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A las putas -le dijo Espinoza la noche en que Pelletier le habló de Vanessa- hay que follárselas, no servirles de psicoanalista.

Roberto Bolaño (2666)

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Así como Pelletier, el prestigioso académico francés de la novela 2666 de Roberto Bolaño, se enamoró de una puta y quería entender su vida y sus motivaciones, muchos hombres asiduos visitantes de burdeles han caído alguna vez «enamorados» o fascinados por alguna prostituta y han querido conocerla más allá de la mera transacción de dinero por sexo. No es sorprendente, pues aunque algunos las ven como máquinas sin corazón, una puta es en últimas un ser humano que decide, por diversas circunstancias, explorar un lado oscuro de la naturaleza humana, y un prostíbulo es el sitio donde se le da rienda suelta a las más oscuras fantasías tanto de hombres como mujeres.

Sting le declara su amor a una prostituta llamada Roxanne y le pide que «no encienda la luz roja».

Y es que así como la gran mayoría de hombres, hasta los más mojigatos, han entrado -así sea sólo por «mirar»- alguna vez en su vida a un prostíbulo, muchas mujeres, hasta las más mojigatas, han fantaseado al menos una vez en su vida con la morbosa idea de que un hombre atractivo y adinerado las seduzca con una oferta irresistible, ese umbral económico por el que estarían dispuestas a dejar a un lado la moral para ser, sutil y elegantemente, «putas» por una noche.

Esa idea de que «todos tenemos un precio» es lo que piensa Ana sobre la prostitución, una rusa de 20 años que conocí en Barcelona y cuyo umbral económico está alrededor de los 300 euros la hora. Ana estudió matemáticas en Moscú y ahora quiere hacer un máster, pero mientras tanto lo que gana en una hora como chica de compañía no se lo gana ni dictando 20 horas de clases privadas de ecuaciones diferenciales.

Mauricio Rubio, quien escribe regularmente sobre prostitución en la revista El Malpensante, trata de desvirtuar la idea de que el sexo por dinero es en el mayor de los casos el resultado de algún tipo de vulnerabilidad (ver por ejemplo Wendy, Valérie y todas las demás y La fama de las pereiranas). Es el caso de Ana, a ella simplemente le gusta el sexo y la excita el peligro; además es joven, bella e inteligente, y es rusa, es decir en el mercado del sexo ella vendría a ser como un bien de lujo, lo cual le da un amplio margen para escoger sus clientes.

De alguna forma Ana, con su potencial y actitud, me recuerda a prominentes figuras porno como Valentina Nappi, quien además de ser conocida por sus acrobacias sexuales es también conocida como la «actriz porno intelectual» por tener una carrera académica, o Sasha Grey, ganadora a mejor escena de sexo anal por la película Anal Cavity Search 6 en los premios AVN y ferviente lectora de filosofía existencialista, o la recientemente famosa Belle Knox que pagó su carrera en la Universidad de Duke haciendo películas porno, aunque después se arrepintió y dijo que el porno era lo peor que le había pasado en la vida.

El genial Alex Turner escribe esta canción sobre las putas, con un guiño al clásico Roxanne de The Police.

Por supuesto que no todas las mujeres que se dedican a prestar servicios sexuales tienen historias tan aparentemente felices como la de Ana la rusa. Cada puta tiene su propia historia, historias que algunas veces pueden ser felices pero otras veces son más bien tristes y truculentas.

Pero lo que es realmente inquietante es que el sexo como mercancía no es algo propio solamente de los prostíbulos, sino que parece inherente a nuestra cultura. Por ejemplo, ¿es menos puta la ejecutiva que se acuesta con el jefe para ascender en la empresa?, ¿y es menos putero el jefe?. Y este tipo de transacciones tan comunes es algo no solamente propio del jefe hombre con la subordinada mujer, sino también desde la jefa mujer y el subordinado hombre, o de manera homosexual, o lesbiana, o transexual, es decir en últimas parece estar en todas partes y en todas las combinaciones sexuales posibles. Como diría Oscar Wilde, parece que «todo en la vida trata sobre sexo, excepto el sexo… el sexo trata sobre el poder».

‘Con nombre de guerra’ es una cruda canción de Enrique Bunbury sobre su experiencia con las putas.

Y como el sexo y la prostitución en sus diversas maneras es algo tan inherente a nuestra cultura, aunque las más putas y puteros sean aquellos que no reconozcan serlo, muchos músicos han expresado sin tapujos y sin sonrojarse su amor por las meretrices. El gran Joaquín Sabina es tal vez uno de los músicos más puteros y de los que más ha dedicado poesía al «oficio más antiguo del mundo». Además de la conocida ‘Una canción para la Magdalena’, otras canciones de Sabina sobre prostitutas son ‘Viridiana’ y ‘Por el túnel’.

Con música de Pablo Milanés, Joaquín Sabina escribe una dulce y a la vez triste letra sobre la vida de sus siempre amadas «Magdalenas».

Y para terminar, unas líneas del escritor colombiano Efraím Medina:

Hay dos tipos de putas: las que recorren unos pocos metros de pasarela bajo potentes reflectores y estúpidos flashes y las que se contonean en las oscuras, salvajes y peligrosas calles del infierno, encandiladas como conejos, por la esporádica luz de raudos automóviles. Ambas saben dibujar en sus rostros pintarrajeados falsas sonrisas, pero el objetivo de las primeras es convertirse en trofeo o mascota del mejor postor. Las segundas solo pretenden sobrevivir y no saben entregarse a nadie.

Twitter: @tornamesa_blog

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