«Cualquier cosa puede volverse santa/si se le reza lo suficiente».
M.A.
Para empezar, ofreceré mi reseña del más reciente libro de la genial escritora canadiense, para que los lectores entren en su inquietante mundo, si es que aún no lo han hecho:
‘Los testamentos’
Margaret Atwood
Salamandra
En la distópica ciudad norteamericana de Gilead, el sistema imperante funciona mediante los recursos socorridos de toda dictadura, a saber, propaganda, terror, y una rígida estructura social organizada así: las Econoesposas, que solo sirven para parir; las Esposas, que son apenas atributo transitorio (por no decir desechable) de los Comandantes; las Criadas, que remplazan en todo a las anteriores; las Marthas, que hacen todos los oficios y fungen de informantes; las Suplicantes, que aspiran a ser peones de la dictadura; las Perlas, que van a Canadá a reclutar muchachas, y las Tías, que son las más abyectas al régimen y cuyo nivel de perversión las hace perfecta representación de Madame Mao y su banda de los Cuatro de la Revolución Cultural China. Lo que viene a ser el Estado Mayor de Gilead, lo conforman, los Comandantes, que tienen el poder para machacar a quien quieran; los Ángeles, que son como la policía, y los Ojos, que serían como las cámaras con las que se controla a la sociedad hoy en día. Todos obran, según ellos mismos, obedeciendo la voluntad de Dios.
La trama se centra en el plan que se fragua desde afuera para infiltrar la estructura fascista, debilitarla y provocar el fin de la utopía. La novela, igual que sus predecesoras ‘El cuento de la criada’ y ‘Por último el corazón’, no es más que una inteligente y filosófica alegoría de lo que ha ocurrido en el siglo XX bajo distintas formas de Gran Hermano y una inquietante advertencia del peligro de los mesianismos, y de lo que se puede ocultar detrás de discursos políticos y religiosos que ofrecen salvación.
Haber tenido la oportunidad de conocer y escuchar a la escritora que mejor muestra las distopías y utopías de nuestro mundo (mediante un género conocido como literatura de especulación), es algo que no tiene precio. Sus agradecidos lectores disfrutamos de su agudeza y picardía en dos eventos (en mi caso tres, con la rueda de prensa) que se programaron en le Centro de Convenciones de Cartagena, dicho sea de paso, con lleno a reventar, y con presencia de una docena de mujeres ataviadas con la túnica roja y el capirote blanco, a guisa de sus personajes, las criadas.
Es una mujer de porte, que lleva su vejez con mucha dignidad, vitalidad y elegancia. No se puede negar que inspira cierta reverencia, fácilmente puede intimidar. De su arrolladora lucidez dan cuenta las ideas que expresó en sus intervenciones, de las cuales algo reproduzco a continuación:
«Trump está gobernando para la clase que lo eligió, que es la clase que se apoya en la Biblia para todo, y que lo escogió por su falta de inteligencia, para poder ponerlo al servicio de sus intereses de clase. Y lo está haciendo bien. No se pueden quejar, porque ha sabido ir quitándoles derechos a los inmigrantes, a los desclasados y a las mujeres».
«No escribo en contra de la religión, sino en contra del uso de la religión como fachada para la tiranía. Son cosas diferentes».
«No escribo sobre nada que no haya ocurrido en la Historia del mundo, y en determinadas circunstancias puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar».
«En mi libro, las mujeres se unen para atacar a otras; acusan a las demás para librarse de ellas; aceptan roles que les permitan tener poder sobre otras. Eso no es imaginación mía, pues es lo que se ve en la era de las redes sociales, que favorecen la formación de enjambres».
«El aborto tiene que permitirse, porque, de no permitirse, las consecuencias pueden ser peores. La prohibición del aborto significa que el Estado tiene potestad sobre la mujer y su privacidad. Pero esto no solo le ocurre a las mujeres; también ocurre a los hombres, con el servicio militar. El Estado los obliga a prestarlo. Sin embargo, hay una diferencia significativa: a los hombres se les da todo el sustento necesario para prestar el servicio, mientras que a las mujeres no. Entonces, si el Estado va a obligar a una mujer a tener —y criar— un hijo que no desea, debería al menos proporcionarle todo lo necesario para esta tarea; debería garantizar la estabilidad, y que nunca padezca precariedad».
«En los años cincuenta, yo era una adolescente, y esa fue la edad de oro de la ciencia ficción y la ciencia especulativa. Yo leía muchos de esos libros. Leí a Huxley, a Orwell, a H.G. Wells, y otros contemporáneos. Después leí a autores como Ray Bradbury. Posteriormente, me volví estudiante en Literatura, y estudié el periodo victoriano, que estaba lleno de muchas utopías, lo que significaba que, para el imaginario de entonces, las cosas siempre iban a mejorar progresivamente. Al principio del siglo XX, y especialmente habiendo ocurrido la Primera Guerra Mundial, cada vez era más difícil escribir sobre utopías. Se volvió menos creíble. Entonces la gente dejó de escribir que el mundo iba a ser maravilloso. Seguían escribiendo cosas así para revistas, pero no en novelas. Y después de la Segunda Guerra Mundial, se volvió aún menos posible. Y además, era más difícil de creer que Europa era la cima del desarrollo humano y cultural. Y no debemos olvidar que las grandes dictaduras de esa época empezaron como utopías. Por ejemplo, en el casos de los bolcheviques, se creía que el único objetivo era asesinar a todas esas personas, y después de eso llegaría la edad de oro. Con Hitler fue igual. Claramente se equivocó. Por ende, sospecho siempre de aquellos demagogos que prometen soluciones rápidas y fáciles, sobre todo si implica que se asesine a un grupo de personas».
«No puedo pensar en escribir una continuación, porque no tengo mucha vida por delante».
«Todo invento humano, tiene un lado bueno, un lado malo y un lado estúpido».
Lo primero que hice cuando me le pude acercar, fue ofrecerle como recuerdo dos páginas del periódico con sendos homenajes que le hice. Eso la llenó de alegría y vi que los atesoró enseguida, al punto de que logré que me regalara autógrafos en todos los libros que tengo de ella, que no son pocos. Y mientras autografiaba también los que mi hijo le presentó, y accedió a tomarse fotos, le dije la siguiente frase, con todo la sinceridad del mundo. Gracias, Margaret, por regalarnos el fiel retrato de la sociedad enferma en la que vivimos.
Fotografías y apoyo en traducción y edición Alejandro Parra Guzmán.
Comentarios