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Por A. Moñino

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Estos buitres del micrófono vuelan en círculos con la mirada bien enfocada y el olfato atento en busca de la que puede ser una presa que no represente mayor resistencia. Viven a la espera de una mínima grieta por la cual puedan inyectar su veneno, hacer el daño y huir tranquilos, sin siquiera lavarse las manos. Han hecho de su trabajo una trinchera para repartir irresponsables adjetivos y hasta acusaciones que pocas veces sustentan, pero se escudan en altos índices de audiencia en un país en el que ya sabemos qué tipo de medios lideran los listados de popularidad, a pesar de su muy cuestionable calidad.

 

El deporte nacional ha recorrido un camino casi milagroso en el que muchos han profesionalizado su labor y los resultados destacados a nivel mundial ya no responden a un talento descomunal y una vida desordenada, como en “gloriosas” épocas anteriores, sino que ahora ha llegado un necesario equilibrio en el que jóvenes talentosos han aprendido que con trabajo pueden potenciar las virtudes innatas y aprovechar sus cuartos de hora para ser los mejores en lo que practican, muchas veces, incluso, a pesar de su nocivo entorno. Y los resultados, claramente, los hemos podido ver en los últimos años.

 

Pero el periodismo deportivo, a pesar de todo, carga todavía un lastre que dificulta mayor progreso. Atados a esas prácticas parroquiales de amiguismos, de chovinismo, de blandir el micrófono como una espada con la que deciden a quién “ajustician” o quién es digno de su misericordia y simpatía, siguen estos nefastos implantando veneno en un medio que no los necesita. Estos dinosaurios son parte de lo que se debe extinguir para que el deporte pueda dejar atrás lo que lo estanca. Por supuesto, sumado a la necesaria sucesión de los directivos que de la misma forma corroen al deporte desde adentro, en el que encuentran una mina de oro a costa de los mismos deportistas.

 

Poco extrañaría a este país los ataques personales, las sutiles o casi siempre descaradas sugerencias de quién debe o no ser técnico, qué jugador o cuál otro merece su bendición o cuál su condena, qué directivos deben ser defendidos aunque sus gestiones hayan sido por lo menos cuestionables. Nadie necesita la alharaca endiosada que impide que las cosas cambien, ya suficiente tenemos con los mercachifles del talento que entierran el deporte nacional, como para que encima de eso haya que soportar a los profetas del desastre, los que siempre ganan cuando todos los demás pierden, pero que asimismo las pocas veces que hay triunfos no tienen reparo en encaramarse en ese bus de la victoria.

 

Por fortuna el periodismo deportivo tiene nuevas generaciones que parecen ecuánimes, sensatas, analíticas y seguramente menos destructivas, voces que van emergiendo, sin tanto amarre sospechoso, y que pueden ayudar a que algunas cosas cambien, porque muchas de ellas, como se han venido haciendo, se han hecho mal y el periodismo tiene su cuota de responsabilidad.

 

Ya va siendo hora de que den un paso al costado, que se dediquen al arte country o al golf, si es que el monumental ego que tienen cabe en un campo de golf. Ya cumplieron su misión en otras épocas, pero que permitan que los nuevos tiempos sean distintos, mientras las generaciones actuales construyen el nuevo periodismo lejos de críticas amañadas y ataques personales, cosas que lo único que han logrado es estancar el deporte, a pesar del talento que tienen los deportistas nacionales.

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