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Cuando Ivancito me llamó esa noche estaba hecho un mar de llanto. Casi no se le podía entender, pero quedé de una sola pieza cuando me dijo ‘se perdió Rot’.

A sus siete añitos, su alma estaba inmensamente triste porque su mascota de peluche, un perro rottweiler negro y marrón al que los dos bautizamos como Rot, se le había perdido cuando fue al supermercado con la mamá.

Desde Cúcuta era poco lo que yo podía hacer. Él en Bogotá, aferrado a su teléfono, me explicaba que ya lo habían buscado por toda la casa y no se encontraba. Yo lograba sentir su dolor en la vibración de su vocecita, las lágrimas y el tono con el que me hablaba.

«Papi, tu que rezas, por favor rézale a mi abuelito para que aparezca Rot», me dijo y casi se me escurren las lágrimas. Traté de tranquilizarlo diciendo que al día siguiente podrían ir a buscarlo al supermercado, pero él lloraba y decía que no estaba en el carrito. Igual, la mamá me dijo que iba a ver si se había quedado allá.

Para Iván, Rot es su verdadero amigo fiel. Lo tiene desde muy pequeño y duerme con él. Cuando no lo encuentra en las noches, resultamos todos de rodillas mirando por debajo de sillas, mesas y cuanta cosa haya, hasta hallarlo.

Cuando soy yo quien lo encuentra, empiezo a moverlo de arriba abajo, en la carita de Ivancito, quien con ello entiende que Rot lo está lamiendo porque está feliz por el reencuentro.

Él lo abraza, se mete en su camita, lo pone en su mejilla, y duermen juntos.

Por eso, que se pierda Rot no es un asunto de poca monta. Para Ivancito es un problema sumamente grave, como lo es para todos los niños, a quienes debemos entender y de quienes debemos saber que ven el mundo desde otra óptica, desde el corazón, con sus ojitos inocentes y su alma blanca.

Yo entendí aquella súplica de mi hijo y su férrea fe en Dios, lo tranquilicé como pude y le insistí en la esperanza de que al día siguiente apareciera Rot.

En la mañana recibí la llamada de Alexandra, mi esposa: ‘No lo encontré en el supermercado. Hasta los empleados, muy gentiles, me ayudaron a buscar, pero no está’.

Me dio un vacío en el estómago y me corrió un frío por todo el cuerpo. Solo quedaba esperar a la noche, para ver si se había quedado en el carro que los transportó de regreso al apartamento y que suele hacer servicios en el supermercado.

Todo el día estuve pensando en Ivancito. Y todo el día sentía esos vacíos en el estómago apenas me llegaba siquiera la idea de que no lo volviéramos a ver. Porque yo no podría tener paz si el corazoncito de mi chinito no está en paz.

A las 7:30 de la noche recibí la llamada de mi hijo. «¡Papi!, mamá lo encontró! Estaba en el carro que cogimos. Aquí lo tengo. Gracias a Dios, porque yo estaba muy nervioso. Recé cuatro veces por la mañana y dos veces por la tarde», me dijo.

El alma me volvió al cuerpo. Y el corazón se me llenó de alegría, tan solo de escuchar a mi hijo feliz. Porque la felicidad de un niño no tiene comparación. Y la tristeza de ellos nos destroza el corazón.

Aprendimos la lección: no hay que ceder ante esos ojitos tiernos que le dicen a uno que le deje llevar la mascota al supermercado, o a un parque de diversiones o a donde quiera que vayan.

Ivancito también la entendió y me prometió no volver a llevarse a Rot a ninguna parte, aunque se aseguró de informar desde ya que a la única parte donde lo llevará será cuando pueda viajar al castillo de Mickey en Orlando, pero lo dejará en el hotel para que no se pierda.

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