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Esta semana leímos a Rafael Díaz-Canel, presidente de Cuba, diciendo que en su país hay suficientes “revolucionarios” para defender la constitución. Cuba tiene un gobierno autodenominado revolucionario que lleva 62 años en el poder… entonces, cabe preguntarse ¿cuánto dura una revolución? Es más, nos lleva a cuestionarnos qué significa exactamente revolución.

Según la Real Academia de la Lengua la revolución es un “cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional». O un “levantamiento o sublevación popular”. No especifica el tiempo que dura una revolución, pero es difícil entender que un país se mantenga en continuo cambio profundo revolucionario por 62 años. Se podría pensar que ese cambio se da mientras se logre que el poder pase del gobierno que lo motivó, al que le podía dar una mejor condición de vida a sus habitantes. En ese momento ya dejaría de ser una revolución e iniciaría un nuevo gobierno.

En el caso de Cuba, se podría pensar que la revolución se dio desde 1958, fecha en que se hicieron las escaramuzas y actividades para derrocar a Batista, hasta el primero de enero de 1959, día en que Castro accedió al poder. Como dato curioso, se hizo con gran influencia y aprovechamiento de los medios, que en ese momento eran la radio y la televisión, ya que Cuba era uno de los países con más aparatos de esas tecnologías en Latinoamérica, lo que permitió difundir muy rápidamente la información de lo que iba sucediendo en el avance de la revolución.

Ese año, y quizás su gestación en los inmediatamente anteriores, fue la revolución. Incluso se podría alargar a uno o dos años después en que el nuevo gobierno de Castro estableció un nuevo régimen y los supuestos cambios benéficos para la sociedad que motivaron la revuelta. Hasta ahí uno diría que duró la revolución cubana e inició el nuevo gobierno, con el periodo prudencial después. Una mejor sociedad, si se hubiera conformado, ha debido propender por convocar a unas elecciones con garantías para que cualquier miembro de esa sociedad pudiera ocupar la silla del Palacio de la Revolución, nombre que debía ser el primero en cambiar al asumir un gobierno democráticamente instituido. (Batista también venía de un golpe de estado). Pero como eso no se dio, tal vez contribuyó a mantener el imaginario de que la revolución continuaba indefinidamente.

Esa mejor sociedad, con un gobierno democrático, está muy lejos de haber llegado. Hoy, 62 años después, es apenas obvio que la situación no es mejor que en el momento en que era necesaria la revolución. Es más, es peor. Y si en aquel momento se necesitó una revolución para cambiar ese gobierno, ahora, en vez de estar hablando que siguen en la misma revolución, se requiere una nueva que cambie la situación actual y de una vez por todas retorne la democracia al sufrido pueblo de Cuba y a los pueblos que han seguido su pésimo ejemplo.

Cualquiera diría que pensar esto es una intromisión en los asuntos internos de otro país, pero de considerarse esto así no sería más que aplicar el principio internacional de la reciprocidad, por que esa supuesta revolución que se mantiene incólume en el tiempo, en palabras, no solo ha afectado a los cubanos, los que viven en ese país y los que les tocó vivir en el exilio producto de una de las migraciones más grandes del siglo XX, sino además a muchos países de Latinoamérica y otras latitudes.

Volviendo al tema, entonces, entre el imaginario que maneja el gobierno Cubano -por primera vez en manos diferentes a un Castro- el hecho de ser el jefe de un gobierno revolucionario va en contra del mismo idioma español, del significado de las palabras y de los procesos. La revolución la hicieron 62 años atrás, hoy es solo una dictadura más o para algunos inclusive un gobierno, pero nunca una revolución ni un gobierno revolucionario.

Es más, es ya un gobierno anquilosado y desgastado que afecta de manera extremadamente negativa a su población y a sus vecinos latinoamericanos, que respetando una malentendida autodeterminación de los pueblos permiten que en pleno siglo XXI haya personas a quienes a diario se les violan los derechos humanos y se le restringen las mínimas libertades que un ser humano necesita.

La misma proliferación de medios de comunicación en la cual eran lideres en los días de la revolución, hoy sus equivalentes, las redes sociales, están limitadas por un control del internet en la isla. Esas libertades y los derechos humanos de los cubanos deberían ser materia de máxima prioridad de parte de los organismos internacionales y llamar la atención incluso del mismo Papa como una de las obras de caridad de mayor importancia que se requieren en este momento; solo comparable con la penosa actual migración venezolana. Pero no lo ha sido para ninguna de las dos, ni los primeros, organismos liderados por tendencias políticas afines a los opresores, ni al segundo, que esta semana en contrario censo acalló la sola exclamación de ayuda que hacia un peregrino cubano con su bandera en la plaza de San Pedro, en el Vaticano.

En cuanto a la situación de Cuba y otros países como Venezuela y Nicaragua, los ciudadanos latinoamericanos no entendemos cómo perduran en el tiempo después de décadas en que una de la principales políticas de los Estados Unidos, supuestamente, es promover la democracia en el mundo. Los derechos humanos han sido la excusa para la  intromisión de los organismos internacionales en los asuntos internos de los países, pero en el mundo al revés, entre más fuerte una democracia y más libremente elegidos sus gobernantes, más logran el repudio constante de estos organismos; mientras los países más oprimidos y violatorios de los derechos humanos siguen con sus gobiernos campantes sin recibir ningún pronunciamiento, uno de ellos ¡después de 62 años de una interminable revolución!

Son muchos los intentos que se han hecho para ayudar al pueblo de Cuba, menos al de Venezuela y menos al de Nicaragua. Nada ha dado un resultado medianamente efectivo. No ha valido embargo, aislamiento,ni sanciones comerciales, que antes han sido usadas por los dictadores para crear un imaginario de ser las razones de sus precarias condiciones económicas y condiciones de vida, imaginario que coexiste con historias de corrupción, narcotráfico y cuanto abuso político se puede uno imaginar.

Gobiernos de la región prefieren por razones humanitarias albergar sus migrantes, a pesar del problema social que causan en cada país, que unidos buscar soluciones reales que permitan que estos países vuelvan a una normalidad por lo menos parecida a la de los otros países latinoamericanos con sus débiles e ineficientes democracias, pero al menos con un poco más de libertades individuales y al menos una esperanza de algún día alcanzar un desarrollo y un nivel de vida, ese si, verdaderamente humano; si logran menguar la corrupción que actualmente los corroe.

Lo primero que hay que tener claro es que la tal revolución se acabó, ya terminó, no puede durar 62 años, no se puede mantener por siempre un anacrónico discurso de revolución, en un Palacio de la Revolución con “defensores revolucionarios de la constitución” ¿Revolución de que? ¿del gobierno actual? si no ¿de quien más? De hecho, son más revolución las recientes protestas sociales que se han dado masivamente en la isla. La pregunta es ¿el gobierno actual qué está revolucionando? La respuesta es nada, más bien están necesitando ahora si una revolución o, para que sea diferente a la anterior, un cambio urgente que lleve el país a una verdadera democracia, que ya van a completar un siglo sin tenerla y que de darse sería un excelente ejemplo para países de la región como Venezuela y Nicaragua, así como adoptaron de Cuba el nefasto modelo que tienen actualmente y que afecta tan negativamente a sus ciudadanos y al vecindario.

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