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La primera manifestación es la misandria. Ese odio o aversión hacia los hombres se da en diferentes escenarios y se manifiesta desde la discriminación, pasando por la humillación, hasta llegar a la agresión o el homicidio. De la misma manera, una segunda manifestación es el odio hacia las mujeres el cual se denomina como misoginia y también puede desencadenar hasta el feminicidio.
Abordemos una tercera manifestación, el odio hacia la homosexualidad o las personas homosexuales, la homofobia, esto ha generado la violación constante de los derechos de la comunidad LGBTI, incluyendo el derecho a la vida. También hay un naciente odio a la heterosexualidad, lo cual consideraremos como la cuarta manifestación.
A estas cuatro manifestaciones se suman los odios que surgen desde la religión, la política, las clases sociales, los gustos deportivos, las nacionalidades y, muy seguramente, usted puede enumerar otros tópicos que generan esta enfermedad del odio en la sociedad, una enfermedad moral que culmina generando tragedias.
Hoy es necesario formar a nuestros niños y niñas en resiliencia, tolerancia, y fomentar en ellos la comprensión y el perdón. Actuar en justicia y enseñarles a obrar siempre desde el amor. Debemos enseñarles qué es el amor y fortalecer su inteligencia emocional, pero recordemos que la mejor manera de enseñar es desde el ejemplo, así que lo primero que debemos hacer es que nosotros, los adultos, cambiemos y demos ejemplo.
La familia y la escuela tienen una responsabilidad ineludible, una responsabilidad que se refleja en la renombrada frase de Pitágoras: “Educad al niño y no será necesario castigar al hombre”. Erradicar la enfermedad del odio es un compromiso de cada uno de nosotros, y aquellos que insistan en actuar desde el odio, tendrán que someterse a la justicia y a la sociedad, aceptando su error, pidiendo perdón y reparando el daño que perpetren.