El nuevo libro de Vargas Llosa, ‘Medio siglo con Borges’ (Alfaguara 2020), es un reciclaje de contenido ameno y enriquecedor, que en conjunto nos acerca a la figura y la obra de Borges desde tres perspectivas, cada una con su formato: reportaje, crónica y ensayo. Los dos primeros nos dejan ver al Borges empírico (del cuál el mismo Borges dudaba), Borges respondiendo preguntas a un joven entrevistador Vargas Llosa; Borges aclamado, premiado, condecorado y justipreciado en el mundo entero, visto como un ser casi irreal, como una superstición. Borges en la soledad de su habitación acompañado de su angora Beppo (tocayo del gato de Lord Byron), en una austeridad monacal, que contrasta con su celebridad; Borges repartiendo mandobles y lancinantes diatribas contra académicos acartonados, escritores vanidosos y, sobre todo, contra los políticos: “¿Cómo admirar a seres que se pasan la vida poniéndose de acuerdo, diciendo las cosas que dicen y (con perdón) retratándose?” Y por ahí derecho, Borges fungiendo de filólogo, de vikingo extraviado en el siglo XX, de crítico literario excepcional y de inigualable comentarista (si no hermeneuta) de los versos de otros poetas. En fin… un Borges de tal multiplicidad, que pareciera como si fuera a él a quien se refería Spinoza cuando hablaba de una sustancia infinita que tomaba infinitas formas.
Ya puesto en modo ensayista, Vargas Llosa, en veinte páginas, nos da un ejemplo demoledor de cómo se escribe un ensayo sobre la obra de un genio sin ningún acudimiento a la insufrible jerga académica, con envidiable claridad conceptual y riqueza de vocabulario (como siguiendo al mismo Borges en eso de que tantas ideas como palabras) y, sobre todo, con la autoridad de quien lee las obras (con mucho juicio) y no lo que otros han comentado sobre ellas.
Se equivoca quien crea que Vargas Llosa hace un panegírico, pues no deja de señalar las máculas del genio (que las tiene todo genio). No deja pasar por alto, por ejemplo, el carácter abstracto de sus personajes, muy alejados de la vida humana, de lo mundano, como tampoco el desdeño de Borges por el género que justamente es el predilecto de Vargas Llosa: la novela. Claro que ahí quedan empatados, porque asimismo Vargas Llosa desdeña el género predilecto de Borges: la literatura fantástica.
Y respecto a la política (que Borges llamaba tedio), Vargas Llosa sostiene que el ciego ilustre no era tan ajeno a ella como parece; pero que en cambio pelaba el cobre, no solo con lo que a veces decía sino con lo que hacía:
“Es verdad que cuando Borges llamó “caballeros” a los miembros de la junta militar, y fue a tomar el té con ellos a la Casa Rosada, era todavía en los comienzos, antes de que la represión alcanzara las dimensiones vertiginosas que tendría luego. Más tarde, sobre todo a partir de la diferencia de Argentina con Chile sobre el Beagle, tomó distancia con el régimen militar y lo censuró acremente, pero esta toma de distancia fue tardía, y no lo bastante diáfana como para borrar la desazón tremenda que causaron no sólo en sus enemigos, sino también en sus más entusiastas admiradores (como el que esto escribe), sus largos años de adhesión pública a regímenes autoritarios y manchados de sangre. ¿Cómo se explica esta ceguera política y ética en quien, respecto al peronismo, al nazismo, al marxismo, al nacionalismo, se había mostrado tan lúcido?”
El libro del Nobel nos introduce al mundo del creador de ‘El Aleph’ con un poema (forma literaria nada usual en Vargas Llosa) que resume su vida. Como colofón, tal vez alegórico, el escritor peruano muestra a Borges montando en globo; pero antes de que Borges se eleve del todo nos lo trae de vuelta con este ameno libro.
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