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Es bastante preocupante la noticia que reveló el domingo pasado Noticias Uno: pastores reconocidos como el cartagenero Miguel Arrázola y el bogotano Eduardo Cañas han convertido los púlpitos de sus iglesias en plataformas para decantar los votos de sus fieles en el plebiscito del 2 de octubre. De hecho, Cañas menciona en el audio de Noticias Uno que no es el único pastor en Bogotá dedicado a hacer publicidad a favor del no: dice que César Castellanos, Jorge Enrique Gómez y Ricardo Rodríguez están en la misma tarea. Esto no sería grave de no ser porque hablamos de cuatro de los miembros más destacados de la creciente comunidad evangélica colombiana. César Castellanos es el líder de la Misión Carismática Internacional-G12, acaso la iglesia cristiana más grande del país. Él llena cada domingo su auditorio en la Carrera 30 con Avenida de las Américas con doce mil feligreses, un espacio que ha servido como sede para todo tipo de eventos tanto religiosos como mundanos, incluyendo la sede del Centro Democrático para Bogotá durante las elecciones de 2015. Además, Castellanos ha sido cercano durante años a la política. Basta recordar que su esposa, Claudia Rodríguez de Castellanos, fue candidata presidencial en 1990, senadora y embajadora de Colombia en Brasil en el primer gobierno de Uribe. Si bien Jorge Enrique Gómez no goza de la popularidad de Castellanos, su Centro Misionero Bethesda, localizado primero en Las Cruces y trasladado a la “Iglesia del Millón de Almas” en la Avenida Ciudad de Cali con Calle 13, atrae a miles de personas cada fin de semana apoyado por su emisora Auténtica y por su historia de vida, en la que pasó del ocultismo a la prédica cristiana. De hecho, Gómez ya se presentó a la política (aunque dijo que era “cosa del diablo”) y es recordado por haber sido secuestrado por las FARC en 2001 y liberado tras haber pagado 2000 millones de pesos. Junto a su esposa María Patricia, Ricardo Rodríguez es el líder de Avivamiento, una iglesia que cada fin de semana congrega alrededor de cincuenta mil personas en su sede de la Avenida 68 con Calle 13 y todos los diciembres llena el Parque Simón Bolívar para un Avivamiento al Parque que cierra los años con oración y milagros. Por último, Eduardo Cañas ha adquirido, poco a poco, la notoriedad mediática de Rodríguez o Castellanos con el Manantial de Vida Eterna, iglesia que pasó de un pequeño garaje en el barrio Tejar a tener sólo en Bogotá dos enormes sedes llenas: una en Fontibón y otra en la Autopista Norte, donde antaño estuviese el centro comercial de DMG.

Personalmente, no tengo mayor problema en que estos pastores, u otros como Andrew Corson, Darío Silva o Héctor Pardo, utilicen sus púlpitos para expresar su fe. Tampoco me parece incoherente que, como lo hicieron hace algunos días, marchen en contra de las medidas que favorecen a la población LGBTI. Es reprochable, sin duda alguna, pero es parte de su credo: basta leer Levítico 18:22, 1 Corintios 6:9-10 o Romanos 1:26-28 para entender que era esperable esa oposición férrea a los derechos de las personas que no se acomodan a su ideología de género. Reitero: me parece reprochable como pocas cosas, pero entiendo de dónde viene y, en un país que públicamente profesa una libertad de cultos (aunque tiene, otra cosa reprochable, una capilla católica dentro de su palacio presidencial y una cruz en la Corte Constitucional), ese tipo de manifestaciones, si bien son moralmente condenadas por muchos, no son legalmente perseguidas. Lo que sí me preocupa, y bastante, es el olvido de uno de los versículos más conocidos y menos leídos de la Biblia: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Marcos 12:17; existen versiones similares en Mateo 22:21 y en Lucas 20:25). Todas las interpretaciones de ese versículo coinciden en que el cristiano, sea cual sea su denominación (católica, protestante, ortodoxa…), no debe mezclar religión y política, sin dejar de lado sus deberes como ciudadano. Sin embargo, históricamente la religión cristiana ha olvidado el consejo que le dio Jesús a sus discípulos en los Evangelios. Desde la frecuente inmersión de los Papas en la política europea de la Edad Media, pasando por la Teología de la Liberación y sacerdotes como Miguel d’Escoto, Paulo Freire, Manuel «El cura» Pérez, Ignacio Ellacuría, Fernando Lugo o Jean-Bertrand Aristide, para terminar con personajes como Alejandro Ordóñez, la recordada familia Piraquive o Edir Macedo en Brasil, buena parte de los líderes religiosos parecen olvidar la advertencia de Jesús y prefieren recordar lo que decía el exministro y excongresista Rodrigo Rivera, quien escribió en 2010 “La Biblia dice que la política está incluida dentro de las cosas que le pertenecen a Cristo, es decir TODAS”.

No resulta casual, entonces, que los candidatos a la presidencia y a las alcaldías incluyan frecuentes visitas a las iglesias. Por ejemplo, en las elecciones de 2010 y 2014 Juan Manuel Santos visitó (y recibió oración y bendición) en Avivamiento, la Misión Carismática Internacional (esta sólo en 2010, en 2014 se volcó toda con el Centro Democrático) e incluso en la Iglesia Universal que durante años fue conocida en Colombia como la Oración Fuerte al Espíritu Santo (y tiene en Brasil acusaciones de lavar dinero para el Cartel de Cali). Así mismo, no se puede convertir la fe en propaganda política. Esa mezcla es siempre volátil y tiene, como esos libros de Elige tu propia aventura, dos caminos: por un lado, la conversión del gobierno en una teocracia. Los ejemplos más dicientes de esto son, sin duda, Arabia Saudita e Irán. Pero, irónicamente, muchos que exigen la apertura religiosa en países como Arabia Saudita soñarían con tener ese mismo poder en sus países, sólo cambiando las mezquitas por iglesias, a los imanes por pastores y a la Sharia por la Biblia y sus intérpretes. ¿Y cuál es la otra consecuencia de mezclar religión y política? El culto a la personalidad. Los nombres son por todos conocidos: Lenin, Stalin, Mussolini, Hitler, Mao, Perón, Ho Chi Minh, los Kim, Ceausescu, Enver Hoxha, Idi Amin, Mobutu, Bokassa, Obiang, Chávez, Niyazov, Kirchner. Y aquí en Colombia hemos tenido políticos que han buscado esos extremos. Basta pensar en el periódico Humanidad, donde se exaltaba la vida, obra y milagros del Kim Jong-Il de Ciénagadeoro, Gustavo Petro. O en el dichoso cuadro del Sagrado Corazón de Paloma Valencia, en el que uno no sabe dónde está el límite de la crítica inherente a “una serie de pinturas kitsch sobre los políticos y la religión en Colombia y es una alegoría con mucho humor y fundamento” en palabras de la senadora (más cercano, en teoría, a las obras de Chris Ofili o Andrés Serrano), o el culto a un santo patrón moderno de Colombia tal y como, brillantemente, es imitada la senadora Valencia por Alexandra Montoya en La luciérnaga.

En la política, sin duda, hay actos de fe intercalados. Votar por un candidato u otro en cualquier elección, o por una opción u otra en el plebiscito del 2 de octubre no sólo implica conocimiento de sus propuestas sino la fe de que esa persona, una vez electa, cumpla con lo que prometió y con el programa de gobierno que propuso a los electores. Pero eso no implica convertir al político de turno en un salvador de la humanidad o, cuando menos, de la nación. Ningún político es un mesías y ningún político debe imponer una agenda religiosa. Por la misma razón, ninguna confesión religiosa, ninguna iglesia, ningún predicador debe inmiscuirse en la política. Eso, por sí solo (y al menos en el cristianismo), es infringir las normas que Jesús dejó en sus Evangelios. En ese sentido, sugiero una alternativa más sencilla, que tomo del pastor Andrew Corson, líder de El lugar de su presencia, una concurrida iglesia cristiana de Bogotá. En una crónica para Vice, Santiago de Narváez cuenta cómo en la revista de la iglesia se sugieren “cinco claves para votar bien” acorde a su fe: “votar por personas 1) temerosas de Dios, 2) capacitadas para gobernar, 3) de palabra, 4) con valores morales, 5) que aporten soluciones”. Estas condiciones, si bien pueden meterse dentro de muchos candidatos de derecha y ultraderecha, evitan de forma astuta y sensata ungir a X o Y candidatos o a esta u aquella postura. Y en ese sentido, resulta mucho más cómoda y coherente la postura de Corson que los shows políticos de los pastores Castellanos, Cañas, Gómez o Rodríguez.

Hace unos años sugerí en este blog que se estaba cimentando una derecha cristiana, al peor estilo de la liderada en Estados Unidos por movimientos como Focus on the Family de James Dobson, el Club 700 de Pat Robertson -a la sazón, candidato presidencial en 1988- y, sobre todo, la Moral Majority de Jerry Falwell. Hoy, viendo lo que hacen pastores como Cañas y Castellanos con respecto al plebiscito, no lo dudo.

Voyeur: Preguntas que surgen: ¿será que la polarización entre el sí y el no se convertirá en un nuevo detonante para la inherente búsqueda de conflicto del colombiano promedio?

En los oídos: My God (Jethro Tull)

@tropicalia115

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