La música orquestada suena cada vez con más fuerza, el protagonista levanta su mirada al infinito y ve la inmensa amenaza que se dirige con velocidad hacia él y sus acompañantes. En este momento de inmensa angustia tiene la lucidez necesaria para decir: «Que Dios se apiade de nuestras almas» mientras abraza al más vulnerable de su grupo y salta fuera del alcance de aquello que termina exterminando a todos los demás.
Esta escena no proviene de una película en particular, pero estoy seguro de que para muchos sonará conocida, pues hace parte del clímax de alguna película de un subgénero que a mí, particularmente, me parece un poco odioso: Las películas de desastre, un tema que la industria del cine ha recuperado con fuerza en los últimos tiempos (sospecho que por su espectacularidad que lo hace propicio para ser explotado, literalmente, en 3D).
Estamos en 2012, un año que Hollywood hizo famoso en su película «2012», en la que expandieron la idea de que las teorías Mayas vaticinaban el fin de nuestros tiempos (frase con la que se ha vendido de todo este año). En mi vida he sobrevivido a más de cinco apocalipsis, algunos tan famosos como el Y2K del 2000 sobre el que también se hicieron toda clase de películas.
Desde sus primeras décadas, Hollywood ha disfrutado destruyendo el mundo en películas de gran presupuesto usando como excusa ciclones, inundaciones, erupciones volcánicas, invasiones extraterrestres o alguna catástrofe ocasionada por la torpeza humana como cataclismos nucleares o creación de seres mutantes.
Toda película tiene tres grandes ingredientes: Una situación, una acción (conflicto) y unos personajes. Las buenas historias giran alrededor de uno de los tres, sin descuidar los otros dos. En las películas de desastres rara vez recordamos los personajes protagónicos y muchos de los secundarios sólo aparecen en la trama como parte de una lista de espera para morir. El conflicto es simple: Hay que escapar de la amenaza y el héroe tiene que ejecutar un plan brillante y temerario para evadir la tragedia y salvar a los suyos. El epicentro de todas las catástrofes es Nueva York aunque, en algunos casos, se le da dimensión global, mencionando que también afecta a ciudades como Moscú, Tokyo o Berlín; pero Nueva York es la «Gran Manzana».
Estas películas son la exaltación de los efectos especiales en detrimento de la historia, por eso son tan deseadas por la industria, pues les permiten probar sus últimos juguetes para generar un efecto devastador en el público que luego será superado con un mensaje de esperanza al ver que el héroe al final salva la situación. Todo esto no me molestaría tanto si el mensaje no fuera usualmente un gran panfleto afirmando que «el país de las oportunidades nunca será derrotado por nada ni nadie».
La vida real nos ha demostrado siempre que supera a Hollywood: Las imágenes del tsunami en Indonesia, el terremoto de Chile, las crisis radioactivas en URSS y Japón y hasta el crudo invierno que nos azotó el año pasado superan con creces las más «espectaculares» imágenes de desastre generadas minuciosamente por un software de computador en alguno de los estudios de Hollywood. De todas formas, como en el cine, el mundo se estremece más con las imágenes de Times Square y Manhatan inundados bajo el efecto devastador de Sandy (que, a propósito, también causó estragos en otros países). Cuando prendo el tv un domingo en la tarde y me encuentro con una de estas películas, sólo atino a decir: «Que Dios se apiade de nuestras almas».
Espere en la próxima entrega: ¿Como le fue al cine colombiano en 2012?
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películas de desastres mis favoritas, se da uno cuenta de la vulnerabilidad de la humanidad frente a cualquier fenómeno que lo amenace y siento que somo lo mas débil físicamente que existe en este planeta.
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