En dos días veremos cómo el hermoso pebetero móvil de Río de Janeiro se apagará en medio de la fiesta que, seguramente, tiene preparado el Comité Organizador en la ceremonia de clausura. Y hoy, para cerrar estas semanas, hablemos de los personajes más importantes de los Olímpicos: los atletas. Todos tienen componentes heroicos para llegar a la cima de las competencias deportivas, pero hay héroes de héroes. Empecemos con los héroes inmortales, esos que merecen por sus méritos estar en la compañía de los nombres más destacados del historial olímpico: Jesse Owens, Paavo Nurmi, Mark Spitz, Larisa Latynina, Nadia Comaneci. Estos Juegos consagraron, como si hiciera falta para demostrar su inmortalidad, las leyendas de Michael Phelps y Usain Bolt. El de Baltimore, tras una caída que lo llevó a una clínica de rehabilitación, se alzó de nuevo y logró batir su propia marca personal de medallas de oro; mientras que el jamaiquino, sin batir sus récords y sin correr su mejor atletismo, hizo una marca difícil de igualar: tres victorias consecutivas en 100 y 200 metros planos que hoy, si Jamaica gana el relevo 4×100, se puede convertir en un jamás visto «triple-triple». Hay otros héroes que perfectamente podrían aspirar a esa inmortalidad pero, por estar en deportes no tan populares como las carreras de 100 metros planos y la natación, no tienen esa relevancia mediática. Aquí podría entrar Caterine Ibargüen: es difícil imaginar a otro atleta tan dominante en una disciplina como lo es la sonriente atleta de Urabá, y Mariana Pajón, quien hoy demostró ser la reina indiscutible del BMX. O Ashton Eaton, el decatleta, que hace recordar los tiempos en los que Daley Thompson y Bruce Jenner (antes de su conversión en personalidad mediática, su matrimonio con la matriarca de las Kardashian y su cambio para ser Caitlyn Jenner) eran considerados «los atletas más grandes del mundo». O Mo Farah, David Rudisha, Laura Trott, Fabian Cancellara, Charlotte Dujardin o Ki Bo-Bae. Pero, sin duda, el mejor ejemplo de esto es Kaori Icho: una luchadora japonesa que ha ganado oro en los últimos cuatro Juegos Olímpicos, siendo la primera mujer que ha logrado esta hazaña. Como si fuera poco, duró invicta desde 2003 hasta enero de este año. ¿Hay algún atleta, en algún deporte, que pueda darse el lujo de decir eso?

Como en todos los Juegos, hay figuras que sobresalen de repente y se convierten en las esperanzas del futuro. En natación están el británico Adam Peaty que domina, a su antojo, en las competencias de pecho; Joseph Schooling, de Singapur, quien nunca imaginó que ese Michael Phelps al que le pedía autógrafos cuando niño sería derrotado por él (y también a otros dos veteranos como Chad le Clos y Laszlo Cseh) en las piscinas brasileñas; la joven Simone Manuel que se consolida como una promesa en las competencias de velocidad; y, ante todo, Katie Ledecky, quien puede convertirse en la mejor nadadora de todos los tiempos y la sustituta ideal para el mito de Phelps. Pero también están aquellos -mis preferidos- que se redimen de sus heridas o de sus derrotas y, junto a ellos, los que suben un escalón frente a sus resultados anteriores. El ejemplo obvio sería Juan Martín del Potro: ¿quién podría esperar de la «torre de Tandil» que derrotara a Novak Djokovic en primera ronda, a Rafael Nadal en semifinales y le hiciese un juego más que decoroso a Andy Murray en la final de tenis? Pero allí está Yuri Alvear, que pasó de un bronce difícil a una plata más que meritoria en el judo. O Mireia Belmonte, la nadadora española que coronó una carrera brillante con un oro que le había sido esquivo durante años. E incluso puede entrar Katinka Hosszú, la «dama de hierro» húngara que pasó de un 2012 mediocre a dominar los estilos en Brasil.

Otros son héroes no tanto por su victoria, sino por su personalidad y su forma de decir las cosas que deben decirse. Pienso en nuestro Óscar Figueroa, a quien no le tembló la voz para exigir, una vez sonó el himno nacional, un apoyo más grande para los pesistas y para todos los deportistas que compiten en Juegos Olímpicos, llegando incluso a pedir un premio de mil millones de pesos para las medallas de oro (exagerada en un contexto global, pero diciente de las intenciones del valiente pesista de Zaragoza, Antioquia). Pero también pienso en la joven nadadora norteamericana Lilly King, quien no temió recordar que su rival en las piscinas, la rusa Yulia Efimova, había sido sancionada por el uso de meldonium (la misma sustancia que llevó a Maria Sharapova a estar dos años fuera de las canchas) y que no merecía estar allí, al igual que su compatriota, el talentoso pero siempre cubierto por una sombra de dopaje velocista Justin Gatlin. Y quiero destacar la dura, fuerte y dolorosa autocrítica que, una vez quedó a un breve paso de las medallas en el omnium, hizo Fernando Gaviria. ¡Cuánto podrían aprender muchos de nuestros deportistas, muchos colombianos de ese acto de gallardía que tuvo el ciclista antioqueño!

Una de las categorías más dolorosas, en mi opinión, es la de los héroes efímeros. Cada cuatro años tenemos figuras que aparecen sólo en ese momento y se pierden en el anonimato. Aquí puede entrar el antioqueño Yuberjén Martínez, quien salió de la nada a conmover al país con su deseo de ganar el oro para construirle la casa a sus padres, pastores cristianos de Chigorodó. Él mismo lo dijo: «hoy hablan de mí, pero después se olvidan«. En el complejo y corrupto mundo del boxeo aficionado, una historia como la de Yuberjen se va rápido: no esperemos que el pugilista urabeño esté en Tokyo 2020, más bien pensemos que, como gran parte de los boxeadores olímpicos (Ali, Foreman, de la Hoya, Spinks, Frazier, Lewis, Klitschko, Rigondeaux), se hará profesional y cambiará las medallas por los grandes cheques de Las Vegas. Pero, siendo sinceros, esa es la realidad de gran parte de los ganadores de medallas olímpicas en todos los países: durante un año son los más grandes héroes de sus países y, a menos de que ganen y ganen, se desvanecen en el olvido y en sus vidas diarias. Algunos harán realities (Ryan Lochte, Gabby Douglas, Tom Daley), otros se convertirán en entrenadores (gran parte de los gimnastas olímpicos) y hay algunos que se vuelven comentaristas deportivos (Santiago Botero y Ximena Restrepo en Colombia). Y la más triste de todas las categorías de héroes, esos héroes convertidos en villanos que revelan lo efímeras que son las dos semanas olímpicas para darse cuenta de la complejidad de las olimpiadas que terminan con la competencia de los cinco anillos. Y pienso en dos casos inmediatos. Primero, Missy Franklin. En Londres, la nadadora de Colorado se hizo popular no sólo por sus cuatro medallas de oro y por su dominación casi absoluta en el estilo espalda, sino por su personalidad divertida y afable. Pero una combinación de lesiones en la espalda y problemas de tipo extradeportivo hicieron que Franklin quedase fuera de las finales de los dos eventos que había ganado en 2012 y sólo ganase oro y plata en los relevos, en uno de ellos siendo la nadadora de semifinales. Y luego la «ardilla voladora», Gabby Douglas. Hace cuatro años, la gimnasta norteamericana ganó la competencia femenina y fue la más destacada en el oro de las Fierce Five en Londres. Pero la gimnasia es un deporte exigente y es extraño ver a una gimnasta repetir en dos olímpicos distintos, más aún en Estados Unidos, convertido en la potencia indiscutible de la gimnasia femenina bajo el ojo de Martha Karolyi (quien, recordemos, entrenó a Nadia Comaneci). De hecho, de las Fierce Five sólo dos, Douglas y Aly Raisman, estaban activas en el deporte para Río 2016. Pero, mientras Raisman sirvió como acompañante y segunda de Simone Biles, Douglas se desvaneció en puestos bajos de los aparatos y no pudo competir en la final femenina. Eso llevó a parte del público norteamericano, a las redes sociales y a «periodistas» como Bill Platschke de Los Angeles Times a atacarla por todo: bien por su supuesta falta de compromiso con el equipo norteamericano o por no ponerse la mano en el corazón cuando sonó el himno en la medalla de oro, acercándose incluso al matoneo más encarnizado para alguien que hace cuatro años había sido la atleta más destacada del contingente norteamericano. Y hay otros nombres que podrían entrar: desde Yohan Blake, quien tuvo unos Olímpicos para el olvido, hasta un Tom Daley que es más conocido por las noticias que da fuera de los trampolines (su relación con el libretista Dustin Lance Black y su participación en un reality) que por sus medallas o las Leonas argentinas del hockey sobre césped eliminadas en cuartos de final por Holanda. Para no hablar, claro, de la historia inspiradora de Londres 2012: Oscar Pistorius, que cambió su vida al asesinar a su novia, Reeva Steenkamp.

El domingo despertaremos del sueño olímpico cuando el fuego se apague. Y esperaremos cuatro años para ver si los héroes que nacieron en Río son inmortales, si veremos nuevas oportunidades de redención y si hay nuevas historias que alimenten nuestro deseo de admiración. Por ahora, guardemos estas acuarelas de Brasil en la memoria.

Voyeur: Para terminar con este cubrimiento que Todas las almas ha hecho de los Juegos Olímpicos, un llamado. El 7 de septiembre empezarán los Juegos Paralímpicos. Seguramente, como ocurre en todo el mundo, aquí no tendrán el mismo cubrimiento que los Olímpicos: dudo y desconozco si un canal nacional los transmitirá o si tendré que usar YouTube para ver las ceremonias y las competencias y sé bien que los periodistas que cubren los Olímpicos no se quedarán en Brasil para ver a los atletas paralímpicos, Héroes con mayúscula; además, la crisis económica de Brasil ha obligado a cambiar el programa y reducir algunos de los escenarios planeados. Y me pregunto: ¿no puede ser el deporte paralímpico una de las opciones de rehabilitación para muchas víctimas del conflicto armado? ¿No podemos convertir el deporte en una de las formas de hacer paz, sobre todo para los que han quedado en condición de discapacidad?

En los oídos: «Heroes» (David Bowie)

@tropicalia115