Bogotá – Colombia. Aun están los aficionados toreando por las calles de
Bogotá luego de la magnífica corrida vivida en el coso de la calle 26
de la capital colombiana. Seis orejas, dos puertas grandes y un buen
sabor de boca quedó para la que será la temporada 80 de la plaza más
hermosa de América.
La verdad luego de lo ocurrido el domingo anterior cuando muy temprano se puso el letrero de no hay boletas y al final vivimos una corrida de desilusión todos, creo, estábamos escépticos o por lo menos muy ansiosos porque las cosas salieran bien, y bien para todos, para el público que había comprado las localidades y estaba dispuesto a disfrutar. Para los toreros que tenían el compromiso de cerrar, no solo la temporada capitalina, si no todo un circuito taurino hincado en la ciudad de Cali en el mes de diciembre y que muchos altibajos había tenido en varias ciudades. Para la Corporación Taurina de Bogotá, que quería, y me consta, brindar el mejor espectáculo posible y para eso habían trabajado todo un año y por su puesto bien para la fiesta brava de nuestro país que a la postre es la más beneficiada con corrida con la de la capital.

Al cierre se escogió una ganadería que sobre el papel brindara a los actuantes garantía de triunfo, Las Ventas del Espíritu Santo, dehesa que cumplió en cuanto a presentación, aunque dentro de los lidiados hubo de diversos pesos como en escalera y la falta de fuerza, de bravura y en algunos casos rasgos de mansedumbre fueron un común denominador. Pero como estos nos son defectos, sino condiciones de los toros de lidia, pues los toreros pusieron en práctica sus conocimientos y exploraron hasta alcanzar a sacar el mejor partido posible en cada caso y tapando las cosas que tal vez no todos pudimos apreciar de fondo.

La terna la conformaron el diestro Pepe Manrique, cabeza de cartel, el mito de los últimos años, José Tomas y el cadencioso «Delfín» Manzanares. Todos con disposición y deseos de triunfo, al igual que vestidos por coincidencia todos de Tabaco y Oro, cosa  por demás rara pero que fue un detalle de la corrida.

Pepe Manrique, cabeza forzada del cartel por su antigüedad, llegó con la meta de abrir la puerta grande de su plaza. Sin embargo no contó con suerte con sus dos astados. El primero avanto, sin fuerza en sus remos delanteros, manso buscando tablas, aunque hay que anotar que con bondad y calidad cuando perseguía los engaños, circunstancia que aprovecho el nacional para dar una dosis justa de respeto por el público, con suavidad y engaños bien templados saco partido por el pitón derecho. Por el izquierdo casi imposible, tan solo cuatro en redondo y sin mucho que comentar. Mató de pinchazo y espada en el Rincón de Ordóñez, para ver silenciada su labor y pitos para el toro en el arrastre.

Con el cuarto de la tarde, uno escaso de bravura, manseando, con calidad al acometer, noble, suave y que dio pelea y se vino de menos a más en su bravura, superando la fractura de las falanges proximales de sus dos «manos», factores aprovechados también con inteligencia por parte de Manrique. La capa fue pegada a tablas, lugar donde el toro se desplazaba mejor. Con la muleta la suavidad del paño rojo ayudó para sacar el mejor partido, por momentos el bogotano por sus deseos estaba muy encima del toro y no daba las pausas que el burel requería, pero retomaba el camino y la emoción se vicia en los graderíos. Trató por naturales que tuvieron menos calidad por las condiciones del toro. Mató de forma esplendida, un volapié perfecto y un chorro de carero que «partió» en dos la animalidad del de Las Ventas. Una oreja paseo por la arena con gran reconocimiento del público.

José Tomas, quien repetía actuación un año más en Bogotá, como única plaza, en nuestro país, dejó nuevamente su impronta torera en el coso capitalino. Sus toros tampoco fueron «peritas» en dulce, con el segundo de la tarde un manso en los montados y que se caracterizo por los arreones que tenía envés de embestidas. A esté Tomas los lanceo con suavidad y mucha verticalidad, lo que hizo explotar la emoción y el jubilo en la parroquia. Delantales y revolera pusieron punto final a la capa bordada. Con la muleta, el temple, la quietud, la distancia y la firmeza fueron la fórmula para distraer las malas condiciones del astado. Fue un faena encimista por la búsqueda del sitio y las cosquillas que tuvo que hacer al toro para encontrar lo que venía en sus carnes. La faena era de trofeos pero el acero rebelde se los negó, al punto que el toro se amorcillo y el verduguillo repetido finiquito el calvario.

Con el quinto el torero de Galapagar salió firmemente decidido a no irse de vacío y se encontró con una res que tenía bondad, recorrido por momentos y que manseó, sobretodo acusando los 530 kilos que lo acompañaban y que fueron demasiado para su casta. A este literalmente podemos decir que Tomas lo exprimió al punto que saco de él hasta lo que ninguno esperaba, ni siquiera el propio ganadero. La capa compuesta por verónicas y media, ejecutadas rodilla en tierras acompasaron y consintieron a media altura la embestida del burel. La muleta, también formulada como remedio, a media alturita, fue desentrañando el recorrido que bien dosificado, con espacios y tiempos justos dejaba brotar una embestida de la que el español sacaba provecho. Su humanidad estuvo a merced del los pitones ofensivos del toro en varias ocasiones y esto también brindó espectáculo, se vivió la emoción del peligro en el ruedo que es lo mínimo que uno espera cuando asiste a las corridas. Tomas cumplió bien y con verdad, toreo, tapó muchos defectos de su oponente, pero lo más importante, hizo oler a cloroformo la plaza. Lo que sintetiza la verdad del toreo. Mató de estocada certera y fulminante, las dos orejas a cuenta gotas fueron anunciadas desde el palco para dar luego una vuelta larga al ruedo.

José María Manzanares, fue el primero en cortar pelo en la despedida y lo hizo con un toro que no se empleó ni en el capote, ni en la pica, no tuvo chispa pero si suavidad, suavidad que se vio desde los primeros lances a la capa. La labor de muleta no la brindó, por las condiciones planteadas por el de Las Ventas. La faena la realizó en el centro del ruedo y con la donosura que caracteriza los trazos de los elegidos del arte. Suavidad, temple y plasticidad fueron cátedras aprendidas y demostradas en la capital por parte del «Delfín» Manzanares. Los dos pitones los probó y por ambos dejó «regueros» de arte esparcidos por la propia boca de riego de la plaza. Fue un faenón de filigranas donde los pintores bien habían podido plasmar cada una de las ejecutorias pues el modelo estaba prácticamente quieto y el toro se acompasaba con esa lentitud. La estocada también fue de póster y los dos pañuelos anunciando los trofeos salieron presurosos y sin reclamo alguno por parte del público. Lo de Manzanares convenció a todos los presentes.

Con el que cerró la tarde, un encastado toro, que junto con el quinto fueron los únicos que pelearon en los montados, la suavidad del alicantino otra vez se hizo notar, al punto que todo parecía fácil de hacer, y también uno quería saltar a imitar al maestro, los espacios y tiempos, como en la música construyeron la melodía del buen torear. La satisfacción era ver por segunda vez en la misma tarde lo planteado por José María. Hubo petición de indulto y tal vez era producto de la euforia, porque no era para tal y así lo entendió Manzanares. Era bueno, sí, sirvió más que sus hermanos, sí, peleó en los caballos, también hay que decir que sí, pero tenía que morir en la plaza y así fue. Hubieses sido las dos orejas si no es porque la espada cayó baja luego de un pinchazo bien señalado y se «robo» uno de los trofeos que ya se estaban asomando por la baranda del palco.
Al final manzanares dio la vuelta al ruedo invitó al ganadero a que lo acompañara y prudentemente él no quiso. Luego a hombros Tomas y Manzanares pasearon los 360 grados del anillo bogotano recibiendo una y tal vez la más grande ovación de la temporada colombiana. En la calle aun se ve gente toreando y ya la empresa ha manifestado que pretende traer para dos tardes al Delfín y si se puede a Tomas para la corrida de los 80 años. Dios nos complazca y veamos nuevamente esta apoteosis.