En los últimos días se ha producido un pánico generalizado por cuenta de un juego viral en las redes al que varias fuentes se han referido como “la ballena azul”. El “juego”, que aparentemente consiste en cumplir una serie de retos macabros que terminan en la muerte, ha sido culpado del suicidio de varios adolescentes alrededor del mundo.

La muerte de una persona joven bajo cualquier condición es perturbadora. Hasta el momento, y con la información que ha circulado en la prensa, es difícil asegurar que existe una relación directa entre esas muertes y el supuesto juego. Para mí la pregunta no es si un “reto” de estas características es capaz de empujar a nuestros niños a la muerte; la cuestión es si estamos inculcando en nuestros niños y jóvenes hábitos sanos de consumo e “higiene digital” y si estamos atentos y genuinamente interesados en sus vidas. Sin duda, detrás del juego, que podría ser sólo un detonador, hay realidades más profundas, complejas y perturbadoras, desconocidas por los padres.

Los padres jóvenes de hoy crecieron en un mundo diferente al de sus hijos. Un mundo sin Facebook, Twitter o Instagram, en el que el Internet era novedoso, innovador, retador y era dominio de unos pocos. Quienes crecieron pensando en las posibilidades de la Red, no podían predecir su impacto y el peso que tendría en la vida de sus hijos.

Ante casos como el de la ballena azul, lo que muchos padres han resuelto es la prohibición. No me extrañaría que, guiados por el pánico que ha circulado esta semana en las redes, muchos padres resuelvan confiscar los aparatos electrónicos de sus hijos y prohibir o limitar su actividad digital. Pero esto es sólo una salida fácil, una solución temporal a situaciones que en muchos hogares no se han resuelto: construir una legítima comunicación con los jóvenes, fortalecer sus competencias afectivas y educar para el uso saludable y acertado de los entornos digitales.

Plantear una estrategia que blinde a nuestros hijos de todos los riesgos a los que puedan estar expuestos es complejo. Pero sí podemos minimizar su impacto si confiamos en ellos, si nos volvemos “compinches” para entender y conocer sus intereses y preferencias y, de una manera concertada, les ofrecemos las herramientas necesarias para afrontar no solo el mundo de Internet sino su propia realidad. Pero aún hoy hay muchos padres escépticos de la tecnología que se niegan a aprender esas nuevas gramáticas digitales que les permitirían acercarse a sus hijos, ya no desde prácticas de crianza anticuadas y prohibitivas, sino desde puentes de comunicación asertiva y de experiencias verdaderamente formativas.

Nos encontramos con padres que no solamente no tienen tiempo para compartir con sus hijos, sino que tampoco están interesados en sus actividades digitales, que sin duda son vitales para cualquier joven. Estos niños, que son temerosos o apáticos frente a sus padres y cuyo entorno los lleva a que hagan uso de las redes sociales, son quienes se sumergen con más facilidad en experiencias ilegales en línea, como una forma de rebeldía o porque no han sido preparados para medir las consecuencias de sus acciones.

Es entendible que nos preocupe la vida digital de nuestros hijos, sobre todo cuando escuchamos noticias tan escabrosas como las que se han contado sobre la ballena azul. Pero debemos entender que no podemos prohibir que nuestros hijos hagan uso de las redes sociales. Pero sí podemos y debemos comprender sus lógicas, sus riesgos y posibilidades para brindarles herramientas para un uso informado, responsable y seguro.

@FDavilaL

Fernando Dávila Ladrón De Guevara

Rector Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano