Nota al lector: Éste blog cambiará de nombre próximamente. Esto no es ni una guía turística ni un manual de viajero.
¡Diablos! Necesito que las cosas se muevan, que los acontecimientos se desarrollen. Parezco sumido en una especie de hoyo temporal que me atrapa con sus tentáculos y no me deja seguir adelante. Es como si el tiempo se detuviera pero aún así sigues envejeciendo y el mundo afuera continúa latiendo en su ritmo habitual.
Me levanto y voy directo a la ducha. No quiero más de esto, me baño y me arreglo. Cuando las cosas no andan bien, los momentos más felices de tu vida se te cruzan por enfrente: El rostro de tu papás cuando eras chico, el día en que quedaste campeón de fútbol en tu último año de colegio, la primera vez que te acostaste con una mujer que te encantaba, te lanzaste de un avión con paracaídas, Tatiana y yo en una playa del Tayrona, imágenes repetidas de una vida anterior en compañía de tus amigos y de otra gente que probablemente jamás volverás a ver.
Salgo y camino hasta la calle principal en donde pasan buses que van hasta Garopaba. El próximo llega a las 11:43 a.m. Sacó el portátil de mi maleta y miro si recibe la señal del local en el que me conecté el día anterior. El calor es intenso y el sol cae tostando los adoquines. Entro a Internet viendo un mensaje de Luis Evelio Garcia en el que me indica que correrá el asado para cuando yo esté. Le digo que no lo haga, que acabo de tomar la decisión de moverme más rápido y que el sábado estaré allá. Entro a Gmail y me encuentro con Tatiana. Me pregunta cómo ando y le digo que no muy bien. Que estoy viviendo una montaña rusa que me revive todo lo malo que pasó y luego me lleva por nuestros mejores momentos. Mientras chateo intento montar la crónica en el blog del Tiempo, pero justo cuando ya lo tengo todo listo y pulso el icono final, me dice que hay un error. Maldigo. Vuelvo a intentarlo pero me bota el error de nuevo. Intento montarlo en mi propio blog con las fotos que elegí, pero por alguna razón no la publica. Maldigo tres veces. Tantiana escribe: “Estás así porque aún no has quemado los malos recuerdos”. No sé si los quiera quemar, pienso, pero no lo escribo. Los malos momentos hacen parte de la vida, no creo que deban quemarse así de fácil. ¿Por qué se lo estás poniendo tan difícil? No te das cuenta de que te está dando un consejo para tu propio bien, acaso ¿te gusta como estás? Claro que no, pero uno no puede borrar el pasado porque le hace daño, es parte de tu existencia, de la información que adquieres y sirve para desarrollar mecanismos de defensa. Si los borraras así como se borra un archivo de un computador no tendrías como ganar experiencia y todo lo que has vivido en tu vida se volvería vano.
No sé si los quiera quemar, le escribo // ¿Por qué me haces esto? // Yo no te estoy haciendo nada // esto me deja muy mal // que puedo hacer, estoy siendo sincero.
En ese momento parquea enfrente un hombre alto, flaco y narizón que se baja de un Volkwagen Passat destartalado. Es el tipo que intentó alquilarnos un cuarto en su posada hace un mes; a Tatiana no le gustó porque quedaba muy lejos de la playa. Me saluda. Deja algunas cosas en un local contiguo y camina de forma desgarbada hacia su carro.
– Oye, ¿estás esperando un bus? – me grita.
– Sí, voy a Garopaba.
– Yo voy para allá, si quieres te doy una ´carona´.
Le cuento a Tatiana. ¿Me vas a dejar aquí así? // Me toca, tengo que irme // no me dejes así // esta tarde me conecto de nuevo.
Cierro el computador lo meto en la maleta y entro al carro. El olor a humedad es brutal, el óxido se ha ido comiendo hasta los bordes de las ventanas.
– ¿Cómo te ha ido con la posada?
– Me da para sobrevivir.
– ¿Y el almacén?
– En realidad no da ganancia, pero tampoco pérdida. Hay que esperar un poco o si no lo cerramos. Lo bueno es que el dueño es amigo nuestro y el alquiler es barato. Mi esposa tiene algo que hacer ¿entiendes?
Dejamos atrás la carretera destapada y entramos a una asfaltada en la que es posible ver algunas casas de concreto a lado y lado, que parecen haber sido construidas por algún maestro de obra. Luego de un par de kilómetros es posible ver extendidos pastizales, uno después de otro, en los que se aprecian cientos de vacas rumiando, hasta que pasamos en frente de una fábrica de altas paredes blancas, en la que hay un enorme letrero en el que está escrito: Mormaii.
– Estos la tienen toda. Hacen tablas e implementos de surf que se venden en todo Brasil y afuera en el mundo. Hace años, no tanto, eran tan solo una empresa familiar que hacía tablas rústicas. Mira lo que tienen ahora.
Sus ojos vuelven a la carretera con resignación. Tiene una gran manzana de Adan que lucha el predominio con su nariz. Su rostro es huesudo así como lo son sus nudillos prominentes y largos dedos que agarran el desgastado timón.
Parquea en la calle principal de Garopaba, frente a una ferretería en la que hay algunas personas. – Hasta aquí llego – dice – debo comprar algunas cosas para seguir en el proceso de terminar la posada. Toma, te regalo este libro de crónicas que un amigo mío escribió.
Me despido y camino hacia la playa por donde termina la calle. Hay varios almacenes coloridos de diversas marcas que abren sus puertas a los pocos turistas que pasean las calles. Llego a la playa que se extiende bordeada por casas, hasta una punta que se ve del otro lado de la bahía. Un letrero rojo en letras blancas dice: “Cão na praia, não! É lei. Denuncie: 3354.0500. Multa de R$ 150.oo”.
Un tipo hace ´kitesurf’ en el mar, halado por una cometa de nylon elevada a unos 20 metros de altura, que lo lleva de un lado a otro saltando olas con su tabla, al punto de quedar suspendido por algunos segundos antes de volver a caer al agua. Bordeo la arena viendo unas montañas lejanas que cierran la bahía de cara al océano. Un yate y algunos barcos pesqueros de bajo calado anclan frente a unas casas de tejas de barro que parecen robarle espacio al mar. Balsas coloridas de pescadores con diversos nombres: “Champagne”, “Cassimile”, “Anjo Guerreiro” yacen en la arena esperando su nuevo turno de aventurarse sobre las olas. Una garza solitaria busca conchas cerca a la salida de un dique. Camino la playa hasta llegar al punto donde las casas me desvían y tomo la calle llegando hasta la ensenada de las canoas en la que una pequeña iglesia blanca se levanta sobre una loma. Del otro lado unos pescadores desenredan una atarraya mientras otro empuja una balsa playa arriba. Escalo los peldaños hasta la iglesia cuyo interior es pequeño. Tiene algunas decoraciones religiosas en madera pero es muy sencilla. Del otro lado, pasando por una estrecha puerta hay un pequeño cuarto a modo de museo, donde se exhiben algunos recortes de periódicos en la pared. Me acerco y veo una vieja foto en blanco y negro de una ballena arponeada en la playa, otras en las que aparecen miles y miles de pescados plateados atrapados en redes gigantescas, algunos hombres sacando pecho al lado de un tiburón blanco que cuelga del mástil de un barco pesquero, y una de algunas otras personas influyentes que lucen traje y sombrero, sonriendo sobre el fondo de un grupo de ballenas arponeadas, cuya sangre tiñe el alrededor. Salgo y camino por una calle de casas lujosas, subiendo por una pendiente que me deja ver la totalidad de la playa extendida sobre la población. Al fondo el ´kitesurfer´ se aprecia como una mancha que el color verde fosforescente de su cometa resalta. Pinos y otros árboles bordean la calle adoquinada que conduce a ´Praia da Vigia´ que se ve a lo lejos rodeada de grandes y elegantes casas que se asoman sobre la ladera. Camino hasta allá, topándome con un carro de policía que se viene contra mí con la intensión de arroyarme. Algunos bañistas de clase alta disfrutan del día tendidos en la playa sin ninguna otra preocupación. Parejas en su mayoría, algunas mujeres y una sola familia, cuya pequeña hija salta de un lado para otro, habitan el estrecho reducto exclusivo. Me siento en la arena y tomo algunas fotos. Sobre una loma cercana se aprecia una mansión vistosa de color ocre amarillo y café que acapara las miradas. Del otro lado, una gran casa de color blanco y diseño innovador, se erige como reina.
Camino de vuelta hasta el centro de Garopaba bajo los intensos rayos del sol, llegando hasta una plaza en donde pasa el bus a ´Praia do Rosa´. Lo espero durante 45 minutos leyendo el libro de crónicas que me regalaron, hasta que llega y me monto al lado de un hombre con un gallo entre una caja. Puedo ver su cresta roja moverse de un lado a otro por el borde de los pliegos de cartón. El bus da una vuelta antes de salir a la carretera, recorrer algunos kilómetros y entrar en cada poblado a recoger y dejar pasajeros.
Al cabo de una hora llego a ´Praia do Rosa´, me bajo y camino hacia el local en donde saludo a Flavia y me conecto a Internet de nuevo.
“No sientas esas cosas” me escribe Tatiana // estoy intentando no hacerlo // Quémalas, es en serio, no tienes por qué quedarte con lo peor de mi.
La noche se adentra mientras escribo algunos mensajes a otras personas. Luis Evelio me responde diciendo que el asado queda para el sábado y me pide que le envíe la hora en la que llego para irme a buscar en la Terminal. Continúo chateando con Tatiana al tiempo en que un nudo grande crece en mi garganta. Deberías estar escribiendo; andas muy atrasado en las crónicas. ¡Bahhh! Cállate. Estás perdiendo tiempo. ¡No me jodas!
No quiero discutir esto por Chat – le escribo // No hay otra forma // Si, pero a mi esto del Chat no me gusta, siempre termino molesto contigo // Qué triste. // Si.
Afuera el viento sopla una vez más. Las ramas de los árboles se mueven de un lado a otro pero no parece ser una señal de tormenta.
– Van a ser las ocho – me dice Flavia desde la caja.
Me tengo que ir // Otra vez me vas a dejar así // Sí, no puedo hacer nada, aquí ya me están echando.
Me desconecto, salgo y camino por la vía principal. ¡Maldita sea! Por qué no puedo tener algún momento de tranquilidad. Llego al hostal y me pido un ´prato feito´. El argentino de pelo largo está comiendo con la pareja de argentinos del otro lado. Otra pareja de extranjeros habla susurrando. Como y vuelvo a la casa bajo un cielo despejado que se aprecia en tercera dimensión mostrando la galaxia de Milky Way. Estrellas cercanas y lejanas titilan cubriendo el hemisferio entero. Veo a Orión y la constelación de Sagitario. Me detengo un rato impactado por la imagen. Sigo adelante al tiempo en que me vuelve a la cabeza lo que un amigo que vive por fuera me dijo: – Colombia ya no es mi casa. Allá viven mis papás y algunos amigos que adoro, pero ya no es mi casa. Llega un punto en que la casa de tus papás o el país en el que naciste ya no es tu casa. Es un sentimiento extraño pero pienso en ello con frecuencia; mi casa es mi esposa. No importa en dónde estemos. Debe ser producto del sentimiento de familiaridad que ella me brinda. Tu eres mi casa, le he dicho muchas veces.
Llego a la cabaña y cierro la puerta. ¡Aaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhh! ¡Puta vida! ¡Nadie me diga nada!
Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje. Espere los jueves reportajes gráficos). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com y www.brasilendosruedas.blogspot.com Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Jugos Blast, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.
Una vez que uno se mete en la historia, las crónicas lo atrapan a uno.
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Como lo comenté en la pasada publicación, dentro de poco se va a explicar dentro de una crónica qué aconteció con el proyecto inicial que suponía recorrer la costa en bicicleta y recolectar fondos para los niños con cáncer.
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Guey, mírate a ti mismo antes de hacer estos comentarios.
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Se ve que éste guey no se ha leído ninguna crónica porque sigue preguntando por la bicicleta.
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¿Y la bicicleta? ¿Y los niños con cáncer?
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¿Y la bicicleta?
Caco
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