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Por A. Moñino

climaco

 

Clímaco Niño se despierta temprano con el sonido del televisor que funge de despertador, ese antipático artefacto que obliga a dejar la cómoda tibieza de la cama para enfrentar la temperatura polar con la que amanece la ciudad últimamente. Aunque no apaga el televisor, Clímaco prende la radio para informarse, indignarse junto al periodista de turno y lamentar los incendios forestales que anuncia la radio por todo el país.

Aunque el sol ya está iluminando todo poco a poco, por una costumbre casi automática, va prendiendo las luces de todo el recorrido en su camino hacia la cocina para tomar un vaso de agua. Bebe el agua, aprovecha y prende el fogón eléctrico para que cuando vaya a calentar su arepa del desayuno no se vaya a tardar demasiado en estar lista. Va al baño porque debe afeitarse, pero piensa que mientras lo hace puede ir ahorrando tiempo y abre la llave de la ducha a la espera de que el agua alcance la temperatura perfecta para cuando él se meta. Diseña con cuidado su bigote con la máquina de afeitar mientras sus oídos reciben sin atención una mezcla del ruido del agua cayendo y al fondo el radio y el televisor, aunque por ahora no ponga atención a nada distinto que el delineado de su bigotico.

La fría temperatura de la mañana se apoderó de él y lo único que espera es llegar a la regadera que ya empezó a botar vapor. Aprovechando la cómoda tibieza del agua, se para bajo la ducha hasta estar casi dormido de nuevo, pero recuerda que no puede llegar muy tarde al trabajo y 20 minutos después sale del baño. Se viste y va a comerse las frutas que compró un poco más costosas de lo habitual. Pone a calentar su arepa que tuesta rápidamente gracias a que Clímaco, muy previsivo, tenía el fogón prendido desde hacía más de 30 minutos.

Mientras se lava los dientes, recuerda apagar el televisor y la radio, deja el grifo abierto y procede a hacerlo; termina de alistarse y sale, aunque un par de luces se le quedaron encendidas. Se sube al carro que está impecable, pues religiosamente cada domingo sale en camiseta esqueleto y chancletas, pone a reventar la canción “Agua Caliente” en versión vallenato y lava el carro con una buena manguera a presión. En su recorrido de 20 cuadras, en el ya habitual trancón que le toma en promedio 50 minutos para llegar a la oficina, se lamenta al ver el cielo opaco y al respirar un aire cada vez más denso. Por fortuna, puede ir escuchando a todo volumen la música que prefiere porque siempre va solo, pues eso de compartir ruta no es para él y siempre se escabulle cuando en la empresa hablan de carpooling.

Llega el medio día y Clímaco saca el pollo sudado que lleva en un recipiente de icopor envuelto en varias vueltas de plástico para evitar que se riegue, junto con los cubiertos desechables que renueva a diario, para evitar la pereza de tener que estar lavando loza todos los días. Para sorprender a algunas compañeras, porque Clímaco es el chistoso de la oficina, destapa un pitillo arrugando el papel que lo contiene y luego va vertiendo gotas de agua sobre el papel haciendo que este se despliegue como un gusano, un truco casi infantil pero divertido. Las compañeras se ríen, y entonces Clímaco decide enrollar los extremos del pitillo y pedirle a una de ellas que le pegue en la mitad haciendo un ruido fuerte que parece divertir aún más a todas. Son cinco compañeras y a cada una le repite el truco; usa 5 pitillos en el chiste. Luego comentan el plan de fin de semana y Clímaco, extasiado, les cuenta que vio el documental Magia Salvaje. Lo único que tiene por decir al respecto es: “Colombia es una chimba, somos de los primeros en biodiversidad”.

Deciden salir a comerse un helado y con paso lento juguetean con el carné que cuelga del cinturón, mientras tratan de esquivar el sol picante y la temperatura que ha subido inusualmente, por supuesto les parece insoportable el calor que nunca antes se había experimentado en la ciudad. Aunque todavía no han terminado el helado, tienen que regresar rápidamente a la oficina, pues el humo del incendio de la montaña cercana ya empezó a invadir la calle; no tienen tiempo siquiera de botar la servilleta del helado en una caneca y la tiran por el camino.

Termina la jornada y Clímaco se monta de nuevo a su carro, en el cual tendrá que pasar la próxima hora metido. Entonces prende un cigarrillo que le ayude a mitigar el insoportable trancón, pero ve un policía de tránsito a lo lejos y entonces bota la colilla por la ventana, antes de que puedan ponerle una multa. Recuerda que debe comprar algunas cosas, entre ellas las botellas de agua que nunca pueden faltar en su nevera, y para en el supermercado del que minutos después sale cargado de bolsas plásticas, casi una por producto, y sorprendido por el costo escandaloso de los alimentos.

Abre la puerta, en la cocina descarga las bolsas y en su camino hasta la habitación va prendiendo todas las luces a su paso, menos las que ya había dejado prendidas desde la mañana. Como es frecuente se quita la camisa y las medias y, para no acumular mucha ropa sucia, las mete de una vez en la lavadora que se llena de agua y empieza a trabajar para lavar las medias, camisa y calzoncillos del día anterior, nada más. Se sienta a ver televisión, un par de novelas y por último las noticias. En ellas hablan nuevamente de la sequía en el país, de embalses desabastecidos, de incendios forestales en varias regiones, de asesinatos de osos de anteojos, de incrementos históricos en la temperatura, de urbanización de reservas ecológicas, etc. y Clímaco, entonces, se indigna y sólo atina a decir: “el medio ambiente está vuelto mierda, es que la gente no colabora…”

*Foto tomada de https://www.flickr.com/photos/xomiele/4824711225

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