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Cada vez que veo al maestro Rafael Escalona me sorprendo. Por que siempre puede lucir aún más delgado, por lo heladas de sus manos, porque sé el esfuerzo que hace por presentarse impecable, echar sus cuentos y sonreír, como si se saliera por unos momentos de la enfermedad.

Lo he tratado a partir de mi labor como periodista y en los años más recientes he oído más sus historias, ahora entrecortadas. He empezado a lamentar no haber estado más cerca, para oírlo cuando no teía que detenerse de pronto y decir que no podía más.

Me habría gustado oír por horas esa retahila suya, que tanto le gusta recordar, sobre los momentos en los que llegó la inspiración. La mayoría de las obras que hoy damos por clásicas las escribió en sus años de extrema juventud.

Lo vi en noviembre, consciente de su estado, no me lancé a acorralarlo con preguntas. Más bien, lo dejé contar lo que quisiera y me hizo un resumen de su vida que, sospecho, ha debido contar siempre que se cruza con un periodista. Quiso que me quedara claro por qué no cantó, por qué no tocó acordeón y por qué la música fue solo el complemento de su trabajo de 40 años sembrando algodón.

Después me avisaron que estaba en la clínica. Luz Marína Zambrano, su pareja, decía que estaba en cuidados coronarios. Solo después de que superó esa crisis, me dijo lo realmente grave que estaba el maestro. En esos días, recibí una llamada de Laras (Academia Latina de Artes y Ciencias de la Grabación). Querían enviarle un detalle simbólico, alegrándose por su recuperación. Desde el principio advirtieron que era algo sencillo: su fotografía posando con el primer Grammy obtenido por vallenato alguno enmarcada en un elegante cuadro. Me pidieron el favor de hacérselo llegar.

De inmediato llamé a Marina. Me contó que mucha gente había ido a la casa a rezar por la salud del maestro, que los amigos habían estado allí y dijo que leería lo escrito en este blog sobre el maestro durante sus días en la clínica. (Cosa que, aprovecho la oportunidad para decirlo, me dio vergüenza ajena, por la cantidad de comentarios agresivos y, de alguna manera, poco respetuosos con el maestro que dejaron los lectores de esa entrada. Lectores que, la verdad, como público, no me interesan). Ella me dijo que buscaría un momento de ánimo para el maestro para que se diera la reunión.

Comenté lo del detalle con mis colegas de la redacción y sobre todo con un amigo, no relacionado con el vallenato, que me recordó que había personas cuya obra era tan grande y de tal trascendencia que hasta el homenaje más sencillo debería engrandencerse. Porque era su obra, y no las fallas personales que tuviera, lo que había contribuido a la riqueza cultural del país. Por lo mismo, quisimos hacer una reunión, con cámaras de Citytv,en la que no fuera solamente yo quien entregara el retrato del maestro, sino que me acompañara algún amigo cercano y un cantante joven del género. Estaba todo listo para un lunes, Orlando Acosta del Binomio de Oro iba a acompañarnos. Pero dos días antes, el maestro volvió a la clínica.

Nuevamente estaba la tensión. Luz Marina volvía a decir lo que dijo antes: Que el maestro estaba en cuidados coronarios. A los dos días dijo que posiblemente iba a salir a una habitación en el centro médico. Después, que lo llevaría a casa y que buscaría el momento. Y llamó ayer, en vísperas de un viaje mío a Barranquilla. Apenas alcancé a ir allá antes de correr al Puente Aéreo, me acompañó Paola, una periodista de Citytv que quiso hacerle de paso una entrevista. 

Escalona estaba hablando de la denuncia que puso por las regalías de sus obras, de la indignación que le daba ver que en Colombia siempre se repetía la misma historia: personas que habían dedicado su vida a entretener y divertir a la otra gente terminaban sus días sin tener la posibilidad de un sepelio digno.

Después, en entrevista, le dijo a Paola que él no se sentía ni mejor ni peor, que durante su vida las canciones habían salido, habían fluido, contanto lo que veía en su entorno y nada más.

Por supuesto, le entregué la carta de Gabriel Abaroa, presidente de Laras, Escalona preguntó si podíamos publicarla. Del cuadro con su adusto retrato hizo una broma: «El amigo Escalona sí que está delgado ahí» y recordó la forma como le otorgaron el Grammy (de honor) del Consejo Directivo de la Academia, en el 2006, año en que se inauguró la categoría vallenata.El momento resultó tan sencillo como el detalle, sin embargo, al menos para mí, fue emotivo. Como lo fue mi último encuentro con Emiliano Zuleta Baquero, que me tomó de la mano y me dijo: «Ojalá me hubiera conocido joven».Escalona también me dio la mano y prometí vover, de visita, ya no como periodista, en cuanto el avión me trajera de regreso a Bogotá. 

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