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Estábamos almorzando en una salita de El Tiempo con el entonces candidato a la alcaldía Samuel Moreno. De manera informal. Queríamos era darnos una idea general sobre la preparación del candidato para manejar la ciudad.

Cuando terminamos el almuerzo me quedé más que preocupado. No solo por las dudas que me quedaron sobre la manera como iba a financiar muchos de sus proyectos, sino por la manera como él se refería a los temas de ciudad. Se le veían vacíos en algunos de los más importantes. Se le veía con muchas ganas de acertar, con muchos deseos de hacer por la ciudad, pero se le sentía algo que no encajaba. Muchas de sus iniciativas se quedaban solo en el enunciado. Y sus respuestas lo dejaban a uno más pensativo que seguro de que el candidato tuviera la razón.

Algunas de las preguntas que le hice las respondió con un agregado inicial: «ese tema es taquillero». Taquillero… No decía ‘importante para la ciudad’. Decía ‘taquillero’. Es decir, que da votos. Que vende. Y cuando uno está pensando en vender, vende. Y cuando piensa en hacer, hace. Y cuando piensa en servir, sirve. Pero el candidato pensaba era en la taquilla.

Pero como una cosa es un candidato y otra un alcalde, después del susto que le debió haber dado el día que ganó las elecciones (es normal que le ocurra a todo candidato cuando ya el electorado lo unge con su voto y sabe que lo que viene ahora sí es en serio), Samuel Moreno empezó a hablar con un poco más de seguridad. Lo vi muy atento a las explicaciones que le dio el entonces alcalde Luis Eduardo Garzón, quien le confesó, en directo por televisión, que a él también le costó un año aprender a ser alcalde.

Moreno y Garzón se sentaron con cada funcionario de la administración anterior y todos le dijeron lo que estaban haciendo y cómo le iban a dejar la ciudad.

Me sorprendió que el alcalde electo hizo varias preguntas sobre unos programas que aparentemente no conocía y que un candidato debía haber conocido con anticipación. Pero esas son cosas que pasan. Y nada malo tiene preguntar.

Después vino el ‘tira y afloje’ con el Presidente Álvaro Uribe. Ese era un duelo de poderes del que, indudablemente, salió perdiendo el alcalde de Bogotá. Un duelo inoficioso para la ciudad, en el que los dos tuvieron culpa.

Y vino luego el episodio del Consejo de Seguridad que convocó el Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, aprovechando que el alcalde estaba fuera de la ciudad. Por supuesto que Moreno entró en cólera, porque un asunto es que el Gobierno quiera demostrar su poder y otro que se le metan en sus asuntos sin anunciar. Pero el alcalde volvió a dar otra batalla con ese tema, e incurrió en un desgaste mayor.

Mientras Santos y Moreno peleaban por quién debía hacer los consejos de seguridad en Bogotá, en las calles seguían apareciendo muertos por pandillas, por venganzas, por atracos. Las encuestas demostraban que bajaba la percepción de seguridad de los bogotanos, que ahora tienen la idea de que hay más peligro a su alrededor.

Y ahí vino, entonces, el otro desgaste de Samuel Moreno: se puso a pelear con todo el mundo por las cifras de criminalidad. Unos y otros sumaron muertos, heridos, atracados, robados y las cifras no le coincidieron a nadie. Y en vez de poner en marcha una política sostenida contra la delincuencia común, el alcalde se aferró a las estadísticas para tratar de demostrar que sí está haciendo algo, cuando los hechos, en las calles, dicen lo contrario. Cuando la gente, en las calles, siente lo contrario.

Al mismo tiempo, Moreno avanzaba con el tema del metro. Esa fue su principal promesa de campaña. Pero, como se dieron las cosas, parece que ese asunto está más que enredado. El alcalde salió feliz de una reunión en la Casa de Nariño y dijo que el Gobierno se había comprometido con el metro. Y así fue. Pero el Presidente le dijo que primero TransMilenio y luego metro. Después de eso volvió a salir muy contento de otra reunión, en la que dijo que Bogotá se unía al Tren de Cercanías. Y que este iba a ser el punto de partida del metro. Pero hasta donde se sabe, esa fue una propuesta de campaña del gobernador de Cundinamarca, Andrés González. El alcalde dice que antes de irse dejará empezado el metro y hay que creerle. Pero lo que me pregunto es hasta qué punto, en este tema, le están poniendo la agenda el Presidente y el Gobernador.

Pero antes de que llegue el metro y antes de que entre a funcionar el Tren de Cercanías, los bogotanos lo que quieren es poder transitar por sus calles sin encontrarse un hueco en cada metro. Y en este sentido sí se ve, se vive y se siente que el alcalde no está presente.

La concejal María Angélica Tovar dice que al Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) le asignaron 922 mil millones de pesos para reparar la malla vial, pero solo invirtió 112 mil millones de pesos en los primeros 10 meses del año. La otra plata se quedó guardada en los bancos. La esperanza está en los próximos tres años, porque el Concejo de Bogotá se aseguró de que en el presupuesto de la ciudad quedaran 1,7 billones de pesos para movilidad. No son estrictamente para arreglar calles, pero sí van a ayudar muchísimo, si es que el Alcalde los invierte.

Cuando iba a escribir este blog, le conté a un amigo que iba a hablar del alcalde. Él, Henry Garzón, furibundo defensor del Polo Democrático y de todo aquello que lo representa, me dijo algo así como ‘pero hay que dejarlo gobernar. Hay que esperar…’. Y sí, tiene razón. Por el momento no hay mucho para mostrar. En los últimos días hemos visto al alcalde muy activo, inaugurando colegios que había dejado planeados Luis Eduardo Garzón; dando regalos a los niños y haciendo muchas otras cosas que, a mi parecer, tienen que ver más con aquello de ser taquillero. Y eso ayuda. Pero falta mucho por hacer. Roguemos más bien que termine este año de aprendizaje y que en el otro, empiece a gobernar con más propiedad, que empiece a mostrar más resultados, que resuelva de manera ágil los asuntos vitales para la ciudad, que se enrede menos y actúe más. Yo creo que sí se puede. ¿O me equivoco?

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