nuevos contenidos extranjeros: es contraproducente para los ratings. ¿Por qué tengo que ver un programa que ya vi hace más de un año en el sistema de cable que tengo y además doblado? Si el tercer canal busca ser exitoso, debe apostar al contenido nacional más allá del product placement (pecado necesario de las series de YouTube como Adulto contemporáneo o Susana y Elvira) y de las veleidades del rating. ¡Cómo nos hubiéramos reído todos de ver El pequeño tirano, por ejemplo, en un canal abierto! Seguramente su impacto y duración hubiera sido mayor y estaría en un nivel de influencia similar al que, veinte años atrás, tuvo El siguiente programa. O los sketches de Parodiario. O programas que, como lo hace Santiago Rivas -de la escuela de Parodiario– en Los puros criollos, jueguen con los formatos y los desfiguren para crear otros significados. Ante esa necesidad, tener otro espacio da la oportunidad de crear otras cosas, algo que en el oligopolio actual donde la parrilla ofrece exactamente los mismos programas pero con distinto logo (igual que en México con el oligopolio Televisa-TV Azteca) es imposible.

Además, cabe anotar que los canales abiertos son el campo donde los productores, libretistas, actores y directores prueban los formatos. Basta pensar en cómo la televisión pública argentina le dio espacio en la época de los Kirchner (a quienes he criticado aquí como nadie, pero nobleza obliga) a tres programas de altísima calidad: Cocineros argentinos, donde el chef y profesor Guillermo Calabrese llevó a todos los chefs de su país a cocinar todo tipo de platos, continuando con la tradición culinaria que comenzó con doña Petrona y Juanita y se consolidó con el, hoy en decadencia, ElGourmet; el humor irreverente y cínico de Peter Capusotto y sus videos; y la transformación de una serie como la israelí BeTipul en la poderosa En terapia (aunque también le debemos a la televisión pública argentina de los Kirchner el mayor ejercicio de postración periodística desde Gianni Minà, Víctor Hugo Morales y Hollman Morris: 6, 7, 8 y a Zamba, el adorable pequeño que en dibujos animados buscaba consolidar el modelo K en la infancia al mejor estilo de las caricaturas norcoreanas).

Y ya que hablamos de canales públicos, debo admitir que tengo sentimientos encontrados ante la idea de convertir el Canal Uno en un canal de administración única. Por una parte, me alegra saber que el canal saldrá del marisma en el que lo han metido las iglesias cristianas, los programas de medicina homeopática y naturismo, el telemercadeo (desde las fajas reductoras hasta el hilarante Belisario Marín) y los sindicatos (¿han visto el show de Fecode los sábados a las 7 de la mañana?). Pero siento que el enfoque es equivocado. El Canal Uno debería ser la cantera de esos nuevos productores, un espacio de experimentación donde se busquen otras voces que, más adelante, enriquezcan los demás canales. Así mismo, el hecho de que tenga distintos noticieros puede ser útil para crear una pluralidad informativa más allá de los excelentes CM& y Noticias Uno. Si «coronar» en los canales grandes es llegar a la primera división, convirtamos al Canal Uno en nuestra Masía.

Voyeur: Repugnante, por decirlo menos, el error garrafal que cometió la Secretaría de Gobierno en su respuesta a la demanda impuesta por la familia de Rosa Elvira Cely. Decir que una víctima es culpable de lo que le ocurrió hace parte de una de las más detestables costumbres del colombiano: pensar que todo es cuestión de «papaya» mezclada con el «algo habrán hecho» que decían los argentinos en la época de la dictadura cuando les preguntaban sobre los desaparecidos. Y, plantea la Secretaría de Gobierno (la encargada, por el momento y hasta que Daniel Mejía asuma la Secretaría de Seguridad todavía inexistente) en voz de sus asesoras jurídicas, que la solución para el problema de seguridad, sea de Rosa Elvira Cely o de cualquier bogotano, es no dar papaya: «no debió estar tomando cerveza con ese Javier Velasco», «no usar el celular en la calle» (Petro dixit), «¿quién lo manda haber pasado por ese retén de la guerrilla?» (diría alguien que razonase así en la época de las pescas milagrosas de las FARC)… y los ejemplos continúan. Lamentablemente, este es el peor error que ha cometido la Alcaldía de Peñalosa en sus casi cinco meses de gobierno. Y si el Alcalde quiere mantener el respeto de los bogotanos, que con justa razón se indignaron ayer y el domingo, la única solución posible es pedirle la renunica a Miguel Uribe Turbay. De lo contrario, la gobernabilidad se le verá dificultada gracias a las protestas que, muy seguramente, atizadores de profesión, viudos de poder como el Kim Jong-Il de opereta que tuvimos en el Palacio Liévano hasta el 31 de diciembre y lavaperros oportunistas como el mercachifle de la miseria aprovecharán para impedir toda acción que Peñalosa busque hacer para remendar los tantos entuertos que nos dejaron doce años de izquierda en Bogotá.

En los oídos: EveryLittleThing (José James)

@tropicalia115