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Es un día soleado en Bogotá con una temperatura promedio de 15°C, la brisa pega contra los árboles que rodean la Sede Nacional de la Cruz Roja Colombiana. En el aire se percibe una bruma de emotividad y ansias por conocer a un voluntario que ha portado el emblema de la Cruz Roja y ha promulgado los principios de esta organización humanitaria durante 42 de sus 59 años de vida.

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@Cruzrojacol

Gonzalo Villalobos Carlos muy puntual llega a la cita que nos pactamos con antelación para hablar de cómo ha sido su participación en este Movimiento humanitario. Entra a la oficina y se le ve orgulloso, radiante y con un espíritu que contagia alegría. Toma asiento y se quita un morral grande y pesado en el que carga todas sus lecciones y enseñanzas que transmite a los voluntarios y socorristas que asisten a diario a sus clases.

Este voluntario sereno, de pelo canoso y manos grandes, porta el uniforme de manera adecuada  y con una pulcritud de un veterano de mil batallas, que conoce la importancia del emblema de la Cruz Roja para las personas y su accionar en la sociedad; este no es un símbolo cualquiera, representa esperanza e imparcialidad para la humanidad.

Alrededor de un buen café empezamos a dialogar mientras el sol caía; Gonzalo entre sorbo y sorbo me cuenta las historias que por innumerables días lo han acompañado. Con una sonrisa en la cara me indica que su vida es y gira en torno a la Cruz Roja, desde que tenía 18 años de edad.

El 6 de noviembre de 1985, el grupo guerrillero del M-19 asaltó el Palacio de Justicia. Entre la zozobra de lo que ocurría y la incertidumbre de los disparos y los cañonazos, Gonzalo y un grupo de voluntarios estaban a la espera de poder brindar la ayuda posible como un integrante de una institución neutral e imparcial. El buen uso del emblema, permitió que los socorristas de la Cruz Roja se desempeñaran como la institución humanitaria que estuvo presente aliviando el sufrimiento humano y socorriendo a los heridos.

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Gonzalo y un grupo de 10 socorristas en medio de las balas, gritos, sirenas y llanto recibieron la autorización para ingresar al Palacio de Justicia. “De la mano de Dios, portando el uniforme y nuestro peto con el emblema de la Cruz Roja, ingresamos unas 6 o 7 veces a recoger pacientes;  esa tela sencilla, blanca y marcada con una cruz se convirtió en nuestra única protección, en nuestro “chaleco antibalas”, el cual nos ha salvado en todas las situaciones de crisis que hemos afrontado. La situación era caótica, el nerviosismo estaba a flor de piel y nosotros teníamos la labor de salvar la mayor cantidad de vidas que podíamos. Ingresábamos, recogíamos al paciente y corríamos porque la balacera era impresionante. Los socorristas siempre tenemos un ayuda divina que nos protege y nos tiende la mano desde el cielo para salvar vidas”. Los socorristas que atendían la emergencia estuvieron en el lugar por 3 días; hechos como estos llevaron a la Cruz Roja a establecer protocolos seguros de intervención.

Las instituciones humanitarias y sus voluntarios, nunca saben cuándo va a ocurrir una tragedia, ellos siempre están listos para reaccionar y apoyar a la población. A los 8 días después de los hechos del Palacio de Justicia se anunciaba por los medios una catástrofe natural. Era 13 de noviembre de 1985 y el volcán Nevado del Ruíz hizo erupción, afectando a los departamentos de Caldas y Tolima, e impactando de manera súbita el municipio de Armero. Gonzalo se encontraba trabajando mientras las emisoras de radio reportaban la tragedia “¡Armero desapareció!”. Al escuchar esto, como socorrista de la Cruz Roja Colombiana, se enlistó y llegó a la zona de calamidad. “El panorama era desolador pero estábamos listos y preparados para ayudar y salvar las vidas que podíamos, porque la Cruz Roja es una sola, nuestro Emblema son 5 cuadrados rojos iguales que nos unen a todos”.

Gonzalo con los ojos llorosos y en un tono muy sentido me cuenta esos momentos difíciles que le marcaron la vida: “Armero me impactó de muchas maneras y las historias que viví no se pueden transmitir de la misma manera que las sentí. Aún recuerdo como si fuera una fotografía un pequeño niño que quedó atrapado entre el lodo y las piedras, lo único que lo sostenía eran los brazos de su padre, muerto por la avalancha; para poder salvarlo, debíamos acercarnos desde arriba. Me ataron a un helicóptero y me sostuvieron para alcanzarlo, tocaba cortar las extremidades del padre con un machete para liberarlo; lo salvamos y el niño se me aferró en un abrazo eterno que aún recuerdo y me dijo ‘gracias, no me dejes morir’ yo solo le decía: ya estás bien, estás vivo.” Termina su relato recordando que en medio de esa tragedia nacional, se enamoró de la mujer de su vida “ser voluntario me dio el regalo más maravilloso, mi esposa, con quien he estado casado 23 años”.

Armero le dejó a Gonzalo miles de recuerdos que no se pueden borrar de la piel de un socorrista, pero no son los únicos que han marcado el trasegar de este voluntario. Después de varias tazas de café y en el ocaso de la conversación Gonzalo suspira, toma un poco y trae a colación un recuerdo familiar que lo regocija: “la Cruz Roja y los principios humanitarios son tan lindos que nuestros hijos también pertenecen a esta institución sin que nosotros los involucráramos; ellos ingresaron y también se enamoraron. Ver a mi hijo de 16 años bajar de Monserrate vestido de voluntario luciendo el emblema de la Cruz Roja y sentirlo completo, satisfecho, orgulloso y extasiado diciéndome ‘Papi salve una vida’ es algo inigualable;  eso me movió todas las fibras interiores y me demostró que lo más importante para mí es mi familia y la Cruz Roja”.

Su experiencia como capacitador a nuevos grupos de voluntarios y en cursos de primeros auxilios está enfocada en la prevención: “quien enseña prevención salva vidas, quien aprende prevención salva su vida y eso es lo que hacemos en la Cruz Roja, prevenir y aliviar el sufrimiento. Salvar vidas”. Trae a colación y menciona enfáticamente el buen uso del emblema y lo que se ha ganado por esto: “usar el emblema de manera adecuada nos ha dado ese derecho en la comunidad a que nos reconozcan por el buen trabajo y la calidad del servicio prestado. El emblema significa respeto e imparcialidad”.

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El tiempo se nos acaba y Gonzalo recuerda que tiene un compromiso en su universidad, tiene que salir y las historias son interminables, los hechos de Colombia han estado atados a la Cruz Roja Colombiana durante 100 años, pero antes de irse da un mensaje que trasciende barreras: “el emblema de la Cruz Roja nos abre puertas, nos protege, da vida, esperanza y es el que genera que voluntarios como nosotros salvemos vidas”.

¡Porque a esta hora hay alguien de la Cruz Roja trabajando por Colombia!

 

Escrito por: Sergio Rojas C.                                                                                                                                             Comunicador Externo Cruz Roja Colombiana

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