El martes escribimos en Todas las almas sobre los diez atletas que, según la opinión de quien escribe estas líneas, pueden subir al podio de Río 2016. Hoy quiero hablar de otros atletas que, si bien no necesariamente están entre los favoritos de la delegación colombiana, permiten ver la evolución notoria de nuestro deporte para convertirnos en una de las potencias continentales. Pero quiero empezar con la primera medalla de oro que recibió Colombia, gracias a la inolvidable María Isabel Urrutia, quien levantó 245 kilos en Sydney hace ya 16 años. Sin tener una presencia tan dominante como lo fue la nacida en Candelaria, nuestro equipo de pesas sigue siendo uno de los más fuertes del mundo, compitiendo de tú a tú con los siempre poderosos chinos, norcoreanos y de la antigua Unión Soviética (Rusia, Ucrania, Azerbaiján, Kazajstán). Cabe destacar aquí a Ubaldina Valoyes, quien competirá en sus cuartos Juegos Olímpicos. La quibdoseña, quien ocupó el sexto lugar en el campeonato del mundo del año pasado en Houston, siempre ha sido consistente en sus participaciones olímpicas y mundiales, al igual que la otra veterana de la delegación colombiana de pesas, la tulueña Leydi Solís, quien ocupó el cuarto lugar en los 69 kilos competidos en Beijing 2008. No sé si el vallecaucano Óscar Figueroa, quien fue plata en Londres 2012, vea su preparación mental afectada por la condena por falsa denuncia que le fue impuesta hace poco más de un mes, por la que está condenado a dos años de libertad condicional. Podría ser, junto al antioqueño Francisco Mosquera, una carta interesante para aumentar el medallero, siempre y cuando el chino Chen Lijun no continúe con su dominio en los 62 kilos. Por último, cabe mencionar aquí a Lina Rivas, nacida en Chigorodó, quien es una de las pesistas más fuertes en la categoría de 58 kilogramos, donde ocupa la quinta posición en el mundo; y a la samaria Mercedes Pérez, octava en el mundo en la categoría de 63 kilos.
El primer fin de semana de los Juegos, mientras los ojos del mundo están concentrados en el desempeño de los ciclistas, los gimnastas y los nadadores, se dará otra historia que, personalmente, me llena de alegría: el rugby, un deporte que llegó a Colombia hace treinta años y que, poco a poco, ha conquistado un nicho fiel de seguidores, hoy le da a nuestro país la alegría de tener un equipo de sevens que clasifica a los Olímpicos. Aquí se debe hacer énfasis en la tenacidad de las jóvenes jugadoras y de su técnico francés, Laurent Palau, quienes lograron ganarle en su casa a la gran potencia continental del rugby, Argentina, y quitarle el cupo que parecía escrito para ellas. Aunque tendrán una competencia bastante difícil (Australia y Fiji, dos potencias mundiales del deporte, y Estados Unidos apoyado con su permanente flujo de talento proveniente de las universidades), la clasificación de las Tucanes demuestra que el rugby poco a poco adquiere un lugar de importancia en nuestro país y, no sólo en mujeres, sino en hombres (basta pensar que el joven cucuteño Andrés Zafra jugará de número 8 en el Lyon OU del Top 14 francés, la mejor liga del mundo), donde se busca cerrar la brecha entre los Tucanes, el mejor equipo de la región andina, y las selecciones del cono sur, que nos llevan décadas de experiencia. Dos días después, el bogotano Danilo Caro logrará una marca que pocos atletas en el mundo pueden mencionar: competirá en su quinta olimpiada. A pesar de no estar en las quinielas para competir por el medallero y de haber pasado su mejor época, en la que alcanzó el séptimo lugar en la categoría de trap en Sydney 2000, a sus 51 años Caro puede sentirse orgulloso de una carrera que empezó en Atlanta hace veinte años y que, en los polígonos brasileños, puede tener un cierre inigualable.
Desde Medellín llega otra historia que merece ser vista en nuestro país: Estefanía Álvarez y Mónica Saraí Arango, ambas nacidas en la capital antioqueña, son las primeras nadadoras sincronizadas que adornarán las piscinas de Río de Janeiro en una de las competencias favoritas del público. Tras años de trabajo duro y de participar en competencias panamericanas y mundiales, el dúo colombiano competirá en una competencia donde equipos como Rusia, China, Japón y España acostumbran dominar con complejos ejercicios que atraen, inevitablemente, a miles de observadores. Todavía jóvenes y con una química entre sí que se nota en las piscinas, estoy seguro de que estas antioqueñas usarán estos Olímpicos para fortalecerse como dúo y, sobre todo, motivar a muchas niñas a practicar este deporte, uno de los más hermosos de los Juegos Olímpicos.
También viene de Antioquia otra historia interesante en los Olímpicos, esta vez en el salto triple. Al igual que la más famosa Caterine Ibargüen, Yosiri Urrutia nació en Urabá, en Apartadó para más señas. En el campeonato mundial de Beijing en 2015 quedó décima en el mundo, y le ha seguido los pasos a Ibargüen en un camino que terminará en el Estadio Nilton Santos de Río de Janeiro. Desconozco si su ímpetu le alcance para darnos otro podio acompañando a la nacida en Turbo, pero sé que es una carta más para hacernos emocionar en las pistas cariocas. Y por último, quiero referirme al tenis y dar dos ejemplos que contrastan con el infantil y patético show de Santiago Giraldo en Iquique: los caleños Robert Farah y Juan Sebastián Cabal, quienes han logrado consolidar una destacada carrera de dobles que los ha llevado a ser una de las parejas más interesantes en el circuito masculino. No la tendrán nada fácil: tienen al frente a dúos como Jamie y Andy Murray (campeones de Copa Davis), los veteranos norteamericanos Bob y Mike Bryan, los campeones de 2008 Stan Wawrinka y Roger Federer y los serbios Nenad Zimonjic y Novak Djokovic. Pero, en un momento triste para el deporte blanco en Colombia, manchado por la actitud de un talentoso pero inmaduro jugador, ver a los dos caleños alegra y da esperanzas en un deporte tan popular en Colombia.
Y la última historia no se dará en las canchas sino en los salones donde los miembros del COI se reunirán. Allí se escogerán los nuevos miembros de este selecto grupo y uno de los candidatos es el actual director del Banco Interamericano de Desarrollo, Luis Alberto Moreno. Al entrar al «club» de 99 miembros y acompañar a deportistas como Sergei Bubka o Frankie Fredericks, empresarios como Larry Probst, el príncipe Alberto de Mónaco y la princesa Ana de Inglaterra, el antiguo ministro y embajador tendrá en sus manos importantes decisiones para el futuro del deporte mundial. Será, de ser elegido, apenas el tercer colombiano miembro del Comité Olímpico Internacional, tras el bolivarense Fidel Mendoza y el antioqueño Andrés Botero. Una de las decisiones que puede estar en las manos de Moreno es el casi seguro regreso del béisbol a los Olímpicos en Tokyo 2020. Se ha buscado, en aras de involucrar más a la población local en los juegos, llevar deportes populares en los países que albergan las olimpiadas. Y el béisbol, el segundo deporte más popular en Japón después del fútbol, tiene toda la opción de jugarse dentro de cuatro años. De entrar de nuevo, la selección colombiana podría tener una oportunidad, siempre y cuando supere la difícil eliminatoria americana.
Esta semana, haciendo la investigación para estos artículos, me he dado cuenta de que esa medalla de oro de María Isabel Urrutia abrió un camino de oportunidades para el deporte colombiano. En 2002, Álvaro Uribe anunció que un impuesto para la telefonía celular serviría para apoyar el deporte de alto rendimiento. Catorce años después, la inversión que inició Uribe y (en una rarísima señal de continuidad en un país que se «precia» de hacer borrón y cuenta nueva con las políticas, buenas o malas, de sus antecesores) continuó el gobierno de Juan Manuel Santos ha rendido frutos. Poco a poco, en un país joven como Colombia, se ha construido una estructura de apoyo al deporte de alto rendimiento que, con sus altibajos (el archivo de la «Ley Jossimar Calvo», las consabidas promesas de casa, carro y beca que quedan en palabras vacías o los impresentables Juegos Nacionales de Ibagué), ha creado una emergente potencia deportiva. Y aquí cabe pensar en un país que tuvo precisamente esa evolución: España. Cuando llegó la democracia, tras la muerte de Francisco Franco, el deporte español era marginal en el escenario mundial. Gracias a la entrada española a la entonces Comunidad Europea y al impulso que significaron los inolvidables Juegos Olímpicos de Barcelona, el deporte en España creció en todos los sentidos: no resulta casual que hayan aparecido en ese momento fenómenos como los tenistas (Arantxa Sánchez Vicario, Rafa Nadal), el segundo mejor equipo de baloncesto del mundo y la siempre entretenida Liga ACB, nadadoras como Mireia Belmonte y el equipo de nado sincronizado, para no hablar del éxito de la selección española. ¿Será que Colombia vive ese momento desde hace algunos años y, sobre todo, será que el dichoso postconflicto tendrá en cuenta a los deportistas y la formación de alto rendimiento?
Voyeur: Evo Morales propone cambiar el calendario gregoriano, que a pesar de todos los cuestionamientos que puedan hacérsele es un estándar internacional, por un calendario acorde a la cosmogonía aymara (etnia a la que él pertenece y una de las tantas que conforman el «estado plurinacional» de Bolivia). Más allá de cualquier delirio pachamamesco, cabe recordar una de las tácticas de los déspotas a la hora de establecer su poder: cambiar el tiempo. Kim Jong-Il, honrando a su padre, decidió convertirlo en un Cristo norcoreano a Kim Il-Sung con el calendario Juche, cuyo año cero es 1912, año de nacimiento del fundador de la dinastía despótica de Pyongyang. La Revolución Francesa le dio al mundo un calendario del que sólo quedan dos vestigios: la langosta thermidor y El 18 Brumario de Luis Bonaparte de Marx. Francisco Franco adelantó una hora los relojes españoles después de la Guerra Civil para que el horario fuera el mismo en Madrid, Roma y Berlín. Y Chávez atrasó los relojes una hora. Detrás del «buen vivir» y de las palabras bonitas siempre repta un déspota.
En los oídos: Fuego (Bomba Estéreo)