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Eso de que las penas se van cantando es cierto. Nos lo enseñó Celia Cruz. Pero el problema es el entretanto. Cuando el alma está arrugada pareciera que esas penas estuvieran tan enquistadas que ni la propia Celia lograría sacarlas de allí.
Pero eso no quiere decir que no se deba intentar. Y lo hice. Me fui para un karaoke con unos amigos, puse mis mejores energías, toda la tarde me la pasé escuchando música para llegar ‘ducho’ y animado y ya, estábamos allí sentados, cuando empezaron a sonar los acordes de ‘Santa Lucía’. 
Luego, alguien cantó la de Shakira: «Mis días sin ti son tan oscuros, tan largos tan grises, mis días sin ti; mis días sin ti son tan absurdos, tan agrios tan duros, mis días sin ti; mis días sin ti no tienen noches, si alguna aparece es inútil dormir; mis días sin ti son un derroche, las horas no tienen principio ni fin». 
No sé qué es lo que tiene uno en la cabeza, que no se conecta con el corazón a veces, y que hace que uno escuche las mismas canciones de siempre, pero esta vez les encuentre un significado como calcado para nuestro sufrir. 
Y empieza uno a sufrir con ellas. 
Un amigo mío se empeñó en ‘Cama y Mesa’, de Roberto Carlos. Y yo la apliqué de inmediato a mi realidad, pensando en ella: «yo quiero ser tu almohada, tu edredón de seda, besarte mientras sueñas y verte dormir; yo quiero ser el sol que entra y da sobre tu cama, despertarte poco a poco hacerte sonreír; quiero estar en el más suave toque de tus dedos, entrar en lo más íntimo de tus secretos, quiero ser la cosa nueva liberada o prohibida, ser todo en tu vida….». 
Pero luego me dio rabia, y casi que cantaba con Paulina Rubio: «Por las buenas soy buena, por las malas lo dudo, puede perder el alma por tu desamor, pero no la razón. / Yo soy toda de ley y te amé, te lo juro, pero valga decirte que son mis palabras el último adiós, el último adiós…». 
¡Y ni se diga el párrafo que seguía! Pero no. Eso no es así. Jamás le diría adiós. Jamás. Le diría que las puertas de la casa, como las de mi corazón, están siempre abiertas, a la espera de su regreso. Un regreso que no se ve venir, pero que es esa luz de esperanza en la distancia. 
Mejor, entonces, es cantar al lado de Andrea Bocceli «Vivo por ella sin saber, si la encontré o me ha encontrado,; ya no recuerdo cómo fue, pero al final me ha conquistado; vivo por ella que me da, toda mi fuerza de verdad, vivo por ella y no me pesa…». 
Sin embargo las lágrimas se atragantan cuando alguien pide a Julio Jaramillo y este nos pone a pensar con su cantar: «Para que se quiere tanto en esta vida,  si querer o no querer siempre es igual…/ si uno se entrega a una mujer con alma y vida, tarde que temprano amargamente ha de llorar. / Para que se quiere tanto para que, si el amor es falsedad, desilusión; que nos hace llorar y padecer, que nos enferma muy ligero el corazón». 
Luego suena ‘Un Gato en la oscuridad’, de Roberto Carlos, y el corazón de uno ya palpita más y más rápido, como si pensara que no va a poder aguantar más la serenidad. 
«Las rosas decían que eras mía, y un gato me hacía compañía, desde que me dejaste yo no sé,  por qué,  la ventana, es más grande, sin tu amor. /El gato que está, en nuestro cielo; no va a volver a casa si no estás; no sabes mi amor, que noche bella, presiento que tu estas en esa estrella. / El gato que está, triste y azul, nunca se olvida, que fuiste mía; más sé que sabrás, de mi sufrir, porque en mis ojos, una lágrima hay…». 
A esas alturas de la velada ya había más de una lágrima que quería salir. Pero uno es fuerte y aguanta. Uno aleja la mirada, mira para el techo, se come los labios y hasta canta con pasión. 
«Querida, querida, vida mía, reflejo de luna, que reía; si amar es errado, culpa mía, te amé; en el fondo, que es la vida, no lo sé», sigue cantando un amigo karaokero. 
Pero no sé por qué uno sigue escuchando y escuchando temas, cantándolos, descubriendo en ellos aquellas líneas que le recalcan que está triste, pero no es capaz de parar. 
Y es cuando a alguien le da por pedir ‘Me dediqué a perderte’, de Alejandro Fernández, una canción hermosa que hasta el momento era una de las que más prefería escucharles a mis amigos. Pero esta vez no fue así. Cuando empezó a sonar me dio un vuelco el corazón, quedé de pie contra una mesa del frente, se me entrecortó la respiración, me sentí como ahogado y reventé en llanto. Porque los hombres somos berracos, pero también lloramos cuando sentimos que el amor se nos diluye entre nuestros dedos. 
Twitter: VargasGalvis

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