Colombia figura con recurrencia en los listados de países con mayor número de desplazados internos. La deshonrosa distinción, que nuestro país comparte con Siria, Sudán, Irak y la República Democrática del Congo, es un preocupante llamado de atención a esta sociedad, a la que le ha costado un esfuerzo enorme dar la cara a siete millones de personas que perdieron su hogar por cuenta de la guerra.
Con el proceso adelantado con las FARC, pareciera que muchos colombianos ven en el horizonte una posibilidad de vivir en paz. Pero, aunque este escenario parece tangible, aún queda mucho por hacer para evitar el regreso de la guerra. Todos los colombianos debemos darnos a la tarea de reconocer, desde un sentido profundo de dignidad humana, las experiencias de quienes han sufrido este conflicto; de comprender lo que ha significado para sus vidas; y de asegurarnos que no se repita. Esto solo será posible si logramos superar los escenarios del facilismo, del odio y de la exclusión que agita nuestros días.
Aunque suene a lugar común –y esa es parte grave del problema- es preocupante la situación de pobreza y abandono que muchos compatriotas afrontan hoy, en cuanto al acceso a la salud, a la vivienda, a la educación y a los cuidados básicos. Estas carencias son particularmente críticas para la población desplazada, obligada a trasladarse a ciudades que no solo no están preparadas para acogerlos, que tienen ya bastantes problemas; sino que no han logrado reconocerlos como iguales, como víctimas de una realidad de la que todos hacemos parte.
Valga la pena aquí acoger un concepto que desarrolla la profesora española Adela Cortina, la aporofobia: rechazo al pobre; a ese que no representa para la sociedad un beneficio económico, aquel que no consume, que no hace parte del mercado o de los indicadores de productividad, eficiencia y eficacia. Y es que nuestros desplazados son vistos así por una sociedad acostumbrada a la indolencia de tantos años de guerra y pobreza; vistos como “personajes” de una historia ajena; de una realidad que no ha llegado con su dimensión de tragedia humana a los grandes centros urbanos, que es en donde se toman las decisiones y desde donde se construyen esos imaginarios sesgados e incompletos de una realidad compleja y diversa.
El fenómeno de la exclusión es, sin duda, el germen de la violencia que ha desangrado a nuestro país por tantos años. Y como colectividad debemos asumir la corresponsabilidad en las soluciones. Esto quiere decir, por un lado, salir de nuestra zona de comodidad para reconocer a esta población como vecinos, como iguales, como sujetos de derechos. Y de otro lado, superar esa mirada simplista que circula por los medios y las redes, que ocultan o que relatan con ligereza la verdadera situación de personas concretas, de vidas reales y de los problemas cotidianos que afrontan como desplazados.
@FDavilaL
Fernando Dávila Ladrón De Guevara
Rector Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano