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Alejandro Salas Durán, Andrea Cárdenas y Luis Vargas Peña jamás se han visto en sus vidas. No viven en el mismo departamento. Ninguno de ellos tiene, siquiera, la misma edad. Alejandro tiene 17; Andrea 18 y Luis apenas 16. Los tres tienen gustos distintos y diferentes expectativas sobre lo que desean ser como profesionales: el primero quiere ser ingeniero; ella sueña con ser médica y el tercero aún no se decide. Pero los tres, desde el viernes pasado, tienen algo en común: obtuvieron el puntaje perfecto en las pruebas Saber 11, que evalúan el desempeño académico de los estudiantes que están próximos a graduarse del bachillerato

Y mientras que el presidente Iván Duque, ministros, gobernadores, alcaldes y rectores de planteles educativos hacen públicas las felicitaciones y el orgullo por tener a tres estudiantes con tan grandes quilates académicos –en el caso de Alejandro, en Barranquilla, la empresa Tecnoglass inclusive le informó sobre su decisión de apoyarlo en la carrera que desea estudiar-, una manada de compatriotas (sí, propios colombianos) se ha dedicado en las redes sociales no solo a demeritar el logro de los jóvenes, sino afirmar que “hay algo oscuro en ello”.

Es increíble como 24 horas después de conocerse la noticia ya el debate no era sobre las extraordinarias condiciones intelectuales de los estudiantes y su ejemplar preparación, sino sobre de qué forma pudieron los tres hacerle trampa al sistema.

Los comentarios perversos en Twitter sobre un hecho que debería enorgullecernos y alegrarnos (más si uno de los tres es un joven descendiente de una familia campesina y para llegar al colegio del que se graduó, debía caminar 40 minutos y atravesar un río) dejan en claro –y con mayúsculas– que algo está podrido en nuestra sociedad.

Aquel viejo refrán que nos recitaban nuestros abuelos está hoy más vigente que nunca: el ladrón juzga por su condición. Y el hecho de que Colombia esté estigmatizado como uno de los países más corruptos del mundo (tal vez no el primero, pero ahí va en la pelea) hace que las buenas causas se midan con el mismo rasero con el que hasta el proceso de vacunación en el país ha estado empañado: la trampa, las mentiras y la corrupción.

Cuando escribo esta columna, repaso un tuit de alguien que se burla del éxito de los jóvenes: son seis líneas que están plagadas de errores de ortografía. Queda claro que al mediocre le duele el éxito de los otros. Que los que jamás se esfuerzan envidian con inquina el logro del que triunfa. Que al tramposo le molesta que otro llegue donde él, ni con trampa, ha podido afianzarse.

Los comentarios perversos en Twitter sobre un hecho que debería enorgullecernos y alegrarnos (más si uno de los tres es un joven descendiente de una familia campesina y para llegar al colegio del que se graduó debía caminar 40 minutos y atravesar un río) dejan en claro -con mayúsculas- que algo está podrido en nuestra sociedad.

Ya la enfermedad que nos aqueja socialmente traspasó la polarización, los odios partidistas y la intolerancia: ahora, se vuelca a las redes toda la frustración de aquellos que siempre han naufragado en el fracaso; en el anonimato y, lejanos a éxito, tratan de manchar los logros ajenos.

Sería el colmo que estos tres jóvenes tengan ahora que intentar pasar desapercibidos porque una manada de desadaptados traten de crear sobre ellos una sombra de duda a través del reconocido poder de desinformación que contienen las redes sociales.

Alejandro Salas, quien estudió en el Colegio Alexander Von Humbolt de Barranquilla, la capital del departamento del Atlántico; Andrea Lorena Cárdenas, que se graduó de bachiller en el Colegio New Cambridge de la ciudad de Floridablanca, departamento de Santander, y Luis Ángel Vargas Peña, estudiante de la Institución Educativa I.E. Yaaliakeisy en el resguardo indígena Turpial, La Victoria, municipio de Puerto López, departamento del Meta y que reside  en la vereda Leonas, nos están dando una gran lección: sí es posible ganar. Sí es posible ser el mejor. Tal vez, cuando cada uno de nosotros logremos entender eso, podremos construir un país con menos quejas y más logros. Lea aquí: ¿Quiénes son los tres del puntaje perfecto?

Sobre lo que sí es saludable reflexionar es que el triunfo de estos tres brillantes estudiantes no alcanza para tapar lo mal que históricamente estamos en cuanto a calidad de educación superior en el país. Según lo reveló un informe del Observatorio de Realidades Educativas de la Universidad, Icesi, desde 2016 los resultados nacionales están a la baja, aun cuando los resultados generales de 2020 no han sido revelados.

El informe, citado por el diario El Tiempo, concluye que  la cantidad de estudiantes que no lograron resultados óptimos en las pruebas pasó de ser el 75,1 por ciento hace cuatro años al 81,8 por ciento en las pruebas del 2019: es decir, estábamos peor que en el 2016.

Si algún día Colombia logra encontrar la ruta que le dé un decidido impulso al maltrecho sistema educativo nacional que nos tiene confinados en los últimos puestos en los rankings internacionales, entonces habrá muchos más como ellos tres, por los que también tengamos que sentirnos orgullosos.

Mientras tanto, no podemos seguir sumando puntos en la enfermedad que nos carcome como sociedad. Esa clase de puntaje perfecto con que se premia la envidia, la inquina, el odio y la intolerancia y que se esconde detrás de los trinos de una red social solo nos recuerda que las malas personas siguen ahí, naufragando en su propia mediocridad, cuya única razón de ser es poner palos en la rueda de aquel que sí tiene el talento para triunfar.

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