Medellín – Colombia. Con broche de oro se cerró la Feria de la Macarena
en la ciudad de Medellín. Una puerta grande justa para Manuel Jesús – El
Cid, el timo de una oreja que daba paso al gran portón para colombiano
Luis Bolívar y una muy discreta actuación de Víctor Puerto son algunos
de los detalles de la gran tarde.
Se corrieron astados de la ganadería manizalita de Ernesto Gutiérrez, dehesa que venía de surtir grandes triunfos en su propio patio y en la capital colombiana. Hoy a Medellín trajeron un encierro bien presentado aunque desigual entre sí, sobre todo el último de la tarde que se salía del fenotipo de sus hermanos. El comportamiento fue variado pero como las buenos vinos, cada que salía un más de los bureles el bouquet se iba viendo más y el trago toma cuerpo. El quinto y el sexto le pusieron la marca de buena reserva y el ganadero tuvo que salir al ruedo para reconocer su éxito.
La terna la conformaban Víctor Puerto, Manuel Jesús – El Cid y Luis Bolívar. Cartel que ofrecía garantías para la afición y para la empresa, lo que representó una entrada cercana a los tres cuartos.
El cabeza de Cartel, que venía de tardes poco afortunadas en este mismo ruedo, tanto en el festival como en su corrida anterior, definitivamente se perdió en el intento de saborear el triunfo en Medellín. Con el primero apenas vimos la capa y con la muleta no se acopló. La espada tampoco ayudó y fue porque siempre se salió de la suerte. El que hizo cuarto el capote apenas lo mostró y en la muleta tuvo voluntad pero equivoco los tiempos, los terrenos y la lidia a un toro que aunque manso tenía mucho de donde echar mano para el lucimiento, pues era un manso con pases, de los cuales tan solo le quedaron marcados algunos de calidad y un sinnúmero de pases de galería.
El segundo actuante fue Manuel Jesús – El Cid, el torero de Salteras, que viene imparable, con suerte en los sorteos y con una técnica depurada y magistral. El Cid repitió triunfo. En el segundo del espectáculo el capote desmallado y de manos bajas, dejó ilusionar la mente de los presentes y con la muleta, sobre todo con la mano izquierda no llevó a lo más alto del firmamento para vibrar. El temple, lo primoroso y en momentos la vertical de sus naturales arrancaron los oles del público que lo acompañó durante toda la faena. Una estocada y un descabello hicieron que rodara el ejemplar que le entregó de manos del alguacil las dos orejas.
En su segundo, quinto de la tarde, cuando la puerta grande ya la tenía escriturada salió al ruedo para saludar, quizás a uno de los toros más importantes de la ganadería de Ernesto Gutiérrez. Un ejemplar fijo, noble, con recorrido y son, con trasmisión, en fin con demasiadas y variadas condiciones que se pusieron a las ordenes del sevillano. Condiciones que fueron aprovechadas hasta el punto máximo. Hoy El Cid, que tanto ama a Medellín dejó gravada en la retina de sus aficionados una faena de antología, en la que la pureza del toreo con la mano izquierda hizo historia. Una faena desarrollada en su totalidad en el centro del ruedo. Las tandas fueron largas en el contenido y en la profundidad de cada muletazo. El Cid se partía su cintura y bajaba totalmente estirado su brazo izquierdo para mostrar a Talavartero el camino. La música sonaba en el palco alto y la armonía hacia juego con la sinfonía que Manuel nos estaba brindando. De repente los tendidos dejaron de ser multicolores para convertirse en un blanco ilusión. Blanco que fue avalado por el palco que entregó el pasaporte para que el excepcional toro de Gutiérrez regrese esta misma noche a la dehesa. El Cid al centro del ruedo junto con Manuel y Rodrigo, sus dos pequeños hijos, para recibir, no una, ni dos orejas, sino las dos orejas y el rabo simbólicos de su «oponente».
La terna la completó Luis Bolívar que camino firme y seguro en sus dos actuaciones. Con el tercero, con el capote nos brindó cinco verónicas, tres medias y un recorte de ensueño. Con la muleta las ganas no alcanzaron para cubrir a un toro que se vino a menos rápidamente, que duro hasta las banderillas y que a partir de este momento se quedaba muy corto por el pitón derecho, mientras que por el izquierdo permitía tandas de dos o tres muletazos. Hubo temple en el colombiano. El toro escucho pito y Luis fue silenciado.
En el que cerró la feria, luego del rimbombante triunfo de El Cid, cuando muchos podrían decir que todo estaba consumado, la raza del caleño salto al ruedo para sortear lo que le deparaba un toro que la verdad sea dicha, no era muy buen mozo. Era sanconsito y diferente a sus hermanos, sin embargo, la baja en la belleza no fue ápice para que la calidad que tenia dentro aflorara par brindar a nuestro compatriota las posibilidades del triunfo, y a fe que Luis le encontró ese camino. Con el percal dejó lances bonitos y de muy buena factura. Verónicas y luego delantales para llevar al toro al caballo. Con la muleta los muletazos tuvieron trazos largos y mandones. Embarco, templo y mando. El toro respondió a más y en esa misma medida Luis lo aprovecho. El toro tuvo codicia y repetición y Bolívar firmeza, raza y donosura en sus muletazos. La música obviamente sonó, pero el nacional no quiso escuchar las notas del pasodoble y pidió que sonaran notas de la música nuestra y la banda dejo estallar en jubilo al los tendidos interpretando «que orgulloso me siento de ser colombiano», el de ese momento era otro Luis, era un pincelazo sobre el lienzo del ruedo, cada muletazo seguía al anterior en una cadena interminable de temple. Para este momento empezaron a salir los pañuelos blancos y quizás por un instante dudo y miro al palco, desde donde le dijeron «entra a matar», y sin dudarlo alzó la mano y dejo un espadazo en todo lo alto, lo que se convertía en la firma de una faena de puerta grande, sin embargo, por aquellas cosas que uno no se explica el mismo palco que califico bien a El Cid, descalifico lo hecho por Bolívar y tan solo le entrego un trofeo y la vuelta al ruedo para el toro. Error, error que yo calificaría de timo al torero. Luis cortó a ley los dos trofeos y un presidente cicatero le robo la puerta que ya se había ganado exponiendo sus muslos frente a un toro que fue bueno, pero que no se torero solo.