La actividad lectora está cargada de prejuicios: “quien lee mucho es más inteligente que quien lee poco”, “quien lee libros populares no es un ‘verdadero lector’”, “los libros de crecimiento personal son ‘basura’”, “los libros digitales son costosos”. La forma como consumimos libros ha atravesado por importantes transformaciones que obligan a dar un nuevo sentido a la lectura; aparecen nuevas narrativas y nuevas formas de leer que justifican un debate sobre las posibilidades y limitaciones de la lectura en el entorno digital.
En 2016 las editoriales del mundo empezaron a dar cuenta de un fenómeno inesperado: Por primera vez en mucho tiempo, las ventas de libros digitales descendieron frente a las de libros impresos. El formato, que muchos desahuciaron, regresó por cuenta de cambios en nuestros hábitos de lectura. Una de las explicaciones indica que las nuevas generaciones están consumiendo más libros impresos, algo que hubiese sido muy difícil de predecir en los años de la llegada de los smartphones y las tabletas. A muchas personas les gusta “tener el libro en sus manos”.
Otros, temerosos por la irrupción de la automatización en la vida cotidiana y amenazados por los efectos de la adicción a las redes sociales, encuentran en el libro impreso un espacio para descansar de los entornos digitales, que pueden resultar agobiantes y nocivos.
El desprecio intelectual hacia quienes no les gusta la lectura o quienes leen poco, ha sido aplicado tradicionalmente en contra de las nuevas generaciones; hoy esta apreciación ya no tiene sentido. No solo porque sabemos que los jóvenes están leyendo más, sino porque el conocimiento ya no solo reposa en las trescientas páginas de un libro. Padres y educadores debemos deshacernos de la idea que la sabiduría está solamente alojada en tomos gigantescos, guardados en estanterías enormes, detrás de bibliotecas lejanas; hoy hay una variedad enorme de maneras de acceder al conocimiento.
Nuestra relación con la tecnología digital está experimentando un cambio, estamos siendo testigos de un balance en el que las «limitaciones» de los formatos análogos están siendo explotadas para encontrarles un nuevo sentido y las “ventajas» de lo digital son cuestionadas.
Ya no tiene sentido calificar como conflictiva la relación entre lo análogo y lo digital. Una coexistencia pacífica entre estos dos formatos permitirá abrirles espacio a más posibilidades de acceder al conocimiento y, con suerte, disipar las percepciones tan dañinas y divisorias sobre la actividad lectora, recordemos que todos aprendemos de maneras diferentes.
@FDavilaL
Fernando Dávila Ladrón De Guevara
Rector Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano