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En las ciudades no solo nos saboteamos organizándonos por clases o castas denominadas estratos, que nos ubican geográficamente y que determinan nuestras relaciones, expectativas y modelos a seguir; sino que, como si eso no fuera suficiente, también nos clasificamos por lo que sabemos o no hacer, de tal modo que escribir este blog en un computador puede ser más valioso que limpiar un apartamento, o que dibujar una casa sea ‘mejor visto’ que construirla…

Hace un tiempo se me ocurrió la idea, en este plan de la vida en el campo, de construir mi casa con mis propias manos, recursos y conocimiento. Un plan proyectado a tres meses que contó con el diseño de mi hermano menor (ingeniero), las recomendaciones de mi hermano mayor (que fue ebanista), mis cálculos presupuestales (periodista) y un sin número de consejos de familiares, amigos y varias personas que se sumaron a esta idea fascinante.

Menciono que nos auto saboteamos porque en ese proyecto, que ya está por cumplir 2 años y aún no termina, por supuesto que he vivido todas las posibilidades para sentirme tonto, incapaz, débil, lento, etc. por cosas que, como se suponía, no tenían que ser difíciles ni valiosas. Si el conocimiento de poner un ladrillo se valorara como una especialización o una maestría, las cosas serían muy distintas.

Así que, aun cuando mi posgrado no ha valido un peso para este proyecto, he podido experimentar diferentes tipos de frustraciones que me han llevado a cuestionar, justamente, esos criterios de sociedad citadina. Como la frustración de no lograr en los 3 meses ni siquiera las bases de la casa, la de no tener la fuerza para mezclar cemento uniformemente, la de no tener idea de cómo empalmar y asegurar la madera, la de no tener energía eléctrica para usar máquinas y en cambio tener que hacerlo todo a mano….ah, y sumen la frustración de que, pese a haber practicado por años en un colegio técnico la forma de cómo cortar, sea inevitable que el serrucho o la segueta se desvíen de las líneas de corte en la madera verde, torcida o anudada.

Ahora, en un sentido más profundo, también tuve que frustrarme por otras cosas: separarme de la persona que más he amado y entender que este (el de vivir en el campo) era un proyecto individual y no de pareja, afrontar el no poder avanzar en la obra por la llegada de la pandemia, ver que esa falta de avance hizo que la madera se torciera y la casa empezara a inclinarse, no tener un carro para transportar material y tener que pagar sobre costos, sentir el frío del páramo hasta los huesos en cada viaje que hacía en la moto para llegar al lote… y bueno, podría agregar cosas que suelen ser más comunes como el saber que mientras más asciendes profesionalmente menos tiempo te queda para hacer lo que sueñas o saber que, a pesar de ganar más dinero, el tiempo no te alcanza para disfrutarlo… esas ideas del éxito ¿quién carajos las inventó?

A propósito, hay otra lista de frustraciones que pueden ver aquí.

De modo que he podido comprobar, sin proponérmelo, que es muy duro pa’l citadino no solo entender el valor del trabajo, sino entender que en un mundo donde todo el ‘conocimiento’ se valora más, no seamos capaces de construir ni nuestro propio techo.

Por supuesto, no digo que debamos volver a las cavernas y que no sea importante el desarrollo, pero quizás nos hace falta a muchos un poco más de suciedad, sudor, dolor y frustración y menos tutoriales en YouTube (aunque son muy útiles) para ver más allá de nosotros mismos. Hay que separarnos de las pantallas, reconectarnos con nuestro cuerpo y nuestras capacidades básicas y así, a pesar de que quede chueca, valorar más esa casa, esa vida, esa pareja, familia, comodidad, etc., con la que podemos contar.

Nota: Mi casa no ha terminado así que más adelante escribiré sobre el proceso de construcción. Por ahora les dejo algunas imágenes de esta aventura.

 

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