Es muy probable que coincidamos en que, si tuviéramos que identificar los momentos más tediosos de nuestra vida en el colegio, seguramente no dudaríamos en asociarlos a aquellos en los que tuvimos que hacer tareas. Es imposible no recordar con amargura esas noches de hastío, en las que columnas de libros y hojas de cuaderno se apilaban alrededor de la cena familiar. Muchos abogan porque las tareas, terror de estudiantes y padres de familia, sean cosa del pasado.

La pertinencia y utilidad de las tareas se ha vuelto un tema de intensa discusión. Entidades como la Organización Mundial de la Salud y algunas instituciones educativas han advertido sobre sus efectos adversos y han puesto en duda su efectividad y su futuro.

Algunos opositores se han apoyado también en la notoriedad que recientemente ha adquirido el modelo de educación finlandés, que por su enfoque lúdico favorece espacios de aprendizaje distintos al de las tareas en casa y la medición constante. En el ámbito educativo, Finlandia se viene posicionando como la solución a imitar, en parte por ser “el país que eliminó la tarea”.

Ante todo, es importante precisar que esas comparaciones entre modelos educativos internacionales pueden llevar a situaciones engañosas, pues suelen desconocer la complejidad del contexto social y cultural en el que se implementan. Que una estrategia sea exitosa en un país, no quiere decir que inmediatamente lo sea universalmente. Por ejemplo, Corea del Sur, país que históricamente ha liderado las clasificaciones de calidad educativa mundial, se caracteriza por su intensidad, la competición y por contar con un porcentaje de horas de estudio más alto que el de otras naciones.

Para mí, estas contradicciones no justifican necesariamente la desaparición definitiva de la tarea, pero sí plantean una discusión que debe tenerse para su eventual transformación. Aunque creo que este cambio debe darse en varios aspectos pedagógicos y didácticos, revisar qué está mal con las tareas es un gran aporte que nos llevará a dar con las falencias más visibles de los modelos de educación tradicional.

¿Qué debería cambiar?

Un elemento destacado de la Escuela en otros países, es que se contemplan dentro de la jornada escolar, espacios para la resolución de las tareas. Allí, en presencia de sus compañeros y con el apoyo de un instructor, tiene más sentido que se materialice un aprendizaje duradero. El hogar, en donde abundan distracciones y confluyen los horarios y obligaciones de toda una familia, no es el escenario ideal para aprender sobre temas que han debido ser tratados en el sitio de estudio.

Las tareas que nuestros estudiantes están desarrollando y basadas en la memorización de datos, la transmisión de información y la repetición, no tienen mucho sentido. No es positivo ni genera valor que el estudiante se vea obligado a hacer este tipo de ejercicios cuando la información que se le pide reproducir está al alcance de su mano, a través de internet.

Las tareas si deben promover el pensamiento, valorar la reflexión y estimular la creatividad. Si, por ejemplo, sabemos que nuestros estudiantes disfrutan de juegos de video o programas de televisión, por qué no enmarcar estas actividades como una oportunidad de análisis y reflexión. Qué bueno sería una tarea que ponga al estudiante a hacerse preguntas y a desarrollar una postura crítica frente a elementos que le son cercanos y que puede enfrentar bien sea en la televisión o en su consola de juego.

Creo que es aún muy temprano para despedirnos de las tareas escolares tradicionales, pero revisarlas y criticarlas abiertamente, abre las puertas a una transformación más profunda, que debe llegar a las raíces del sistema educativo.

@FDavilaL

Fernando Dávila Ladrón De Guevara

Rector Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano