Manizales – Colombia.
En otra tarde agradable como fueron todas las de la feria de Manizales
se llegó al final al mejor seriado de los últimos años en la capital
del departamento de Caldas. Puerta grande para Luis Bolívar y un Ponce
encumbrado.

Se
lidio un encierro de la ganadería de Ernesto Gutiérrez, justos de
presentación como es tradicional en esta dehesa y con calidad varios de
ellos y los más importante con toreabilidad para los actuantes.

El Maestro Enrique Ponce
dejó en el ruedo manizalita dos muestras más de la torería, señorío que
se enfunda en su humanidad. En el primero de la tarde con cinco
verónicas y una media prendió a los tendidos para lo que sería a la
postre una de las faenas más importantes de la feria. Brindó al público
la lidia de un ejemplar que galopaba, se repetía pero que buscaba los
adentros, noble, bajo de casta y rajadito, toro que acuso el defecto de
echar al final de cada muletazo la carita arriba. Iniciando el trasteo
el ejemplar humilló tanto que dio una vuelta canela. La faena se
construyó a base de temple, tandas suaves sin acosar al astado en las
que la muleta arropó la cara del negro de Gutiérrez sin acosar y si por
el contrario consentir las condiciones presentadas por la res. La faena
tuvo tanta importancia que hizo sonar en el palco alto el pasodoble
Feria de Manizales. La espada no le ayudo y finalmente los aceros se
llevaron las dos orejas que ya tenía cortadas, sin embargo una vuelta
al ruedo bajo una fuerte ovación y sin orejas fue un premio más que
dignificante.

En
el cuarto del festejo frente a otro manso que fue de menos a más, que
duro muy poco y se vino a pique, la sapiencia del Maestro volvió a
relucir, con el percal suaves verónicas, con la muleta un inicio por
doblones, mandones y educativos, señalaron el camino al astado de las
tablas al centro del albero. Una muleta tomándole la cara, ganado
espacio y conduciendo con maestría la embestida son el resumen de la
obra construida por Ponce, incluso tuvo tiempo para ejecutar dos veces
La Poncina. El palco hizo sonar nuevamente el pasodoble Feria de
Manizales. Una faena en la que el torero puso todo, tanto que parecía
que el Maestro hubiese obnubilado a los asistentes al punto que fueron
fluyendo los pañuelos blancos a las manos y no propiamente por las
condiciones del toro sino por lo bien que lo hizo lucir el Maestro.
Desafortunadamente y por segunda vez en la misma tarde los «benditos
aceros» se «robaron» las orejas y con ellas las llaves de la puerta
grande. Una vuelta lenta al ruedo obligada, por el público, un torero
en el centro del ruedo mirando al cielo y luego la cara baja para dejar
rodar una lágrima es la radiografía de la vivido con este astado.

Luis Bolívar,
la cuota colombiana en tan importante cartel, se entretuvo en cortar
tres orejas, para lo cual puso «la carne en el asador», y sus deseos de
triunfo. Con el segundo del festejo dos largas saludaron al burel, un
ejemplar que humilló, galopó y peleo en los montados. Su nobleza y
temple reñían con la falta de fuerza en sus remos delanteros, situación
que logró sortear Bolívar imprimiendo una faena del regusto del
público, casi toda ejecutada en el centro del ruedo y a media altura.
Temple, suavidad y hondura fueron características que depositó el
colombiano en su creación. Su faena tuvo tanto valor que el palco
ordenó a la banda sonara el pasodoble Feria de Manizales,
acompañamiento para las grandes faenas. Mató de estocada y la plaza se
vistió de blanco para pedir los máximos trofeos los cuales fueron
concedidos sin objeción alguna dando el beneplácito para abrir la
puerta grande.

Con
el quinto Bolívar salió aun más ganoso, con el capote mostró variedad,
con la muleta enjundia, valor y mucho decoro frente a un toro rajado
que buscaba tablas, que tenía casta pero poca bravura, razón por la
cual se faena se convirtió en factura de unipases al ser imposible la
ligazón. Mató de estocada y una oreja se sumo al esportón, mientras que
el toro fue pitado en el arrastre.

Cayetano Rivera,
el torero con más pergaminos taurinos en la actualidad completó la
terna dejando en sus andares buen sabor de boca. Verónicas con temple y
mando, muletazos templados y bien ejecutados, son un resumen de lo
dejado por el hijo de Paquirri. En su primero los aceros fueron en
contravía de sus deseos y escuchó ovación mientras el toro era pitado
en el arrastre. En el que cerró la feria el estoque firmó una faena
realizada en su mayoría con la mano derecha y con mucho gusto, la mano
baja se alzó únicamente para sepultar el acero y cortar una oreja al
cierre del festejo.