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Supongo que a nadie gustan más estos días en Colombia que a Fenalco, y a los artesanos y vendedores de la calle 53. Y a los decoradores de vitrinas, con poco por vender durante las demás fechas del año, y con una vida de 10 meses consagrada a noviembre y diciembre.

Hay quienes han soñado noches y días enteros con las primas de vacaciones y con la posibilidad de dejar de soportar, al menos por un par de días, cortos, como pequeños premios de consolación, los dictámenes abusivos de jefes descorazonados.

Comienza a sonar el promocional canto navideño de “Caracol por sus oyentes formula votos fervientes”, el de “RCN a todos sus amigos les desea todas, todas, todas las felicidades”, el “felicidad es todo aquello que se brinda sin reservas” y otros más que por su deficiente producción no han conseguido quedarse en nuestras memorias. Cantidades navegables de alcohol se vierten en copas y vasos, y se entrechocan cristales de alto y bajo cuño.

Pavos La Paz y los pocos expendedores de pólvora que aún hoy sobreviven pese a la persecución oficial saben que ahora tienen todo por hacer. Rodarán las ensaladas de papa y mayonesa por toneladas, así como los simétricos buñuelos y la natilla instantánea. Algunos comienzan a celebrar desde hoy con Cariñoso, otros con Veuve Cliquot. Por alguna razón escribimos más ‘merry christmas”, que ‘feliz navidad, quizá porque de algún modo la alegría en inglés se nos antoja más universal.

Entonces nos damos cuenta del inminente final del año por anticipado. Como si ya no nos quedase un segundo más como para hacer algo distinto a los balances de rigor, y abrazarnos en torno a la navinieve y el fuego de una festividad que no siempre sentimos.

Ya desde octubre los centros comerciales comienzan a estar atiborrados con la lluvia de icopores simulando nevadas, y con renos y antílopes, y obesos padres y madres noeles de mejillas sonrosadas por el frío polar.

Algunos añoran con fervor los bingos y los karaokes y los juegos efectuados en las fiestas empresariales de fin de año, por lo general llevadas a cabo en el Club Campestre El Bosque, Colsubsidio, en Bosquechispazos o en el Super Camping las Palmeras. Aspirarán a ganarse el minicomponentes de la rifa, la nueva batería de ollas Imusa, o las dos noches en el Decameron de Santa Marta.

Los árboles rodeados de regalos adquiridos a crédito serán la alegría del 24 y la tristeza de los 24 meses siguientes, cuando los menos solventes han optado por diferir el pago a plazos extremos.

Ese ése el único día donde, quizá envueltos en esa embriaguez espiritual que abraza el manto de las festividades, ricos, pobres y aspirantes a cualquiera de las dos condiciones se unen sin temor, porque la navidad así lo quiere.

Entonces hay abrazos a destiempo y confesiones y confianzas desmedida. Y muchos altos ejecutivos terminan la faena ayuntándose con secretarias, a la vez que mensajeros hacen lo propio con ejecutivas senior, conductores con promotoras de ventas y viceversa, en una romántica democracia sólo provocada por la ingesta de destilados y añejos y la inconsciencia decembrina, al día siguiente aplacada por una suerte de resaca estética y social, y por un torrente de chismes que volarán en todos los sentidos.

El caso es que en este último tercio de año alternan los brillos del sol con azarosos colores grises de lluvia. Lluvia o sol que sirven de ambientación a las ideas fijas sobre los planes que nunca se ejecutarán, las lamentaciones desconsoladas de ‘mamá, dónde están los juguetes’, el muy consciente ‘me perdonan que me vaya de la fiesta’ con el bueno del ‘burrito sabanero’ como un eterno diálogo entre cosas que se quedaron por hacer pero que ya no se harán, pero qué le vamos a hacer.

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