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Me paré en el asiento y lo vi con su traje de paño oscuro, su camisa blanca y corbata roja, empuñando el micrófono con su mano derecha. Hablaba algunas cosas, pero era imposible oírlo por la gritería que se escuchaba en el salón.

 

– Me encantaría que se vieran así como yo los puedo ver. Cada raza, cada edad; todos juntos -, dijo con voz profunda, cuando los gritos agudos de los asistentes se silenciaron un poco.

 

– Que bonito ver el poder de la gente normal; gente como todos nosotros. Éste es el poder que va a generar los cambios en el país.

 

– ¡Siéénteensee! ¡Siéénteensee! ¡Siéénteensee! ¡Siéénteensee!… –, se escuchó a las personas gritando a una sola voz detrás de nosotros.

 

Nos bajamos de los asientos así como lo hicieron las personas que estaban adelante. Los organizadores les indicaron a todas las personas agrupadas en el corredor volver a sus puestos.

 

– Si tienen asientos por favor siéntense para que pueda ver las caras bonitas de las personas de atrás -, dijo Barack.

 

– Hoy alimenté a un ternero y comí malvaviscos de chocolate, aunque debo admitir que no almorcé con un emparedado de queso de Filadelfia. Lo haré la próxima vez que venga.

 

La gente lo miraba con admiración.

 

– Me han dicho: Barack, es muy temprano. Barack, eres demasiado joven y puedes intentarlo después. Yo les he respondido: ¡No! Creo que hay una urgencia inmediata en éste momento. Hemos gastado millones de Dólares peleando una guerra que no debemos pelear. Nuestro mercado está congelado y la economía se contrajo. La gente está perdiendo sus empleos, sus vidas. Aquellos que tiene un trabajo han visto que sus ingresos se estancaron. Al final del mes la gente difícilmente tiene cómo pagar sus deudas -, dijo caminando con calma con su cuerpo delgado de un lado a otro del tablado.

 

– Nuestro sistema de educación deja que millones y millones de estudiantes compitan entre ellos. Aquí en Filadelfia, miles de niños se quedan rezagados y en el futuro sólo verán una cárcel. Es por eso que no podemos esperar y me estoy postulado para la presidencia ahora.

 

– ¡Claro que sí! –, escuché que gritaba un hombre de la asistencia entre la infinidad de voces de aliento que provenían de todas partes.

 

– Creo que las personas en Norteamérica están cansadas de las mismas políticas viejas de siempre. Son las mismas políticas de intereses particulares que buscan favorecer a pocos, en vez de ser políticas que levanten al país -, dijo al tiempo en que continuaba caminando con calma de un extremo a otro de la tarima, con la cabeza erguida y el micrófono empuñado a la altura de su pecho. – Toda mi vida he sido un organizador así como ustedes lo son ahora mismo. Pienso que la gente ordinaria puede hacer cosas extraordinarias. Creo que todos nosotros, africanos, blancos, latinos, asiáticos, todos puestos juntos, podemos cambiar al país y elevar el nivel de vida de nuevo. Creo… – continuó, pero una nueva gritería no lo dejó terminar.

 

– No voy a repetir todos mis planes en éste momento, ustedes ya saben que le vamos a dar un programa de salud a todo el mundo, vamos a reinvertir el dinero en nuestras ciudades y no en la guerra, y que también vamos a invertir en energía alternativa; todos ustedes saben sobre esto: Le pondré punto final a esta guerra -, dijo moviendo su brazo hacia abajo, con el dedo índice estirado. – Vamos a asegurarnos de ayudar a los países pobres, acabar el genocidio en Darfur; cerraremos Guantánamo. Nuestro éxito dependerá de ustedes. Hemos aprendido que cada voto cuenta.

 

– Dan, voy a ver si me puedo acercar para tomarle una buena foto -, le dije. Deje mi libreta de apuntes en el asiento, me agaché y me fui en cuclillas por el corredor hasta la parte de adelante, en donde una cinta de color negro separaba el espacio del público con el de la tarima. Encendí la cámara y le tomé una foto con flash a un metro y medio de distancia.

 

– Voy a contarles un cuento que nos ocurrió… – escuché que decía, mientras me concentraba en tomarle una buena foto, viéndolo caminar de nuevo hacia mi lado en la tarima.

 

– No puedes estar acá -, me dijo una joven de unos veinticinco años que tenía una candonga dorada que salía por sus su fosas nasales.

 

– Voy a escribir una crónica para un periódico en Colombia y no he podido tomarle una

buena foto. ¿La quieres tomar tú? Toma mi cámara -, le dije estirando mi brazo, sintiendo un dolor en mis muslos por la posición incómoda en la que estaba.

 

– Está bien, quédate acá – me dijo.

 

Me arrodillé, volví a apuntarle a Obama y esperé a que se acercara del otro lado. Caminó con calma concentrado en el cuento que estaba echando. Se detuvo por un momento frente a mí y empecé a tomarle fotos repetitivas, viendo que en todas salían pequeños círculos claros que denotaban la carencia de luz.

 

¡Mierda! Una sola buena foto eso es lo único que pido, me dije cuando se volteó y caminó de vuelta hacia el otro extremo de la tarima. Caí en cuenta que era bien delgado. Sus movimientos calmos y bien medidos lo hacían ver elegante. Continuaba contando su anécdota con un tono anecdótico.

 

La joven con la candonga en la nariz volvió con mi libreta de anotaciones. – Necesitas esto ¿no? -, me dijo dejándola en el piso al lado de mis rodillas.

 

Hice unos nuevos intentos de tomar una buena foto, pero todos parecían infructuosos. Se paró en la mitad de la tarima y aproveché para tomarme una en la que saliera él de fondo. Una señora afro-americana arrodillada en el piso diagonal a mí, me indicó que le diera la cámara. Sonreí y vi el flash encendido al tiempo en que escuché a Obama diciendo: – Fired up! Fired up! Fired up!

 

– Espérate te tomo otra -, me dijo la señora. Midió la foto en medio de una gritería del público que le respondía: – Ready to go! Ready to go!

 

– ¡Ayy no! Esa señora se paró tapándolo – me indicó, pasándome la cámara al tiempo en que Barack gritaba de nuevo: – Fired up! Fired up! Fired up! -, y todo el público de pié le respondía: – Ready to go! Ready to go!

 

Recogí mi libreta del piso, me levanté y lo vi pasándole el micrófono a otra persona. Se acercó al extremo donde yo estaba, lo encuadré con la cámara, iba a tomar una foto pero la pantalla de mi cámara se tornó azul y apareció un letrero rojo que indicaba: “Batería descargada”. 

 

– ¡Maldita sea! -, grite al ver que se acercaba saludando a las personas que me rodeaban.

 

– ¡Eduardo! –, escuché que llamaban por detrás. Me volteé, era Dan, tenía su cámara en la mano.

 

– ¡Dámela! ¡Dámela! Se me acabó la pila -, le dije. En un rápido movimiento la prendió deslizándola de su mano a la mía. La dirigí hacia Barack y empecé a tomarle fotos.

 

– No puedo saludarlos a todos -, dijo cuando estaba diagonal a mi y le daba la mano a varias personas. Le puse la cámara en la cara y le tomé una foto a escasos centímetros. Le tomé otra mientras él estrechaba otra mano y una horda de personas nos empujaban desde atrás. Apretó otra mano justo enfrente de mí, la movió hacia la izquierda y nuestros brazos se chocaron. Le disparé una nueva foto en la cara, era más bajito que yo y los rasgos de su cara eran bien marcados. Podía tirarme a abrazarlo o pegarle un puño, eso le daría la vuelta al mundo. Apreté el disparador y tomé otra foto. Lo vi alejarse estrechando la mano de otros voluntarios ubicados en la primera fila.

 

– Tomé varias fotos -, le dije a Dan.

 

– Si vi. Él me dio la mano -, respondió.

 

– Pude haberle pegado un puño -, le dije mientras caminábamos por el pasillo hacia la puerta del salón.

 

– ¿Por qué habrías hecho eso?

 

– No quiere aceptar el Tratado de Libre Comercio con Colombia. Eso hubiera llamado su atención.

 

– Y tú serías deportado mañana mismo a tu país. Él no va a apoyar el TLC porque aquí la gente tiene miedo de que esos tratados les hagan perder sus trabajos. Apoyarlo no sería una movida popular para él.

 

La organizadora con la candonga en la nariz estaba cerca de la puerta de salida.

 

– Oye, gracias por dejarme quedar adelante -, le dije viendo sus ojos verdes, su cara de nariz delgada y piel cobriza. Vestía una camisa roja y unos jeans desgastados.

 

– Gracias a ti, tienes que enviarme la crónica, – me dijo. – Ven te doy mi correo electrónico. Le pasé mi libreta de anotaciones. No pude frenarme de mirar su escote mientras lo anotaba. Algunos pelos delgados se resaltaban en medio de sus pechos. – No se te olvide enviármela -, me dijo sonriendo.

 

– Claro que no -, le respondí. – ¿De dónde eres? -, le pregunté al leer su nombre eslavo.

 

– Yo nací aquí pero mis papás son de Rusia.

 

Nos despedimos y salimos del salón, viendo al enorme hall de mármol del Centro de Convenciones.

 

– Viste que tenía pelos en las tetas -, le dije a Dan.

 

– Sí vi, te iba a comentar lo mismo.

 

– Puede ser erótico si se le mira de cierta manera, ¿no?

 

– ¡Estás putamente loco!

 

Bajamos por las escaleras, salimos al hall y tomamos el corredor entapetado que conducía a la salida principal por Arch.

 

– ¿Dan, cuál fue el cuento que Barack echó al final?

 

– Contó que estaba hace un año en un pueblo en Carolina del Sur, teniendo un muy mal día. Llovía y una pésima historia suya se había publicado en el New York Times. Fueron a una reunión política en una finca. Se presentó y se dio cuenta de que sólo había 20 personas y todas tenían la cara larga. Empezó a hablarles sin mucho entusiasmo pero de un momento a otro escuchó una voz desde atrás que decía: Fired up! Fired up! Fired up! Dijo que se volteó y vio a una señora de unos sesenta años vestida con un traje dominguero. Ella lo señaló con el dedo al tiempo en que seguía gritando: Fired up! Fired up! Fired up! Ready to go! Ready to go! Resultó ser que esta señora era de la casa de gobierno y además una detective privada. Barack se dio cuenta de que lo estaba opacando, todo el mundo la miraba en vez de mirarlo a él. Su equipo de trabajo y él, estaban tan confundidos, que empezaron a gritar con ella y a ponerse Fired up and Ready to go! Así es como debemos estar todos señaló él: ¡Activados y listos para la acción! La historia es algo así -, dijo Dan.

 

 

Lea la crónica: De cara a Hillary Clinton en www.eltiempo.com/participacion/escarabajomayor

 

Vea más fotos en www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com

 

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Mi nombre es Eduardo Bechara Navratilova. Escribo como acto liberador que me ayuda a escapar del mundo, así termine volviendo a él. Me sirve para entender mis propios actos, aunque admito que acabo con más preguntas que respuestas. Tengo defectos despreciables, que dejaré al lector descubrir por si mismo. Detesto los trancones, las modelos y hacer fila en los bancos. Me gusta el fútbol y la rumba, me gusta la gente que persiste. Tengo los títulos de derecho (1999) y literatura (2005) en la Universidad de los Andes. La novia del torero, Editorial La Serpiente Emplumada (2002) y Unos duermen, otros no, Editorial Escarabajo (2006), son mis dos novelas publicadas. No tengo un peso en el banco, pero me he recorrido medio mundo en viajes. El ser humano y su comportamiento son mi tema de fondo.

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