Recuerdo aquella tarde en que conocí a Jeanet. Fue en Tocaima. Llegaron varias personas y no conocí a nadie. Pregunté y alguien me dijo: ‘es la novia de Orlando’. Y detrás llegaron un poconón de chinitos chiquitos y también pregunté: ¿quiénes son? ‘Los hijos de Orlando’, me contestó la misma voz.
Esteban estaba en las mismas. Pero él estaba más despierto que yo. Así que se puso a hablar hasta en inglés con uno de los que, según supe después, era un familiar de Jeanet.
Ese día no tuvimos mucho contacto con Jeanet. Pero después la fui conociendo, poco a poco, y tengo que confesar que mi corazón empezó a quererla cada vez más. Me di cuenta de su sencillez desde el primer momento. Y luego de su calidez.
Y aparte de quererla empecé a admirarla, por esos tres hijos tan nobles que tiene. Porque esa nobleza en los hijos no la puede sembrar sino una mujer berraca, que así como exige da, que tira las riendas y las suelta cuando debe ser, que sin perder su propia nobleza corrige, exige y da, más que todo da, mucho, pero mucho amor.
A mi primo Orlandito, a quien estimo con el alma, le conozco el genio desde que estábamos chiquitos y jugábamos fútbol en La Fragüita. O mejor sería decir que ellos jugaban y yo hacía el papel de que tapaba, pero salía corriendo cuando sentía que me iban a dar un pelotazo.
Yo pienso que mi primo se volvió grande desde chiquito, sin dejar de ser feliz. Porque desde pequeño tomaba las cosas en serio. Fue creciendo y para él su mamá, su papá y sus hermanos se fueron convirtiendo en una responsabilidad que acogió con amor. Y cuando de sacar adelante a la familia se trata, allí está en primera fila.
Es noble, tiene buen sentido del humor y se divierte con Jeanet como si fueran dos tortolitos acabaditos de conocer.
Da ternura oírlos hablar a veces. Se cogen de la mano como dos adolescentes y se divierten los dos como si se acabaran de conocer.
Por eso, desde que los vi juntos por primera vez, me dije que son el uno para el otro. Y desde un comienzo las dos familias se fundieron en una sola.
El sábado, Dios quiso unirlos por siempre a los dos en el sagrado sacramento del matrimonio. Y allí estuvieron, en el altar, jurando amor eterno. Un amor que ya se sabe sincero y que ha brillado desde hace tiempo, pero que hoy está rodeado de todas esas campanillas del cielo que lo iluminan y lo hacen un nidito de amor.
Gracias Dios por hacerlos tan felices. Gracias primo por darnos esta felicidad. Gracias Jeanet por llenarnos el alma. ¡Que Dios los bendiga por siempre!
@VargasGalvis
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