Frank Underwood nos mira, directamente, a los ojos, para decirnos: «Quizás crean que soy un hipócrita. Pues deberían hacerlo». Sentados cómodamente en nuestra silla nos sentimos interpelados, convocados, casi cómplices, de este famoso personaje de ficción que ha descubierto que estamos allí, que lo vemos y al parecer él nos ve.
El cine es un placer para la mirada, el placer de mirar sin ser mirado, el placer del voyeurista que puede acceder hasta los territorios más íntimos de los personajes sin que estos se percaten de nuestra presencia. Desde el teatro clásico se acuñó el término de «Cuarta pared» al recurso dramático de presentar un escenario con tres paredes en el cual la cuarta es invisible y corresponde al lugar en donde se sienta el público. En el cine, autores como Edward Dmytryk plantearon la invisibilidad de la cámara como un recurso fundamental para encubrir el artificio de la ficción cinematográfica, porque en el fondo todos sabemos que la realidad del cine es ficticia, pero queremos creer que no lo es.
El teatro contemporáneo (y las vanguardias desde hace décadas) ha trasgredido en múltiples ocasiones el recurso de la cuarta pared, buscando que el público se involucre con la trama, participe activamente y, en los casos más osados, sea un constructor de la obra misma y su sentido. Cada vez son más frecuentes las propuestas que ponen al público en medio de la escena y en donde la acción no ocurre al frente sino alrededor. En estas propuestas se busca que el espectador no sienta distancia frente a la obra, no se sienta un simple observador de un espectáculo sino parte de una experiencia inmersiva.
En el cine, la cuarta pared suele estar presente y ayuda al código común entre director y espectadores que permite que sintamos que no estamos viendo una obra sino presenciando el desarrollo de una historia desde un lugar privilegiado. Cuando el actor se ubica frente a la cámara y nos habla directamente a nosotros (no a otro actor, porque eso sería cámara subjetiva), reconocemos nuestro lugar en la historia y establecemos un tipo de vínculo distinto con los personajes. Este recurso narrativo es sumamente arriesgado, porque puede generar que el espectador se salga completamente de la historia y se desconecte desconcertado al «descubrir el truco» o, por el contrario, que se involucre definitivamente con la trama al lograr cierto nivel de intimidad con los personajes.
Así, cuando Frank Underwood nos habla mirándonos a los ojos, deposita en nosotros una información que nos hace sus confidentes y nos pone en un nivel de información superior al que tienen los demás personajes. Podemos amarlo u odiarlo, pero sin duda podríamos llegar a entenderlo mejor que sus personas más allegadas.
Quizás el primer sorprendente caso de ruptura de la cuarta pared sea la película The big swallow (James Williamson, 1901) en donde un hambriento hombre «devora» la cámara, con operador y todo. Este brillante experimento, hecho por uno de los principales directores de la llamada «Escuela de Brighton», demostró que el espectador puede llegar a reconocer que la cámara existe y que los personajes pueden hablarle directamente. Ya en 1895, en la primera proyección de cine de la historia, los Hermanos Lumiere presentaron La llegada del tren a la estación de Ciotat y habían demostrado, sin quererlo, que los límites del encuadre pueden romperse en el concepto del «fuera de campo» cuando los espectadores se asustaron al pensar que el tren saldría de la pantalla.
La cuarta pared es invisible pero existe, por eso tomar el riesgo de romperla para evidenciar el truco y entrar en complicidad con el espectador, tanto con fines dramáticos como cómicos, puede ser una apuesta efectiva si se hace bien. Desde las comedias de Mel Brooks en donde se pone en evidencia la cámara más allá del set o la película que aun se está filmando (ver video), pasando por personajes de comics como Deadpool que desde las páginas o la pantalla «conversan» con el espectador, hasta intimidantes miradas como las de Anthony Perkins (Psicosis) o Hannibal Lecter (El silencio de los inocentes); la cuarta pared está allí presente para que al romperla se note y genere reacciones.
Entre el público y la obra la distancia se acorta. Una buena historia nos puede llevar a la reflexión, a las lágrimas o a la indignación. Durante el tiempo que dura la película, no somos conscientes de que estamos solo viendo luces sobre una pantalla, la ilusión permite que sintamos que hay una historia que podemos ver pero, al mismo tiempo, nos estamos mirando en un espejo en el que aprendemos tanto de los personajes como de nosotros mismos.
Comparto con ustedes un interesante video realizado por Leigh Singer, en donde aparecen varios ejemplos de películas en las que se rompe la cuarta pared.
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Próximo post: Cinéfilos vs Seriéfilos
Para ver más textos sobre cine y cultura, visita Jerónimo Rivera Presenta
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