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No solo hace falta experimentar un evento cuyo impacto resulte irremediable para sentir que uno se rompe en mil pedazos. Cualquier situación -por más sencilla que parezca- puede desencadenar un inesperado y fuerte impacto, de esos que lastiman el corazón, que hacen que uno siente que se desvanece, que se muere, literalmente.

La verdad es que nadie está preparado para lo que la vida depara, porque no hay nada más impredecible que ella. No se le puede llevar la contraria, de hecho, la cuota que pagamos al habitar este mundo y lidiar con tantas situaciones es precisamente esa: nuestra vulnerabilidad ante lo inevitable.

Estamos atravesando por unas semanas colectivamente difíciles. Cuesta saber, pero también el no saber. Se hace difícil equilibrar el estar informado y al mismo tiempo protegerse ante numerosas noticias desgarradoras, porque de alguna u otra forma hay que seguir adelante, con la moral no tan rota. Cuesta sentirse lejos, impotente y vulnerable ante el sufrimiento y el horror que miles de millones de personas están viviendo actualmente en medio de un conflicto despiadado, inhumano y que parece no tener fin.

La guerra no nos es desconocida, así como tampoco lo es el hecho de reconocer que hay bastante maldad, odio, venganza y rencor; que hay personas sueltas por ahí, cuyas intenciones y acciones solo han logrado destruir la vida de otros y, sí, llenarnos de miedo. Pues en nuestro país también hemos cargado con una historia de dolor y violencia que todavía se trabaja por superar.

Cuesta también asimilar la idea de que aun con los progresos y la evolución, en este planeta sigue existiendo tanta crueldad. ¿Por qué se siente que entre más “avanzamos” más retrocedemos? En particular, ¿Cómo se puede explicar la hostilidad y los ataques en contra de los niños y niñas? Apenas están comenzando a vivir, a explorar, a aprender, a tener sueños, pero sus mundos ya se ven más que destrozados.

Queda la sensación de que cada día se entiende menos al mundo, a lo que pasa en él.

En estos días he estado preguntándome qué pasó con la humanidad, con nuestra empatía. El dolor ha acompañado nuestra historia humana y personal. Todos, en algún punto, lo hemos experimentado de diversas formas, en especial ese dolor que se siente en el pecho y en las entrañas. Pero, es que hay situaciones que no tienen comparación. Por eso es que a veces es difícil enfrentar esta realidad que compartimos como seres humanos, a pesar de las diferencias geográficas y culturales.

Decidí volver a estas letras después de mucho tiempo, de casi cinco años sin escribir. Estuve bloqueada, navegando en las incertidumbres de mi mente y corazón, y enfrentando los inesperados momentos que mi vida trajo. Tenía obligatoriamente que ver las cosas desde otro punto de vista y desarrollar en mí otros aspectos que, a nivel personal, son mucho más importantes.

Así, después de tantas situaciones que me han roto en mil pedazos y de volver a florecer quiero escribir hoy sobre el dolor, porque me ha traído mucha paz. Me ha permitido aprender que es uno de los mejores aliados en nuestra existencia, porque nos obliga a perder, a vernos con las manos vacías y a tener que comenzar de ceros, muchas veces sin saber por dónde. Es como si este permitiera sentir que tenemos el poder de detener el mundo, de olvidar su movimiento, simplemente para poder sacar, liberar y después descansar. Algo así como escapar.

Pero, ¿Qué es lo que rompe?

Es muy difícil responder a esta pregunta porque eso depende de cada persona, de sus percepciones y sus experiencias de vida. Pero, entre algunas razones, especialmente de las que hacen sentir que el corazón se desgarra por dentro, me atrevo a nombrar las siguientes: Perder a los que amamos, que jueguen con nosotros, que las cosas no se den como esperamos, el rechazo, el abandono, dejar ir o no tener oportunidades, las injusticias, la violencia, las traiciones, sentirse sin un rumbo ni dirección, que se rompan las expectativas…

Creo que también rompe el hecho de darse cuenta que muchas veces en la vida cargamos con nudos que no logramos desatar, sino que, por el contrario, vamos acumulando mientras pretendemos seguir la vida como si nada, logrando solo intoxicarnos por dentro.

El dolor me ha hecho más sensible y me ha permitido acércame más al arte. Este ha nacido precisamente de ese lugar recóndito al que el ser humano viaja cuando lo pierde todo, cuando se ve en la nada. Por eso, son innumerables los libros, películas, canciones, pinturas y demás creaciones artísticas que hablan sobre esto: sobre la magia que hay cuando todo se rompe y no queda nada.

Todo esto para decir hoy que vale la pena lanzarse a la aventura de reconstruir las piezas.

Podemos estar rotos, pero podemos enmendarlo. ¿El fin de esto? Ser primero nuestro propio hogar y, luego, ser paz para los demás. Creo que eso es lo que siempre hemos necesitado en la humanidad, y que ahora necesitamos más: ser paz. Como me dijo recientemente una de mis mejores amigas: “somos lugares y pocas personas hacen el trabajo de limpiar la casa, de remover y empezar”.

Entre lo que más me ha permitido sanar ha sido entender que es normal que las cosas no salgan como se espera, que el edificio por el que tanto invertimos y construimos se puede derrumbar frente a nuestros ojos en cualquier momento, que no es bueno ir con tanta expectativa por la vida. Lo único que uno consigue enredándose en los mismos nudos del dolor es enfermarse, torturarse y perderse del regalo que es el presente, el hoy, que es precisamente lo que se nos da cada día para cambiar nuestro rumbo.

En este momento de nuestra historia en que gran parte de nosotros está en más sintonía con la idea de trabajar en sí mismos, de ir a terapia, de tener responsabilidad afectiva e inteligencia emocional, de cuidar los vínculos e intentar que sean más reales, qué alentador es saber que al menos sí se puede ser un lugar seguro y habitable para alguien, después de serlo para nosotros mismos.

Necesitamos sanar más y seguir en este mundo con la esperanza y el amor vivos, aunque tantas situaciones horripilantes se salgan de nuestro control. Pues son la venganza, odio y resentimiento los que está acabando con el mundo. Así que no hay que callar, no más, no ahora. Hay que hablar, en especial de este tema, porque el dolor o nos ayuda a mejorar o nos hunde más en un camino sin fin.

Seamos nuestra mejor versión, sanemos, la vida es muy corta y el tiempo va muy rápido.

“Somos lugares y pocas personas hacen el trabajo de limpiar la casa, de remover y empezar”

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Periodista y Comunicadora Social de la Universidad Externado de Colombia, narradora de historias y actualmente estudiante en Turquía. Amante de los idiomas y con la intención de nunca dejar de aprender.

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