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«Cuna de Acordeones» es sinónimo de Villanueva (La Guajira), una población que se precia por ser la patria chica de muchos acordeoneros de renombre, como Emiliano Zuleta Díaz e Israel Romero. Por esto, no hay un nombre que identifique más a esta población que el de su festival. Comparado, inevitablemente, con el Festival de la Leyenda Vallenata, de Valledupar, es común oír que el de Valledupar es "espectacular" y el de Villanueva, "más tradicional", autóctono, sin parafernalia. En eso pensaba cuando llegué allí el año pasado.

Llegar a la plaza parecía imposible después de las 5 p.m. Las calles aledañas estaban cerradas por el desfile inaugural. Había puestos del ejército en las esquinas y rondaban los soldados desde lo alto de la iglesia. El presidente del festival, Israel Romero Ospino (líder del Binomio de Oro de América), le dio la vuelta a la plaza, seguido por la gente.

Más tarde lo vería en la tarima Escolástico Romero, que lleva el nombre de su padre, garantizando el comienzo de una nueva era para el Festival. El murmullo general era de esperanza, porque de la edición anterior (la número 25) recordaban un derroche y, entre otras cosas, el extravío de unos acordeones donados.

Comparando festivales, la inauguración era menos libreteada. Ese día el vicepresidente Francisco Santos dio un discurso en el que habló de su simpatía hacia los festivales pequeñitos, porque había que esforzarse más para ayudarlos a crecer. Algo similar había dicho en el aeropuerto esa mañana: que la Vicepresidencia apoyaba el «Cuna de Acordeones» con todo el corazón. Y, justo en el Himno Nacional, a Israel Romero, que tenía que cantarlo, acompañado del acordeón de Julián Rojas, se le olvidó la letra. Pudo ser la tensión del momento. Pero no por eso dejó de lado la oportunidad de sonreír y continuar con la fiesta.

Desde atrás de la tarima, Israel era asediado y consultado, hasta por señas, para que tomara decisiones. Tenía que ver personalmente hasta con alojamiento de los invitados. Y creo que habría enloquecido si no contara con una línea de hermanos y parientes trabajando en equipo para el Festival. Había también un grupo de voluntarios pendientes de la atención a los visitantes. Acomodan a muchos en casas de familias, porque el hotel Guazara y demás hospedajes se venden, mejor dicho, se reparten hasta la última cama. Y encima, los Romero tenían que dividirse porque «El Binomio» (sin Israel) tenía una presentación impostergable en Bogotá, en la segunda noche.

La oficina de prensa está bajo la tarima (tal como fue en Valledupar). Y los presentes no llegaban a la decena. Allí todo es en pequeña escala. Pero el acordeón tiene la misma fuerza.

En la tarima, desde la mañana, los diferentes acordeoneros sacaban lo mejor de sus habilidades para las competencias en categorías de profesional, aficionado, juvenil, piqueria y primaveras del ayer. En esta última se miden los mayores de 60, como Náfer Durán (hermano de Alejo) que se coronó en el 2003. El año pasado, un tío de Israel, Pedro Romero, al que siempre vi de gafas oscuras, se había inscrito. En la primera mañana ensayaba para la competencia y en la tarde estaba sentado en uno de los locales que bordean la plaza, oyendo tocar a otros Alicia adorada. No lo vi en tarima: lo declararon fuera de concurso, por ser de la familia Romero.

Muchas caras me eran familiares. Nombres que oí en Valledupar se repetían en Villanueva. Los acordeoneros no compiten solo en abril, viven en contienda, de pueblo en pueblo. Como los Villafañe, la familia arwaca que viaja unida a los concursos con la fe puesta en Ricardo (alumno del ‘Turco’ Gil, que debe tener unos 17 años). Y José Vicente, el padre, conocido por sus labores comunitarias, dijo que siempre hay tiempo para impulsar a su hijo en busca del sueño de una corona de acordeonero.

Vi al muchacho subir la temperatura del baile a medida que avanzaba en las eliminatorias. También, Némer Yesid Tetay superaba cada eslabón en la categoría profesional. Había oído su nombre hacía un par de años y me habían dicho que lo observara porque era una promesa.

No solo concursaban los mismos. Estaban los mismos maestros de ceremonias y periodistas locales. Y el mesero de la zona vip del festival grande hacía la misma diligencia en el pequeño. Las noches en la plaza también contaron con estrellas del folclor: Alfredo Gutiérrez, una noche; Joe Arroyo, a la siguiente. Y, lógicamente, ‘El Binomio’, en la final. Nunca oí tantas veces las canciones Dime cómo te olvido, Por tu primer beso y La colegiala. Sonaban en los intermedios de los conciertos.

En la última noche, Némer Yesid Tetay se ganó la corona de acordeonero profesional de Villanueva. Con la seguridad y frescura que demostró en el escenario. No es de los que se concentran mirando el instrumento, como si no hubiera mundo. Mira a la gente, sonríe y canta. El acordeonero, de 24 años, quiere ser un juglar completo. Merecía la corona. Meses después, llegaría a la final del Festival Vallenato de Valledupar, donde también dejó un buen recuerdo.

Al amanecer, Villanueva era otra. El callejón donde estuvieron los vendedores de caldos y almuerzos parecía haber estado desierto siempre. Eran más notorios los puestos del ejército en las esquinas de la plaza, tomada ahora por las mariposas. Y en un camión guardaban las vallas que alguna vez señalaron la zona del público. Por otras calles, marchaban los vendedores itinerantes, arrastraban carros cargados de sombreros y artesanías, siguiendo la ruta de las fiestas populares. La siguiente parada, dijo uno, era el festival de Barrancas (La Guajira). Los periodistas también partimos, en uno de los taxis que solo dejaban el pueblo cuando llenaban todos sus asientos aprovechando la desbandada que sobreviene al fin de la fiesta.

Afortunadamente, el Cuna de Acordeones florece cada año y volverá, en su edición número 27, del 15 al 18 de septiembre del 2005, con ‘El Pollo’ Isra, de nuevo, al frente. Desde que el momento en el que dejó el acordeón a un lado y se bajó de la tarima, tras el concierto del Binomio, que cerró el festival pasado, no lo veo. Así que no alcancé a felicitarlo por trabajar así, buscando la grandeza del festival de su pueblo.

Fotos: Carlos Julio Martínez / Archivo / EL TIEMPO

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