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Por: @karlalarcn

Siempre pensé que decidirme a donde quería pasar un tiempo de mi vida, sería una tarea exigente y debería ser rigurosa, pero nunca imagine que tan complicado podría ser. Decidí empezar por lo que no quería a ver si así me acercaba a que podría ser mi elección.

Quería aprender algo, en lo posible un idioma. Si tenía que volver a Colombia, sería ya un plus que tendría para mi vida, me defendía con el inglés, así que no pensaba que fuera el indicado. El alemán, se me hacía muy complicado así que estaba más decidido por el francés, además que seguía pensando en lo que vi en la exposición que fui hacía ya, algún tiempo.

Decidido el país, faltaba decidir la ciudad. Cualquiera pensaría que la mejor decisión sería París, pero buscando en internet encontré una página de un argentino que daba como consejo que si se pensaba estudiar en Francia era mejor empezar por aprender el idioma en una ciudad que no fuera París. El costo y el estilo de vida hacían más conveniente una ciudad intermedia o pequeña para un recién llegado. Me pareció un consejo por demás pertinente para una persona como yo que lo que necesitaba era ahorrar lo que más se pueda. Una ciudad intermedia podría ser Montpellier, al sur de Francia enfrente del Mediterráneo, pero el costo era alto para mí debido a la gran afluencia de estudiantes a esa ciudad. Mirando el mapa encontré una ciudad pequeña cerca de Montpellier: Perpignan o Perpiñán.

Informándome supe que era una ciudad pequeña, clima benigno en invierno, una universidad conocida por recibir estudiantes extranjeros en su escuela de francés y el costo era asequible para mí: el semestre costaba 750 euros de la época. El costo de vida era también llevadero comparado con las otras ciudades. Con 550 euros alcanzaría a llegar a final de mes. La escogí sin pensarlo mucho.

¿El dinero? Siendo sincero no tenía ni idea de donde iba a salir. Mi objetivo estaba definido: me iría a estudiar francés mínimo 6 meses a Perpiñán sin tener recurso alguno, pero tenía algo que se necesita cuando se tiene un sueño en el corazón: pasión por cambiar de perspectiva mi vida. Nunca antes había estado tan motivado por algo, tal vez siempre vivía mi vida de una forma monótona, dejando que las cosas me llevaran sin impórtame controlarlas. Por primera vez tenía pasión por lo que sería el futuro de mi vida.

Según la información de la embajada, me pedían un certificado que en mi cuenta bancaria había 18 millones de pesos, 80 horas certificadas de francés, certificado de inscripción de la universidad donde iría, un formulario y una hoja de vida. Después debería pasar por lo que en ese tiempo – no tanto como ahora- era el karma del colombiano: Pedir una visa con entrevista incluida.

Para el dinero tenía una estrategia: en el patio trasero de mi casa, aún quedaban 2 máquinas que no había podido vender de lo que fue mi empresa. Una empresa de mermeladas que no subsistió a las necesidades familiares. El problema era que las 2 máquinas necesitaban mantenimiento si quería venderlas. En ese mismo instante se me ocurrió algo… la solución estaba en mis manos.

Mis papás después de la crisis que tuvieron entendieron que deberían seguir trabajando y que no podían dar vuelta atrás, prefirieron una vida sin lujos ni comodidades y continuaron con su cafetería para taxistas, así que un día viendo a mi mamá en la cocina, decidí pedirle que me enseñara a hacer arepas de queso. Mi plan era sencillo, si el dinero no viene a mí, yo iría a buscarlo vendiendo arepas por encargo. Fue así como empecé a vender arepas de domingo a domingo, 100 todos los días de lunes a viernes, 250 los sábados y 350 los domingos para entregarlas en casas y almacenes a eso de las 7:30 am. Para muchos fue motivo de burla verme en la calle vendiendo arepas. Los que en momentos de abundancia me llamaban “amigo” eran los que más sentían la mal llamada lastima por verme en mi nuevo oficio. Lo interesante de todo es que no se imaginaban la fe con que las hacía y la sonrisa que me brindaba el solo venderlas.

Aun así, los números no me cuadraban. Tenía que conseguir otra fuente de ingresos para mi propósito.

Un día, mi papá viéndome haciendo cuentas, como el que ve a otro jugarse un par de frijoles en una apuesta, me hizo una oferta. De lo que llegó de pensión me prestaba el dinero para que apareciera en la cuenta con el compromiso de sacar el documento que necesitaba para la embajada y al otro día simplemente devolverle la plata.

Inmediatamente acepté. El dinero que recaudara de las arepas vendidas como de la venta de la maquinaria sería mi « plante » para lo que sería mi vida en Francia. Nunca he podido decirle cuanto le agradezco a mi papá la ayuda que me brindó, pero seguramente el ver todo lo que mi vida cambió es su mejor satisfacción.

En dos meses pude obtener los 2 millones de pesos necesarios para reparar las maquinas. Dos meses después las vendí por 6 millones. Después de cuatro meses tenía 8 millones para empezar mi vida. En ese momento comprendí realmente lo que cualquier persona puede lograr solo al trazarse una meta. Aprendí a convertir un deseo en un objetivo a base de esfuerzo. Nada me detendría.

A tres meses del supuesto viaje contaba con algo más de 8 millones de pesos. Sabía que no serían suficientes y solo tenía una opción, pedirle un préstamo a un banco.

Acudí a una cooperativa de ahorro y crédito que aun existían en 2004 y utilice los 8 millones que tenía para endeudarme en un crédito educativo por otros 8 millones a 36 meses. Una semana después tenía el préstamo aprobado.

Solo quedaba que la embajada me diera una cosa llamada visa.

Como buen colombiano, llegue a presentar mis papeles para la visa con el miedo que probablemente siente el que robo o cometió un crimen. Unas gotas de sudor bajaban por mi frente mientras mi sobre con todos los documentos pasaban por debajo del vidrio grueso de la ventanilla. Llevaba exactamente lo necesario, no tenía muestra de más ingresos, ni propiedades, absolutamente nada, solo contaba con el dinero que pude reunir vendiendo arepas. Una cama y una Tv de 20 pulgadas eran mi único patrimonio. Estaba seguro de que esa información sería útil para mí pero seguramente el cónsul no vería con buenos ojos un potencial vendedor de arepas por las calles de su país.

El funcionario abre lentamente el sobre, era evidentemente francés lo cual predecía una andanada de preguntas en su idioma como nunca las había tenido. Mis temores no fueron infundados.

-¿Parlez-moi, pourquoi aimeriez-vous étudier le français? – ¿Cuénteme, por qué usted quiere estudiar el francés? –fue la pregunta para la cual tenía una estudiada respuesta.

Desde el primer momento que vendí las arepas, conseguí que el único francés que vivía en mi pueblo me enseñara lo esencial del idioma. Mi profe era un francés cincuentón que había cambiado París por el frío de la sabana de Bogotá y su trabajo de guía turístico por el amor de una señora pensionada que conoció cuando ella se decidió por fin viajar de turista por el viejo mundo.  Su paga por dos horas de lunes a viernes durante tres meses fueron 5mil pesos la hora más dos arepas. Una ganga.

-Je connais déjà la langue française et j’aimerais apprendre le français. Premièrement, je pense que la langue française est la plus belle du monde, mais aussi la p… y así durante 3 o 4 minutos.

Seguí la regla que mi profesor me había explicado. Según él, esta regla nunca falla en una embajada ni con una mujer francesa:

-Cuando hables con el funcionario de la embajada de mi país, primero adulación al idioma, segundo interés por la cultura y cierra con adulación al país –dijo él. – ¡esas reglas nunca fallan con nosotros los franceses!

El funcionario que me hacia la entrevista parecía más convencido que yo de lo que le decía. Al parecer mis respuestas me hacían un buen candidato a la visa. Siguió mirando los documentos que le entregue. Miró los diplomas, la carta del banco y en ese momento vi como un chulito de visto bueno se posó sobre el formulario. Sentí un leve descanso. Al mismo momento pensé como nosotros los colombianos medimos de forma irracional nuestros miedos que terminan siendo pendejos y a veces infundados.

-¿Piensa regresar después de terminar sus estudios? –pregunta el funcionario en un español arcaico con la carpeta de documentos ya cerrada. Y en ese momento sale el pendejo que llevo dentro. No sé si le pase a todo el mundo pero en los momentos decisivos sale un « alter-yo » imbécil que siempre va en contra de lo racional y da una respuesta ya sea pendeja o que no ayuda en el momento.

-Claro, no ve que dejó una culebra de 8 millones, además usted sabe que el hotel mamá ¡no se cambia por nada!

No tuve más estupideces que decir mientras el funcionario movía su cabeza hacia un lado como cuando un perrito quiere entender.

-Su visa es aprobada. -Pase en 2 semanas por su pasaporte. -Feliz viaje.

Sentí como si un juez me hubiera absuelto de un crimen que no cometí. La cabeza se llenó de pensamientos, abrí los ojos con sorpresa ante la incredulidad.

Trabajé durante meses a lomo partido por esto, me jodí por cumplir un sueño que nació cuando vi una postal de los Pirineos junto con el Mediterráneo y ahora que lo tenía en mi mano, me daba miedo, ese miedo muy humano, miedo a lo desconocido, el miedo a lo que vendrá.

Existe un proverbio chino que dice que si se le quiere desear mal a alguien, se le debe desear una vida de muchos cambios. Para mí antes que un mal, pienso que los cambios son una oportunidad de crecer, de hacer como el salmón, luchar contra la corriente, contra lo establecido y lograr todo lo que se quiera. Esa era mi lección.

Un 13 de septiembre de 2004 a eso de las 3pm me llamaban a abordar un avión que iba de Bogotá a París y de ahí a Perpiñán. Alguien me recogería para llevarme a lo que sería mi casa. No paraba de abrazar a mis papás, los acompañé en las vacas flacas y ahora que estaban medio gordas, era mi tiempo de encontrar algo más que mi destino. ¡Mi futuro!

El avión de Air France se eleva, se empiezan a ver los techos y las calles de Bogotá, aún con una lagrima rodando, recuerdo que dejo a mis papás, que logré mi sueño, que no importó que me llamaran iluso por creer que me iría a otro país solo con vender dos máquinas, muchas arepas y con una culebra de 8 millones.

Mierda, en ese mismo momento recuerdo que me fui sin dejar la plata para pagar la cuota del próximo mes.

Twitter: @karlalarcn

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