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La semana pasada, mientras caminaba bajo 30 grados por el puerto de Tel Aviv (Israel), me encontré con Uri Schneider, cofundador de TVibes, una empresa que desarrolló una aplicación para grabar videos en tiempo real desde el teléfono celular y almacenarlos en la nube (o sea en internet) a manera de red social; a todas luces supera al cada vez más viejo Periscope (herramienta similar), y con tan solo cuatro personas. En jeans, camiseta y tenis, como si se tratara del Marck Zuckeberg israelí, me contó la clave de su negocio. “No es por el dinero, se trata de hacer lo que me gusta”.

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A sus 25 años, Schneider logró que un fondo de inversión le aportara un millón de dólares para la expansión de su proyecto. Su historia es similar a la de cientos de jóvenes israelíes e inmigrantes que llegaron recientemente a la capital para sumarse a un ejército de innovadores. Estos aprenden programación computacional para desarrollar originales aplicaciones y luego promoverlas a inversionistas en el mundo. Es como si se hubiera creado la profesión o el oficio de las start up para la gente de esta generación.

Es sencillo, o al menos así pareciera, en esa ciudad sembraron, con la ayuda del Gobierno, un ecosistema de la innovación y el emprendimiento; las universidades promueven e inspiran a los jóvenes a crear y a hacer realidad sus sueños. Hay espacios por montones de coworking (alquiler de oficinas con aceleradores empresariales), y se realizan encuentros mundiales como el ‘Start Up Tel Aviv 2015’, al cual asisten los mejores emprendedores del mundo, junto con los voceros de las principales compañías tecnológicas.

En el escenario de las ‘start up’ en Israel (así es como se les denomina a las ideas de emprendimiento transformadas en compañías), convirtieron las antiguas bodegas en modernas oficinas, al mismo estilo de Silicon Valley, con mesas de billar, videojuegos y generosas cafeterías, tal y como sucede con empresas como Google, Facebook y Twitter. Sus visiones de negocio no se limitan a un simple desarrollo en hebreo, sino que, por el contrario, hablan de conquistar desde Europa hasta Latinoamérica, y ofrecen versiones en inglés, portugués y español.

Y tiene todo los méritos que un país que ha tenido que dedicar los últimos 60 años a defenderse de algunos de sus vecinos–por no decir que toda la vida, con apenas una población de ocho millones de habitantes, un territorio de 22.100 kilómetros, un Producto Interno Bruto (PIB) de 280.000 millones de dólares y un PIB per cápita de 35.000 dólares, haya logrado posicionarse como una fábrica de conocimiento.

Colombia tiene mucho por aprender en esta materia, y podría decirse que ciudades como Medellín llevan ventaja, pero enfrentan grandes desafíos. Hay entidades como iNNpulsa que resultan la esperanza del país en materia de innovación, y que merecen todo el respaldo. Caso parecido de Icetex y Colciencias, los cuales facilitan educación e investigación. Qué bueno sería tener nuestro propio ‘Silicon Valley’. ¿Será que no somos capaces? Yo creo que sí.

Horus, el caso colombiano

Juan Manuel Ramírez Montero / @Juamon / www.egonomista.com

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