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Caminábamos por la carrera séptima de Bogotá y subimos por una de esas calles a buscar el parqueadero cuando vi dentro de un almacén varias pilas de cuadernos. ¿A cómo son?, pregunté. Me respondió uno de los dos hombres que estaba sentado en la puerta, casi sin moverse, y sin dejar de mirar el periódico El Espacio. La verdad es que no me acuerdo el precio exacto, pero me pareció baratísimo. No entré a mirar la calidad de los cuadernos, ni los tamaños, pero me quedé con la duda. ¿Por qué pueden estas personas vender más baratos los cuadernos? ¿Cómo lo hacen? ¿De dónde los traen? ¿Son buenos? La respuesta, por supuesto, debe venir de un experto en la materia. Y uno de ellos es don Germán Sánchez, el jefe de productos escolares de Cafam. El cerebro detrás de la venta de cuadernos en la feria escolar de esa caja de compensación.

Don Germán me dijo una frase que se me pareció más a la de un sabio: «hoy un cuaderno es tan perecedero como la carne de un pescado».

¿Pero cómo puede ser perecedero un cuaderno nuevo? Pues muy simple. Por la moda. Hoy vender cuadernos se asemeja a una pasarela. Tanto, que Cafam tiene una por la que desfilan Laura Acuña, Ana Sofía Henao, Katy Eusse y Johanna Uribe, y detrás de ellas van unos niños llevando cuadernos gigantes con sus esbeltas figuras.

Por supuesto que quien tenga este año un cuaderno con una modelo distinta, o se atreva a llevar uno con la foto del año pasado, estará ‘out’ en los salones de clase.

Y eso, precisamente, es lo que hace que los cuadernos sean más caros. La moda. Y no solo entre los adolescentes. También entre los niños. Por ejemplo, este año se venden cuadernos con tapas de los infaltables Simpsons, pero en poses distintas a las del año pasado. Es decir que su hijo le puede estar diciendo que le compre el cuaderno donde aparece, por ejemplo, Homero con la cerveza en la mano derecha y no el que lo muestra con el bate de béisbol en la izquierda. Porque es que este año la moda es el de la cerveza y no el del bate. ‘Qué oso, papi’.

Y también ocurre lo mismo con los de Hello Kitty, Winnie de Pooh, Ana Montana, Patito Feo y American Choper, por citar solo unos ejemplos.

Es por eso que cuando uno llega a preguntar en dónde están los cuadernos cuadriculados de 50 hojas, el pequeñín siempre agrega… ¿Y dónde están los de Garfield?, ¿y los de Hot Wells?, ¿y los de Meteoro?

Es decir que hace muchos, pero muchos años, dejó de darse la batalla entre las marcas por la calidad de los cuadernos. Ahora todo el mundo supone que es la misma en todos los casos. Y la competencia entre El Cid, Norma, Scribe y D’vinni es por el que logre atraer más el gusto de cada niño. Y por ese camino, el que logre sacarle más platica al bolsillo de los papás.

Esa moda es la que hace que un cuaderno, que se podría vender en 1.000 pesos, pase a costar $8.500 (con las modelos) y hasta 15.000 0 16.000 pesos, si lo quiere con figuritas para pegar, bolsillitos para guardar, afichitos para admirar.

La prueba está en que en el propio Cafam usted puede encontrar cuadernos de $510 y $810 pesos. Sí. Está bien escrito. Menos de mil pesos. Lo que pasa es que estos solo tienen figuritas de florecitas, perritos o leoncitos que no son los que se muestran en Internet ni en televisión. Y vaya usted a convencer a su hijo de que se compre uno de estos, con el argumento de que tienen las mismas páginas y el mismo grosor. Ya lo veré tratando de ganar esa batallita en pleno almacén.

Pero si de ahorrar se trata, hay que dar la batalla. No contra los hijos, sino contra el propio corazón de papá o de mamá. Porque ese es el primero que se derrite con una de esas sonrisitas que le hacen a uno cuando va a comprar los útiles, y con ese abracito y ese ‘te quiero mucho’ que dicen, haciendo ojitos de consentido.

Hay que ponerse una coraza en el corazón. Y cuando la tenga bien, pero bien puesta, se va a dar cuenta de que sí hay posibilidad de comprar útiles más baratos y de calidad.

Recuerdo que el profesor Villacrés, por allá a finales de los años 70, compraba cajadas de cuadernos que vendía super baratísimos en una papelería y librería que tenía en plena plaza del 20 de Julio, al lado de la puerta del Colegio Salesiano Distrital Juan del Rizzo. Y me acuerdo que la gente hacía fila y hasta a veces se iba en multitud contra la puerta, para comprar los útiles. ¿Cuál era el éxito? ¿Por qué vendía tan barato? Pues él compraba cuadernos con pequeños imperfectos, que eran desechados por las papeleras, a veces porque se doblo una hoja, otras porque se corrió la impresión de la contratapa. Es decir, problemas mínimos que para un estudiante no tienen importancia. O no deberían tenerla. A la final son los mismos cuadernos, las mismas hojas, el mismo grosor en las páginas. Me pregunto si aún existirán papelerías de este tipo. Y podría asegurar que sí.

Pero también se pueden encontrar cuadernos de calidad en el centro de Bogotá y en los Sanandresitos. ¿Por qué estos últimos venden los mismos cuadernos que las grandes superficies y más baratos? La respuesta está en la moda. Si a una empresa como Norma se le quedan los cuadernos del año pasado, que este año no van a comprar los niños, porque la moda cambió, los que se le quedaron no deben valer nada. Son como la carne de pescado de la que habla don Germán. Y si no valen nada, venderlos con un 80 o 90 por ciento de descuento para ellos será una ganancia. Le están ganando el 20 o el 10 por ciento a un producto que simplemente se les iba a quedar en bodega.

Y esos cuadernos, los que no están de moda, son los que compran muchas papelerías, de toda la ciudad, del centro y de los Sanandresitos, para venderlos más baratos. Y son de calidad.  

¿Y quien dice que en los Sanandresitos o en el centro no están haciendo lo del profesor Villacrés? A la final, el cliente es el que mira el producto que se va a llevar. Y así como hay quienes, honradamente, como el profesor Villacrés, advertían a sus clientes lo que se iban a llevar, habrá otros que se hagan los de la vista gorda.

Me decía un experto en cuadernos que lo que venden en el centro y en los Sanandresitos también es, en muchos casos, importado, de baja calidad, y que cobran más barato porque allí no pagan todos los impuestos que debe asumir un local en un centro comercial o en una gran superficie. También podrá haber sitios de esos.

Y agregaba que la calidad de los que se venden en las calles deja mucho que desear, porque el papel es de unos 15 gramos menos que el normal, por lo que casi que parecen hojas calcantes. Y que cuando se escribe en ellos, la tinta se corre. Eso también puede ocurrir.

Pero lo que sí me quedó muy claro es que, a pesar de ejemplos como los anteriores, sí se pueden comprar cuadernos baratos y de calidad. En las mismas grandes superficies, y en papelerías, en el centro o en los Sanandresitos. Todo depende del ojo maestro de las mamás (por lo general ellas saben más que uno de esas cosas), que dirá si ese cuaderno es igual o de menor calidad que el que compró el año anterior.

Pero a la final, el ahorro en la compra de los cuadernos depende de lo que en realidad quieran y puedan padres e hijos. Si aquellos pueden darles a sus pequeños los cuadernos de 16.000 pesos, se los darán. Y si no pueden hacerlo, deberán negociar con sus niños. Y si los convencen (les deseo suerte), ahí tienen varias alternativas. La batalla es hasta el final. Vamos a ver quién gana: Norma, El Cid, Scribe y D’vinni, con todo su mercadeo, sus modelos y sus figuritas de moda, o el bolsillo de papá y mamá. Usted decide.

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