Todos estamos en vilo, queremos entender qué pasó. Sé que muchos, y me incluyo, despertamos en medio de la noche y repasamos la pesadilla de nuevo. Le damos vueltas en la cabeza, como si desde ahí pudiéramos resolver el misterio, y hasta darle otro desenlace. Pero no solucionamos nada, solo fracasamos en nuestro intento por comprender. No subestimemos nuestra necesidad biológica a darle una explicación a las cosas, es simplemente una forma de control, así somos.
Sin embargo, siento que lo más honesto en este momento es el dolor. No las explicaciones. Porque algo en todos muere cuando pasan estás cosas. Hace poco leí sobre las enseñanzas de Viktor Krankl, el siquiatra que vivió en los campos de concentración durante la dictadura Nazi. Allí vio morir a su familia y a su mujer. Viktor logró salir con vida de los campos, en donde aprendió las diferencias entre la felicidad y el sentido de vivir. En los campos, no fue feliz, sin duda fueron momentos tortuosos. Pero en medio de la adversidad, él logro darle sentido a su vida. El sentido habla de la compasión, del servicio, del propósito de vivir. La felicidad es una emoción pasajera, que nos hace sentir bien cuando las cosas salen como queremos. Es una emoción deseable, claro está. Pero la vida no sería la vida, si nos perdiéramos de darle un sentido al dolor. Viktor lo llama merecer nuestro dolor.
Estoy dispuesta a entregar felicidad a cambio de sentido. Quiero tomar lo que pasó y evaluar mi vida y cómo me relaciono con los demás. Como educo a mi hijo. Quiero ir más allá e incomodarme, quiero darle profundidad y verdad a mi existencia. Si elijo esto, también elijo la siguiente reflexión:
En todo este asunto, hay una parte que falta. Podemos entender los hechos, ya los medios nos dirán exactamente qué pasó. Pero estamos juzgando la conducta de un hombre. Monstruo, sicópata, asesino. Todo esto es correcto, sin duda estas palabras describen su comportamiento. Por su conducta, él morirá en la cárcel. Pero de Rafael no sabemos nada. ¿Quién era? ¿Por qué lo hizo? Algunos conocían su fachada, ¿qué había detrás? Brené Brown, la investigadora de la vergüenza, nos previene de caer en esta trampa: la de creer que somos la vergüenza de nuestros actos. ¿Aplicará esto también a Rafael? Hago estas preguntas no para exonerarlo ni justificarlo, faltaba más. Simplemente, creo que si miramos más allá de la conducta, de la ira y el miedo que sus atroces actos nos generan, vamos a entender mucho más sobre nuestra sociedad, y donde estamos fallando. Ahí encontraremos las historias de exclusión social, clasismo, violencia de género y apatía. Las historias de nuestro diario vivir, mucho más cercanas que la conducta de un desadaptado. Si contestamos estas preguntas estaríamos aprendiendo algo valioso, algo que vale la pena, estaríamos mereciendo nuestro dolor.
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