Mi amigo cumplió 50 años. Es comunicador social, publicista y docente desde hace más de 20, con pregrado y especializaciones universitarias. Entró en un estado que hoy llaman de depresión con pensamientos suicidas, una enfermedad que los especialistas definen dentro de sus propios códigos de estudio de la siguiente manera, dejándonos locos.
“X60 al X84. Siempre que se atienda este evento en los servicios de salud, se recomienda realizar evaluación completa del estado de salud mental con el fin de identificar probables trastornos mentales asociados (Códigos CIE-10 F00 a F99) y así mismo, otras circunstancias psicosociales que en buena parte de los casos también se encuentran presentes (Códigos CIE-10 Z55 a Z65), los cuales deben ser consignados como diagnósticos relacionados en el Registro Individual de Prestación de Servicios de Salud”. Pero es una realidad.
“Además del deseo de morir, implica la elaboración de un plan para realizar el acto suicida, identificando métodos, lugares, momentos, la consecución de insumos para hacerlo, elaborar notas o mensajes de despedida, lo cual implica un alto riesgo de pasar al intento”.
Mi amigo ignora todo este procedimiento y diagnóstico que hoy la ciencia identifica a quienes se deprimen y piensan en el suicidio. Debe ser por eso que sigue sintiendo que está deprimido y que quiere quitarse la vida.
Según él, no encuentra en el campo docente los espacios que antes tenía en las universidades, las clases magistrales para enseñar las teorías de Leo Burnet, Philip Kloter o Enric Nel, entre otros.
En este estado encontró a un hombre en condición de habitabilidad de calle que piensa igual que él: quitarse la vida, no tiene un techo dónde vivir, tiene solo el día y la noche, se encuentra enfermo, no tiene familia, duerme en cualquier calle de Bogotá, no ha tenido acceso a la educación, a la academia, tiene la misma edad de mi amigo, 50 años, pero como dice él, “mal vividos”.
Él quiere morir con un pensamiento altruista: pide y repite que quiere la eutanasia, para morir tranquila y dignamente, según su pensamiento, a diferencia de mi amigo que piensa quitarse a la vida oprimiendo un gatillo o lanzándose de un sitio que no tiene claro.
Son dos casos de una misma realidad: la depresión con ideas de muerte, detrás de la cual hay un problema de fondo según los estudios: alteraciones emocionales, abuso de alcohol y otras sustancias, el aislamiento social, la desesperanza, las autolesiones, todos estos signos de alarma.
En los últimos diez años, Medicina Legal registró 2.350 casos de suicidio en Colombia, cifra no exacta porque muchas familias ocultan la causa de la muerte. Los análisis del Instituto indican que por cada 10 homicidios que ocurrieron, dos fueron suicidios.
«La vida no merece la pena, estoy cansado de luchar, quiero terminar con todo, pronto dejaré de ser una carga, a quién le hago falta, a veces quisiera no volver a despertarme, podría morir ahora y nadie se daría cuenta, ya no puedo más, cada día veo mi final más cerca, el mundo seguirá girando sin mí, empiezo a estar mal otra vez, estoy en el infierno, soy una carga para todos, ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche, yo demasiado impaciente, me voy antes de aquí».
Si los dos siguen repitiendo la misma frase, seguramente lo van a cumplir.
Hay que buscar ayuda para salir del infierno de la tristeza persistente, la pérdida de interés en las actividades con las que normalmente se disfruta y la incapacidad para llevar a cabo las actividades, los sueños y las esperanzas de vivir.
Esta enfermedad ronda en todos los hogares colombianos. Por lo menos en cada hogar del país una persona ha pensado en suicidarse y muchas a esta hora se encuentran deprimidas. La Asociación Colombiana de Psiquiatría indica que solo uno de cada 10 colombianos con depresión recibe tratamiento adecuado. La mayoría de los colombianos requieren de atención urgente de la salud mental.
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