Tirarse al agua
“– Anda salta, Ajit – le gritaba Bijay a su compañero–, no se ven los cocodrilos por ningún lado –, le aseguraba, aunque no contaba con el que podía estar sumergido –además, tu eres un buen nadador.”
Para Ajit, como estudiante nuevo, tirarse al agua marcaba el comienzo de su primer día de clase. Para Bijay y el resto de sus compañeros, quienes seguirían a Ajit en el salto, era el inicio de su rutinario camino al colegio.
La anterior escena tiene como marco las orillas del río Hiran, en la aldea de Saharanpur en Gujarat, en el noroeste de la India, en donde a los niños, para llegar a su colegio, les toca atravesar a nado un trecho de 600 metros de largo, en un río de corrientes impredecibles e infestado de cocodrilos.
El preámbulo del azaroso cruce comienza muy temprano en la mañana cuando los padres de los niños del colegio de bachillerato de Utavali, levantan y preparan a sus hijos para su jornada de clases.
Camino largo y turbulento
Ya en la orilla del río, 125 estudiantes, entre niños niñas, se aprestan para la zambullida del alba. Los varones se quitan la ropa, quedando sólo en interiores, y la guardan en sus gohris o vasijas, que los ayudan a flotar y a mantener secas sus pertenencias.
Las niñas, por pudor, no pueden hacer lo mismo y les toca meterse al agua con toda su ropa encima, guardando sus libros, útiles escolares y demás, en bolsas plásticas, que sus padres ayudan a atravesar.
En realidad, el inicio de una jornada escolar en este punto de la ribera del Hiran, es una actividad que involucra a una buena parte de una familia. El resto del clan, en esta región en la India, se queda en casa rezando con gran aprensión, para que los jóvenes lleguen a sus clases sanos y salvos.
Ya en la otra orilla del río, los varones se secan lo más que pueden y se vuelven a poner sus uniformes. Las niñas hacen otro tanto, pero por más que exprimen sus trajes, estos se sienten aún pesadamente húmedos.
A las chicas les toca aguantarse semejante incomodidad por el resto de la jornada escolar. En verano sus ropas a veces se terminan de secar en la tarde, sólo a la hora que reemprenden su viaje de vuelta a casa. En invierno les toca soportar la pesada molestia desde temprano en la mañana, hasta ya entrada la tarde.
Después del mañanero chapuzón, ya habiendo cruzado el río, los valientes y tenaces niños de la aldea de Saharanpur, inician una larga caminata de 5 kilómetros que finalmente los lleva a su meta final: su amado colegio, el que les dará una educación y el salvavidas que los rescatará de la pesada pobreza que cargan. Para ellos el sacrificio y el riesgo valen la pena.
Paisanos al rescate
A miles de kilómetros de distancia, en los Estados Unidos de Norteamérica, Varinder Bhalla y su esposa Ratna se enteran de las vicisitudes y penalidades que sufren los estudiantes de la aldea de Saharanpur y su vecindad.
El señor Varinder, un exitoso hombre de negocios, consultor en tecnología de la información en la ciudad de Nueva York, y su esposa, la subdirectora del departamento de viviendas de emergencia en el condado de Nassau en Long Island, son ciudadanos indios. Ambos toman la firme decisión de ayudar a sus coterráneos. Después de ahondar en el caso y de intercambiar algunas llamadas telefónicas, los esposos toman un largo vuelo a su natal India.
Posibilidades y gestión
Una primera opción que agotaron los Bhallas fue la de gestionar con las autoridades locales la construcción de un colegio cerca de las aldeas de los niños, lo que evitaría el peligroso cruce y de paso acortaría distancias. Lo anterior tuvo que descartarse por la gran cantidad de tramites gubernamentales que la gestión requería.
En realidad, la construcción de un nuevo colegio tomaría un largo tiempo, sin ninguna garantía de un final exitoso. La solicitud de la construcción de un puente, que los Bhallas también gestionaron, hubiese tenido muy probablemente los mismos resultados.
Una tercera opción, planteada por los esposos, consistía en alquilar un bus que recogiera a los estudiantes en las 16 aldeas donde viven y los llevara a través de un puente a 20 kilómetros de distancia.
Lo anterior se tuvo también que deshacer por el largo tiempo que tomaba el trayecto. Como solución, se pensó también en usar una embarcación tradicional, pero la poca profundidad del tramo del río la hacia inviable.
Desconsolados, pero no derrotados, los esposos regresaron a los Estados Unidos con la idea del rescate social persistiendo firmemente en sus mentes.
Observación y solución
En una fría mañana, camino al trabajo y en forma casual, el señor Varinder vio en la foto de un periódico local a un joven remando un bote inflable, después de un fuerte aguacero en el área de Long Island. La muy fortuita observación le dio al caritativo hombre de negocios, la solución al problema: los niños del colegio de secundaria de Utavalia, usarían un bote inflable a motor para atravesar el río Hiran.
De inmediato, los desprendidos esposos compraron el bote junto a un buen número de chalecos salvavidas y de nuevo tomaron el vuelo a la India, esta vez, con una muy valiosa carga.
Para botar la casa
La nueva llegada de los esposos Bhallas a Saharanpur con el bote, fue motivo de jolgorio y regocijo en la pequeña aldea india. Semejante ocasión fue excusa más que suficiente para botar la casa por la ventana, lo que hicieron a placer los humildes pobladores, saltando y gritando de la dicha, al ver que ahora sus jóvenes estudiantes estarían seguros ante el temido cruce.
Las plegarias mañaneras tendrían ahora otra sensación y atmósfera: se harían en forma relajada y tranquila.
Los habitantes, reunidos en un gran círculo alrededor de los esposos, no encontraban palabras suficientes para agradecer tan desprendido acto.
Inauguración histórica
Después de algunos días de entrenamiento tanto para los estudiantes como para los conductores del bote, un 15 de Septiembre, la nueva y flamante embarcación fue oficialmente inaugurada. La fiesta, con el mismo entusiasmo y alborozo de la llegada de los Bhallas, se hizo sentir en la aldea y sus alrededores.
Esta vez la ocasión estuvo enmarcada con la presentación de grupos folclóricos y la repartición de dulces para todos los asistentes.
Con lágrimas, a punto de rodar sobre sus mejillas, los emocionados padres de la aldea de Saharanpur veían cómo -uno a uno, en diferentes viajes- sus niños, cuyos rostros brillaban de la felicidad, se embarcaban en su nuevo trasporte; para los jóvenes, cruzar un río en un bote a motor era una experiencia inédita y maravillosa. Los estudiantes no creían en nadie, no había cocodrilo que se les pudiera atravesar.
Pequeños lujos
La generosidad de los esposos Bhallas se extendió hasta el punto de regalar bicicletas a algunos de los jóvenes estudiantes, quienes ahora llegarían siempre a tiempo a sus clases.
Para una de las niñas, en sus propias palabras… “estar en una clase con mis ropas completamente secas era un lujo que nunca pensé me podría dar. Ahora es una realidad para todas nosotras, nunca nos podíamos concentrar en la clase con la ropa siempre mojada”.
Los cocodrilos de Colombia
En Colombia, para los niños de Samaniego en el Departamento de Nariño, al suroccidente del país, el equivalente a los cocodrilos que asustan a los niños de la India de nuestro relato, tiene forma de explosivos que se materializan en minas anti-persona, sembradas en su camino hacia colegio.
Las dos son tristes experiencias de infancia parecidas, pero al mismo tiempo diferentes: una – la de los niños indios – tuvo un final, la otra – la de los niños colombianos – tiene un futuro incierto con un desenlace y un final aún por resolverse.
Un desminado total en Colombia,según el gobierno, sólo se daría en 10 años. Esperemos que lo anterior sea cierto para que los niños de la época puedan escribir el final de su relato, el cual está pendiente.
Historia
A diferencia de los niños colombianos, los niños de la India ya pueden escribir la historia que siempre quisieron contar. La juvenil composición literaria tendría a los esposos Bhallas como los grandes héroes.
La fábula narraría que fueron ellos los admirables benefactores quienes no solamente les dieron a los niños un bote, sino también un salvavidas que simboliza la oportunidad a educarse, llegando al colegio en forma digna, derecho que todo niño debe tener.
Muchos de los niños probablemente iniciarían su relato con un…“ Érase una vez un cocodrilo…”, ya que este representaba, entre muchos obstáculos, el mayor de todos, el que más los intimidaba, la amenaza letal. El temor a un ataque del saurio – con los valientes niños ahora ya menos vulnerables- hoy es virtualmente cosa del pasado.
Hoy el cocodrilo es literalmente una leyenda, una historia con un final feliz.
Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)
Abu Dhabi (EAU) Marzo de 2015
Fuente
Swaroop, S. (2015) Now, we don’t have to fear crocodiles to go to school (Ahora no le tenemos que temer a los cocodrilos para ir al colegio). Friday. The Gulf News. Abu Dhabi.
Resto de mis blogs:
http://blogs.eltiempo.com/un-colombiano-en-emiratos-arabes-unidos/
Fotos: Friday. The Gulf News. / Theworldpost
Niño sama:actualidad de narino http://ipitimes.com/gobernacion040413.htm