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Bogotá – Colombia. Con
los ánimos exaltados en la afición que ocupó algo más de tres cuartos
del aforo de la capital colombiana se realizó la primera corrida de la
temporada. Con toros inválidos a los que se les han tapado muchas de sus
falencias por parte de los toreros, la gente logró disfrutar y dos de
los tres espadas alcanzaron la puerta grande.

Redacción: Javier Baquero – Jaba

Bogotá – Colombia. Con
los ánimos exaltados en la afición que ocupó algo más de tres cuartos
del aforo de la capital colombiana se realizó la primera corrida de la
temporada. Con toros inválidos a los que se les han tapado muchas de sus
falencias por parte de los toreros, la gente logró disfrutar y dos de
los tres espadas alcanzaron la puerta grande.

El
cartel tenía mucho interés porque contaba con una terna de quilates. El
colombiano Sebastián Vargas, el español Julián López – El Juli y el
torero galo Sebastián Castellá, todos toreros guerreros y de garantía.

El
cabeza del cartel, Sebastián Vargas dio mucho de que hablar, el capote
voló con mucha presteza, la muleta bien armada, con mando y donosura
fueron el común denominador de las dos faenas del colombiano. Vargas nos
dejó disfrutar de las lidias de principio y casi hasta el final. Las
banderillas que son el fuerte del nacional hicieron explotar la emoción
en los tendidos, sobretodo en los pares a la Calafia, en los que expuso
demasiado para luego gallear en la propia cara de los astados.

Desafortunadamente,
como dice el adagio popular «los médicos también se mueren» y Vargas
que es sin duda el mejor estoqueador colombiano picho sus dos ejemplares
y por este conducto perdió una oreja de su primero con la que la habría
podido completar lo requerido para salir a hombros junto a sus otros
dos alternantes. El público entendió y ovacionó las dos faenas de
nuestro compatriota.

Julián
López – El Juli
, máxima figura del mundo, una vez más ratificó que es
un torero de Bogotá, que su capacidad ya se puede enmarcar en los
niveles de maestro. El capote en manos del torero madrileño dio tela y
suavidad a los toros que le correspondieron sacando lo mejor de las
embestidas de los venteños que fueron flojos y sin fuerza, aunque con
calidad y mucha fijeza. Al quinto, la dosificación de las tandas fue el
secreto que hizo que el toro durara más de lo esperado, pues los kilos
hicieron meya en las carnes de los astados. En su primero fue silenciada
su labor, mientras que en el quinto las dos orejas le dieron el tiquete
al portón de la calle 27. El Juli es y seguirá siendo una figura muy
querida en la capital y él da respuesta a ese cariño con muy buenas
tardes.

La
terna la completó Sebastián Castella tuvo que sacar todo su repertorio
para brindar espectáculo al público. En el tercero de la tarde, primero
del francés, las cosas no iban por buen camino porque el toro no tenía
fuerza ni para sostenerse en pie, lo que generó que el respetable
solicitara al palco el cambio del astado, cambio que no se dio, creando
una bronca que incluso llevó alguna parte de los asistentes a dar la
espalda momentáneamente al francés. Sebastián con mucha madurez y
conocimiento «formuló» una faena de enfermero ya que exprimió hasta la
última embestida del bonito y desafortunado toro. En el que cerró el
festejo se entretuvo en crear una faena en la que el capote y la muleta
fueron instrumentos de escultura con los que esculpió una obra de arte
taurina. Torear es convertir algo amorfo en pintura y eso hizo Castella,
por eso con la rubrica certera abrió también el portón de la 27.

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