La sonrisa brilló en el rostro de José Pékerman, justo en el momento en que James Rodríguez estaba llegando a su lado en el banco venezolano. Luego se transformó en un rostro de felicidad cuando se saludaron y cuando Daniel Ospina también llegó a darle un buen abrazo a ese viejo querido que nos llevó a un mundial y nos hizo soñar y vivir la grandeza.

Después llegó otro, y otro, y otro jugador de nuestra tricolor, hasta completar ocho, entre quienes estaban unos que iban a jugar y otros que iban a estar en la banca, en el partido contra Venezuela.

No soy un experto en deportes, pero nunca había visto a los jugadores de un equipo ir a abrazar al técnico contrario antes de iniciar el partido.

Y mucho menos hacerlo con ese cariño tan inmenso que demostraron por ese hombre, padre de muchos de ellos, líder de una selección Colombia triunfadora y verdadero estratega, quien primero se gana el corazón de sus hombres, su respeto, para luego llevarlos por el camino del triunfo.

Ese era el Pékerman que teníamos. El filósofo, el sabio, el que reunía a sus chicos y les hablaba con sabiduría, les llegaba al alma, los llenaba de energía para salir al campo a triunfar.

Los colombianos no hemos olvidado aquel día de 2014 en el que fuimos tan, tan felices, al entrar a los cuartos de final en Brasil; cuando vimos a James recibir el balón con el pecho, bajarlo y sin que tocara la grama, darle un zurdazo que dejó sin aliento a los uruguayos y que hizo explotar de alegría a todo un país. Nuestro amado país.

Gritamos “goooooool” con el alma. Pékerman saltaba de la alegría y al finalizar el partido vimos que, a la entrada del camerino, fundió su cuerpo al de James en un inmenso abrazo. Uno de esos en los que se pone el alma entera y se le entrega a los demás.

Ese es nuestro Pékerman. No olvidaremos tampoco aquel día de septiembre de 2018 cuando James metió otro gol y sus compañeros se le abalanzaron para celebrar, pero él les señaló que no, que lo siguieran más bien. En segundos todos entendieron, corrieron hacia donde estaba el profesor Pékerman y se unieron en uno solo, con el técnico en el centro y con las lágrimas rodando en sus mejillas.

A todos se nos arrugó el corazón, porque sabíamos lo que había pasado: la madre del profesor había fallecido. Y él, allí, junto a la línea lateral, estaba con el corazón roto, pero al frente de sus muchachos, impulsándolos, cuidándolos, con su alma colombiana que lo hizo querer por todo un país.

Él es Pékerman. El nuestro. El argentino de nacimiento y colombiano de adopción que un día vivió la amargura de ser rechazado por muchos de aquellos a quienes bien sirvió, que se tuvo que ir del país por unos necios que se creen dioses, por unos pontífices del mal, por quienes no saben el valor de un hombre, aunque los haya hecho vivir y soñar en grande.

El martes pasado, Colombia entera volvió a saber, a través de esos abrazos a Pékerman, el valor de ese hombre que se ha ganado el corazón de los suyos a punta de sencillez, de amor, de comprensión, de guía, de tirones de orejas y palmadas en la espalda. Un hombre que quiere a los demás. Un hombre al que no dejaremos de querer jamás.

Un abrazo, profesor Pékerman. ¡Un inmenso abrazo!

Twitter: @VargasGalvis

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Dejen quieto a Pékerman

Pékerman, ¡gracias!, ¡inmensas gracias!