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Guionista, periodista, coproductor de cine, empresario y escritor de novelas llevadas con éxito a la televisión colombiana, aclamadas y a su vez criticadas, cerebro de producciones nacionales muy controvertidas y censuradas incluso por algunos, pero que definitivamente, no han pasado desapercibidas. Con asiento principal de negocios en Miami y el “inri” de “padre de la narco-novela”, desde la “Magic City” norteamericana ha venido explotando gran parte de su profesión y oficio; perfeccionando y expandiendo, categórica y notoriamente su conocimiento y actividad industrial. Nunca ajeno a los hechos que marcan el acontecer nacional, ni mucho menos el devenir de la humeante realidad política, desde hace aproximadamente dos décadas o más, Gustavo Bolívar ha venido enfilando sus baterías franqueando a diestra y siniestra la carrocería corrupta empujada por la cancerígena dirigencia política.

Oriundo de Girardot, municipio de Cundinamarca, militante de las juventudes galanistas en los años 90 y mano derecha de Enrique Parejo González (quien fuera blanco de un atentado vil perpetrado por el narcotráfico). Ciertamente, desde diversos flancos y a fuego abierto y muy cruzado, ha buscado con recursivas y convincentes estrategias, masificar y encausar – por qué no decirlo – aquella esbelta ola de insatisfacción inmensa existente en la  ciudadanía colombiana, transformada en una enarbolada y fortalecida voz de protesta que, alzándose cual aplastante muralla, no solo le ha cortado el paso a más de una iniciativa retorcida urdida ya sea desde el legislativo, el ejecutivo o desde el poder judicial, incluso, sino que ha aplastado a más de un estamento, estirpe, clan o empresa corrupta enquistada en nuestro paquidérmico estado en su resuelto designio por vaciar las arcas públicas, cualquiera sea la forma escogida por esa depravada tierra que habita esa casta de “seleccionados” ciudadanos que anclan su bandera por encima de la ley que juraron defender y a traición del voto que entusiasta los proclamó hasta el poder.

Bolívar se ha vuelto una especie de adalid en contra de la corrupción en Colombia, corrupción al más alto nivel.

Y tanto se fue apasionando e inmiscuyendo en esa loable cruzada “anti corruptos” que, con una votación significativa llegó al congreso de la república en el año 2018, recompensado por quienes, hastiados de tanto gregario de cuello blanco y jefes de la descomposición estatal, en él vimos su “adarga de justiciero”, la “panoplia del titán” y la “lanza del gladiador” y acérrimo adversario, de las prácticas corruptas que por antonomasia han venido desangrando a la nación desde tiempos inmemorables.

Confieso que, aun cuando voté por Gustavo Bolívar al senado, nunca estuve de acuerdo con que llegara a la política, para mí este espectro es comparable con un insondable miasma de aguas infectas y en constante descomposición. Sin embargo, para él y otros la confrontación directa con los paladines y paradigmas de la corrupción en este país debía darse desde adentro y no de otro modo, aún cuando lo que venía haciendo antes de ungirse senador, lo venía haciendo extraordinariamente bien, sin exponerse demasiado y lo mejor, sin correr el riesgo de contagiarse de aquella inmunda y “célebre” toxina encapsulada en el poder parlamentario.

Bolívar como congresista no lo ha hecho mal a mi modo de ver. Estoy seguro que ya entró a engrosar esa muy estrecha y restringida lista (casi que inexistente) de senadores que, hallándose aún ad portas de culminar su periodo como legislador, todavía no ha defraudado a su elector. Gustavo Bolívar Moreno quiere liberar a Colombia de la clase corrupta, de la hegemonía politiquera, del depravado quiste clientelista y del mafioso forúnculo amiguista. Es lo que ha dicho, y lo que ha demostrado. Pareciera que fuera lo suficientemente consecuente con esa “épica” y nutrida consigna, hasta ahora.

Muchos, seguramente, pensarán distinto; y verán en Gustavo Bolívar parte del germen que se busca erradicar, simplemente porque ya pertenece a ese turbio cosmos desde el primer día en que pisó el capitolio nacional. Imaginarlo siquiera como “el gran Bolívar”, adalid y “redentor” patrio, antítesis de la raquídea corrupción (parlamentaria) en Colombia, les parecerá un vulgar exabrupto. Una utopía absurda.

Tampoco es mi intención graduarlo de senador ejemplar (no existe tal figura en nuestro país) o de insigne modelo de pureza, vacuna o antídoto contra la descomposición política criolla, en absoluto. Pensarlo si quiera por un segundo es odioso. Simplemente, advierto en él, mucha consonancia entre lo que juró atacar en campaña (una campaña que empezó hace décadas reitero, y eso pesa) y lo que ha perseguido en su ejercicio político, cuando no politiquero. Más allá de lo que muchos con suficientes argumentos o no, puedan llegar a afirmar.

Pero lo se muy bien, “una paloma no hace verano”; menos en un apestoso sumidero como lo es nuestro parlamento. Y vaya si con creces, Gustavo lo ha vivido hasta el ahogo, probablemente.

Y, claro está, que nuestro Bolívar “de acero y hojalata” se ha equivocado. Y si esta columna no hiciera hincapié en ello, hedería.

Para mí, por lo menos, el “florete” de Bolívar se encorvó perdiendo filo cuando azuzó, tal cual como lo hizo de la mano del otro Gustavo (Petro) -de quien muchos dicen él Gustavo (Bolívar), es su escudero- la protesta durante aquél rojo y espantoso mes de abril. Vivo aún. Abril bañado en excesos y oprobio; perverso y turbulento. Tan digno de no repetir. En esa parte perturbadora desbordada de vandalismo, abuso policial, saqueo, fuego, muerte, caos, bloqueos y una enjundiosa y ruin desgracia, que aun hiede a muerte e infamia.

Me desmarco tajantemente de la forma como los Gustavos de algún modo coadyuvaron a que la fiebre se propagara. Fiebre desbocada y letal. La arenga se volvió sedición, la protesta, válida en todo su espectro, se volvió una abominable, homicida y suicida insurrección. La marcha mutó en bloqueos, y la voz gallarda del pueblo hastiado del reino criminal y corrupto que nos regenta, se transformó en un vulgar y grotesco motín, encapuchado y sediento no de justicia y virtud, sino, únicamente, de sangre y fuego.

Desafortunadamente, ese ejército manumisor que incitó el “Bolívar desnudo” (hago clara alusión a la campaña publicitaria “¿Por qué siempre son las mujeres las que se desnudan?’” que desnudo, hizo Gustavo en el 2005) a cuyo llamado acudió un número inmenso de valientes y buenos “soldados” que, arropados en su fervor consciente y colectivo, salieron a defender con pundonor y solamente con su palabra como escudo y su grito como hierro, una causa considerada siempre justa y necesaria. Aupados en su imponente y numerosa presencia buscaban hacer sentir con estentórea voz y enérgicos coros su infinita insatisfacción (hasta ahí todo perfecto), volcarse masivamente a las calles e inundarlas de millones de almas gritando al unísono “¡fuera corruptos!”… prometía ser la antesala de algo más encomiable. Pero no, esa tropa garbosa fue profanada por un vandalismo puro y duro que todo lo contaminó. Y cuando ya todo se trastornó y desfiguró, y la horda de incendiarios había posesionado su burda y caótica estrategia asesina, no se hondeaban ni izaban banderas distintas a la muerte y la desolación. Y de la imagen del “Bolívar redentor” pasó Gustavo a ser el “Bolívar instigador” de masas iracundas, infecundas y exterminadoras.

Miles se apartaron del fatídico giro violento y patibulario que adquirió la marcha. Y entonces lo señalaron como uno de los culpables y conductores de aquel “desmoronamiento” de toda una nación. Que de haber el paro -en su más crítica y condenada fase- durado 1 mes más, ineludiblemente, no solo la institucionalidad se hubiera desplomado del todo, sino, insisto, todo un país se hubiera desahuciado y reventado por completo.

En fin, una diversidad de fuerzas oscuras, criminales y rastreras permearon la marcha, degradaron hasta más no poder el horrendo paro y, desafortunadamente, ya por acción ora por omisión, Bolívar pasó al cadalso.

Vendrían otras salidas en falso más, unas más sonadas y reprochables que otras, trino va, trino viene, seguidores disparados y detractores, también.

¿Habrá o no paraíso con Gustavo Bolívar?, ¿Traerá su “pandilla” guerra o paz a Colombia?, muchos nos preguntamos a diario…

Hacer hincapié en cada pelea que ha casado (no siempre en contra de los corruptos porque todas ellas son dignas de hilaridad y elogio) sería extremadamente tedioso y la columna se iría a pique si es que hasta ahora no es solo ruinas ya.

¿Se montará triunfante Gustavo Bolívar en el corcel que lo llevará a abrirle paso a su impasible tocayo hacia la tan codiciada y denostada presidencia de la república?

¿O será él, el “caballo de Troya” que llevará a palacio una frustrante revolución como la que devino fatal el pasado mes de abril?

¿Usted qué opina?

 

Amanecerá y veremos…

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