Cuando el doctor Jorge Yarce Maya viajaba al exterior siempre llegaba con algo raro. Era el director y fundador de la Agencia Colombiana de Noticias Colprensa y como tal era una consentida a la que se le traían regalos.
Una vez llegó con un aparato que hizo feliz a su secretaria, María Teresa Moreno: un pedal que se conectaba a la grabadora cuando se fuera a transcribir un discurso y con el que se podía hacer pausa, adelantar y atrasar con el pie, para que fuera más fácil.
Otro día vi un aparato pegado a un télex que convertía en texto lo que había grabado en un casete de grabadora.
Pero lo que más nos descrestó fueron los aparatos de la marca Tandy. Los computadores, para esa fecha, no habían llegado a Colombia. Y lo que trajo el doctor Yarce fueron dos teclados con pantalla (sin memoria), con los que los periodistas podíamos reemplazar la máquina de escribir, borrar palabras, revisar, modificar… Nos los peleábamos entre todos.
Otro día, en esos años 80, cuando aún no había asomado por aquí el auge de la tecnología, el doctor Yarce nos dijo: llegará el día en el que ustedes podrán enviar las noticias y las fotos desde cualquier lugar, con total inmediatez. Nosotros solo abríamos los ojos en señal de asombro. Y ocurrió, en la siguiente década.
Todo lo anterior para decir que él fue un visionario. Tanto así, que soñó con que los periódicos regionales de Colombia se pudieran unir un día y hacerle contrapeso a la competencia con El Tiempo y El Espectador, con un plus: que en esa unión pudieran estar diarios liberales y conservadores, que para le época no solo competían entre sí, sino que luchaban por su propia ideología.
Lo logró. Los convenció. Y nació así Colprensa, a través de la cual se fueron transformando poco a poco los periódicos regionales, al tener más noticias nacionales y de otras regiones y, sobre todo, al empezar a publicar información equilibrada que enviaba la agencia de noticias por igual a todos los socios, sin distingo político ni de otra índole. Cambió así la manera de ver el periodismo en aquella época.
No lo hubiera podido hacer sin su carisma, su inteligencia, su visión y, principalmente, su vocación de humanista, su convicción del servicio a los demás, su energía cuando de hacer el bien se trataba y su inigualable don de enseñar con el ejemplo, con su absoluta ética, con su sonrisa, con sus palabras de impulso en el momento necesario.
Hablar con él era una experiencia de vida. Se preocupaba por nuestro futuro, nos impulsaba a seguir adelante, nos guiaba a quienes en ese momento apenas abríamos los ojos al mundo del periodismo y ejercíamos como practicantes de Colprensa.
Hablar con él era llenarse de fe, de esperanza, de ilusión, de sueños, de respuestas.
A él, un inmenso abrazo y un agradecimiento eterno por habernos acogido con tanto cariño desde nuestros nacimientos como periodistas y habernos enseñado esos valores éticos que siempre lo guiaron.
Hoy, sin dudarlo, está al lado de Dios, quien nos lo seguirá cuidando y lo arropará con su manto de amor.
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