La historia de la lucha por los derechos de las minorías en Colombia atraviesa por un momento fundamental para la equidad en nuestro país. La reciente caída del referendo que buscaba impedir la adopción a parejas del mismo sexo puede interpretarse como un triunfo de la igualdad. Sin embargo, inquieta la persistencia y el éxito de fuerzas interesadas en desconocer los derechos de las minorías.

Enfrentados a la necesidad de reconocer los derechos del “otro”, algunos sectores han denunciado una supuesta “vulneración de la democracia de las mayorías”. Quienes se identifican con esta línea de pensamiento olvidan que, pese a que una sociedad democrática se construye con la decisión de las mayorías, su objetivo es lograr el beneficio de todos, incluidas las minorías.

El fervor de grupos empeñados en sacar adelante iniciativas discriminatorias amenaza importantes conquistas sociales que se han construido desde procesos colectivos decididos, y con la valentía y el riesgo que supone cambiar paradigmas profundamente arraigados en nuestra manera de asumirnos como país. Abrirle la puerta a maneras no tradicionales de ver el mundo, a nuevas formas de construir tejido social, es ya inaplazable dentro de un estado de derecho.

Sugerir que el espacio propicio para el desarrollo adecuado de un niño es solamente aquel en donde es evidente una figura masculina y una femenina está fuera de toda realidad. Se ha demostrado, con abrumadora evidencia, que las familias de estas características ya no son las preponderantes en nuestros días. Esta postura supondría que la mayoría de los colombianos han sido “mal criados”, pues tenemos innumerables historias de abandono del padre, de divorcios, de niños criados por tías, abuelas, hermanos y hasta por niñeras; o ¿Acaso vemos a hijos de padres divorciados deambulando por las calles o cometiendo crímenes?

La ciencia ha comprobado que un niño que recibe afecto, independientemente de donde provenga, crecerá mentalmente sano; mientras que el que carece de él, es vulnerable ante la depresión, la agresión y el suicidio. Negar a los niños un entorno enriquecido por el amor, por relaciones de apego y cuidado, debido al testarudo rechazo a una condición humana distinta a los moldes tradicionales, no solo es retrógrado sino éticamente cuestionable.

Debemos reconocer que la familia ha cambiado y que se ha recompuesto por cuenta de una sociedad que se cuestiona y avanza. Asistimos a una crisis del modelo patriarcal tradicional, que ha demostrado su fracaso e impertinencia. Al país le hace falta aprender sobre nuevas formas de la masculinidad sobre visiones enriquecidas por la diversidad. Qué bueno sería ver una transformación real de esos padres distantes, autoritarios e impenetrables hacia seres vigorosamente humanos, cariñosos, que compartan sus miedos, sus tristezas, sus errores y sus triunfos y que, con el ejemplo, se conviertan en verdaderos formadores de ciudadanos respetuosos del otro, promotores de la diversidad y constructores de una legítima convivencia armónica.

@FDavilaL

Fernando Dávila Ladrón De Guevara

Rector Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano