No hay duda de que el acuerdo de paz con las FARC ha atravesado y seguirá atravesando múltiples dificultades. Tropiezos, prórrogas, retrasos en aspectos importantes como la dejación de las armas, disidencias y una lista extensa de problemas, parecerían sugerir que el proceso no va a ser exitoso. Esta posición, se ha convertido en justificación de muchos opositores para alimentar una visión peligrosa y simplista de un fenómeno a todas luces complejo.

No podemos seguir pensando que la paz se construye de la noche a la mañana. Se habla de la paz con mucha ligereza, como si se tratara de un fenómeno fácilmente comprensible. Hablamos en trinos y en sentencias de 140 caracteres sobre aspectos profundamente controversiales. Reducimos la paz a escándalos y pronunciamientos. Olvidamos con mucha frecuencia que se trata de un tema de múltiples aristas; una realidad plural, llena de variables que la componen y que requieren de análisis profundos y juiciosos. Por eso es tan doloroso y perjudicial ese discurso sesgado, pesimista e incompleto que prima frente a un proceso que avanza hacia la posibilidad de vivir en paz.

Ese escepticismo generalizado se alimenta de un consumo poco reflexivo de las noticias diarias, de los cubrimientos coyunturales a los que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación y las redes sociales. Por esa manera desarticulada como nos “alimentamos” de controversias, tragedias y desencuentros, no es extraño pensar que el imaginario social sobre nuestras posibilidades de paz sea negativo y desalentador.

Colombia no está acostumbrada a vivir en paz. No hemos aprendido a construir decididamente procesos de comunión y compromiso frente a este objetivo común. Parece que el peso de la violencia en nuestra historia nos inmoviliza y nos impide comprender la verdadera dimensión de lo que hoy está en construcción.

Nuestra relación histórica con el conflicto nos ha enseñado a desconocer al opositor, a eliminar a quien piensa diferente, ya sea físicamente o a través de la lapidación en las redes sociales. No sabemos vivir en paz, no estamos acostumbrados al acuerdo, a la reconciliación y al perdón. No hemos sido capaces de situarnos del lado de las víctimas y de ampliar nuestra lectura sobre el conflicto y sus complejidades. Y de esta situación de incompetencia, son muchos quienes sacan provecho, quienes capitalizan política y económicamente esa fragilidad de una sociedad civil que se dibuja indolente, apática y simplista.

Acercarnos a este proceso con más responsabilidad supone apartar la mirada de la banalización de las redes sociales, de la inmediatez de la agenda mediática y del irresponsable juego de odios, y promover una lectura más crítica y sobre todo más humana de esa realidad compleja y de sus múltiples contextos.

La academia está lejos de tener la misma cobertura que los medios masivos de comunicación, pero tiene la responsabilidad crucial de proveer esos espacios necesarios para una reflexión y una acción legítima frente al reto que hoy asumimos como país: aprender a vivir en paz. No es fácil, sin duda, pero asumimos el compromiso con convicción y sin vacilaciones. ¡Tenemos tarea!

@FDavilaL

Fernando Dávila Ladrón De Guevara

Rector Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano