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Iba caminando por el centro comercial Titán Plaza y vi a una señora que llevaba a otra en una silla de ruedas. Pensé de inmediato cuánto me encantaría poder hacer lo mismo con mi papá. Llevarlo por un centro comercial en una silla de ruedas y escucharlo hablar de esto y aquello. 
Me sorprendí entonces, porque 15 días atrás ni se me hubiera ocurrido esa idea, porque mi papá andaba por todas partes con una asombrosa vitalidad a sus 84 años, que lo llevaba a querer seguir trabajando en la elaboración de monederos que vendía en almacenes especializados. 
Pensé entonces cómo cambia la vida en un instante. Ese día, en el centro comercial, cuando le compraba algunas cosas que necesitaba en la clínica en la que estaba hospitalizado, tras un infarto cerebral, para mí el mejor de los escenarios era verlo en una silla de ruedas, en vez de perderlo para siempre. 
El mundo se me derrumbó esa noche en que mi hermana me llamó a contarme lo que le había pasado a mi papá. Desesperado tomé el primer vuelo que pude y llegué a su lado al día siguiente. Los médicos nos informaron la gravedad de lo ocurrido. Y entonces empezamos a pensar, todos, en que con nuestra ayuda él va a salir adelante. 
En medio de esa angustia había signos de verdadera esperanza, como los que daba mi propio padre. No perdió la lucidez. Y apenas me vio abrió esos ojos, hizo una sonrisa y pronuncio un ¿ohoooo!’, de alegría. Supe en ese instante que no todo estaba perdido. 
‘¿Cómo está?’, le preguntamos todos cuando llegamos. Y él dice, con perfecta convicción, ‘muy bien, muy bien, muy bien’. Se le alcanza a entender así, a pesar de que no puede casi expresar palabras, y uno se queda atónito al ver esa moral que se da. ‘Vamos adelante’, dijo en otra ocasión. Y a veces él mismo empieza a subir y a bajar el brazo que puede mover y cuenta de 1 a 10, haciendo ejercicios.
Varias veces ha intentado bajarse de la cama porque ya quiere empezar a hacer ejercicios para volver a caminar. 
En otras ocasiones se hace entender para que comprendamos que nos quiere. Al comienzo, con esfuerzo, podía dar besos. Ahora ya le es más difícil. Pero se hace entender y cuando lo entendemos, él celebra subiendo las cejas, abriendo los ojos e intentando mostrar una buena sonrisa. 
A pesar de sus limitaciones, nosotros celebramos cuando amanece más despierto, cuando se ríe, cuando se le entiende una frase, cuando hace un ejercicio, cuando dice una nueva palabra más, y nos tranquilizamos cuando tiene bien la tensión, no se le ha subido el azúcar, no tiene fiebre y cuando respira bien. 
Es cuando nuestra escala de valores cambia. Podemos caminar, correr, gritar, sonreír, saltar, comer lo que queremos, hablar, escribir, abrazar a los demás, darles todo a los demás, como siempre lo hizo mi padre. Y podemos conquistar el mundo si lo queremos. Entonces, ¿por qué no hacerlo ahora, que podemos? ¿Por qué angustiarnos por problemas rutinarios cuando debemos es celebrar que estamos bien? ¿Por qué no abrazar la vida desde ahora?
Twitter: VargasGalvis

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