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Siempre me ha gustado viajar. Me apasiona irme y abrirme a la aventura. Para mí, viajar es más que conocer lugares, es ponerse retos, enfrentar la sombra, saber aceptar los inconvenientes, aprender a manejar el cansancio físico y recibir con gratitud las sorpresas del camino. Viajar alegra, pero también puede ser doloroso. Es en los viajes cuando mi espíritu realmente se pone a prueba. En algunos se ha quebrado, en otros se ha fortalecido y brillado.

Detesto los viajes programados, esos que solo permiten bajarse cinco minutos en un lugar, tomar fotos desenfrenadamente y regresar al cómodo asiento del bus. Puede ser una manera más tranquila de hacerlo. Pero los que la eligen se olvidan de caminar a fondo cada lugar y de darse la oportunidad de descubrir que una ciudad, casi siempre, es mucho más de lo que se dice o de lo que otros ojos nos muestran. Por eso le huyo a los tours y me invento viajes que planeo muy poco (en los tiempos en los que vivimos, no planear un viaje parece ser cada vez más arriesgado).

Viajando de esa manera me han pasado muchas cosas que siempre he terminado agradeciendo. Gracias a un viaje terminé una relación que no me convenía, y gracias a otro volví a enamorarme. En un viaje le robaron a mi hermana todo su dinero, pero aprendimos que el mío era suficiente para ambas. En algunos viajes he aprendido a vivir con muy poco, y en otros a entregarme a los placeres y los lujos. Un viaje me conectó con el miedo profundo, pero también me enseñó que es imposible controlarlo todo y que cuando cedo a los caprichos del ego, pierdo mi paz. En un viaje comprendí que la iluminación no está afuera ni depende de la energía de un lugar, y que lo único que tenía que hacer era atreverme a recordar.

Un viaje me enseñó que puedo dormir en una silla, que puedo estar un día sin comer, que los regalos, lejos de un compromiso, pueden ser una alegría, que la libertad consiste en aceptar las cosas como vienen, porque si no se sufre. Un viaje me enseñó que es posible hacer amigos que no hablen mi idioma, que no hay viajes perfectos, que caminando se conoce de verdad, que el silencio es importante, que es necesario confiar, que madrugar no es una tortura cuando se hace con alegría. Viajando aprendí que hay gente que realmente se arriesga y le apuesta a otras maneras de vivir, que todos estamos buscando algo, que todo está bien, que todo siempre está bien.

 

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