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Como saben, hice el firme propósito de reseñar más producciones colombianas en este espacio. Ya me enfrenté a tres de ellas, así que lo seguiré haciendo conforme salgan a la luz.

Pálpito: las segundas oportunidades

En 1967, el doctor Christian Barnard pasó a la historia por llevar a cabo con éxito el primer trasplante de corazón en el mundo. Antes y después de ese momento científico la creencia relacionada con recibir un órgano de una persona desconocida era como prolongar su existencia en un nuevo cuerpo. Esta premisa ha alimentado numerosas fantasías en el cine y la televisión en el menospreciado arte de las segundas oportunidades. Producciones como ‘Return To Me’ (2000) o “El Corazón de un Extraño” (2002) parte de una idea romántica, que también llegó a las telenovelas, como el caso de la curiosa telenovela mexicana “Velo de Novia” (2003). Podemos afirmar que es un lugar común narrativo

Pálpito - Imagen Netflix

En esa medida, Pálpito (2022), dentro de la oferta de telenovelas de Netflix no lo hace mal. Una pareja feliz sufre un accidente y en medio de una enredosa trama delictiva de tráfico de órganos dos hombres se verán enfrentados por estar con una mujer que reúne lo mejor del pasado de ambos protagonistas. En mi concepto, esta telenovela corta creada por CMO producciones saca a relucir su mejor baza y el libreto es de Leonardo Padrón, escritor venezolano que he seguido desde finales del siglo XX por producciones como “Contra Viento y Marea” o “El País de las Mujeres”. Recientemente él estuvo a cargo de “Amar a muerte” (2019), una especie de versión de la telenovela de Julio Jiménez “En Cuerpo Ajeno” y de Rubí (2020) la clásica telenovela mexicana en formato serie para el proyecto Fábrica de Sueños de Televisa.

Con todas las críticas que se les puedan a hacer a estas últimas la verdad es que en esta ocasión el producto ha salido mejor de lo que esperaba. Además, acude a protagonistas bastante reconocibles como Michel Brown y Ana Lucía Domínguez (Pasión de Gavilanes) como atractivo para seguir la trama. Un viejo gancho de la industria.

Entonces ¿qué no termina de cuajar? Si bien está muy resuelto el conflicto romántico, lo que cojea es el otro móvil del argumento: el tráfico de órganos. Una problemática ampliamente documentada acá se usa con cierto capricho en medio de una contienda electoral que aporta más bien poco a la trama. Ni hablar en cuanto a la rigurosidad sobre el tema que plantea: los procedimientos, la legislación y los sustentos científicos de sus teorías, que bien pudieron esforzarse en apegarse un poco más a la realidad, aunque eso implique que se les desbarate la trama propuesta. CMO ya incursionó con «Correo de Inocentes» en un delito que atenta contra la libertad humana, así que no le resultaba desconocido el panorama con Pálpito. Si cedió más a la fantasía para favorecer el argumento, entonces mejor darle un acabado de ciencia-ficción en un futuro sin normas y seguro todo sería más comprensible.

Si ha gustado al público creo que es más por su estructura de telenovela convencional, aunque me resulta complejo establecer si debe ser necesario que “eduque”, como lo afirma el crítico mexicano Álvaro Cueva en su columna. Desde luego, hay un mensaje de fondo sobre el fenómeno, pero de ahí a que te den cátedra moral del tipo “esto es lo que no hay que hacer”, pues es endilgarle a las telenovelas una función que no necesariamente es canónica. Puedes elegir ver “Café” o “La Usurpadora” y no pelear por su nivel de realismo sobre macroeconomía o la necesidad de una doctrina que sea indispensable para nuestro desempeño en sociedad. El melodrama, para mí, es un romance con moraleja, pero realmente disfrutamos más el cómo sucede, no lo que podamos aprender de ella. Que aumente o disminuya la infidelidad o el maltrato hacia las mujeres no es su culpa, como no lo ha sido el mejoramiento del sistema de salud gracias a ver religiosamente Grey’s Anatomy. Que las grandes producciones cuiden lo que dicen es importante, pero tampoco juzgarlas como si lo que dicen son verdades a rajatabla.

Las heroínas mágicas que trae “Las Villamizar”

Quiero entender el origen de este concepto: una serie/novela con trasfondo histórico para contar las aventuras de tres hermanas que buscan venganza por la difamación y muerte de su madre. ¿Atrevida por escenas lésbicas? Ya no estamos en 1988 cuando vimos a escondidas de los padres a Margarita Rosa y Amparo Grisales besarse con el torso desnudo. Que el temor a ver dos mujeres del siglo XIX compartiendo una cama sea superior a la propuesta argumental o a las actuaciones es tan cansino que no vale la pena distraerse en esos detalles. Peor si esperan causar revuelo con ello. El asunto es ¿a santo de qué deberíamos ver Las Villamizar? ¿Sintonizarnos con una sororidad en clave independentista? ¿Disfrutar sus escenas de pelea en cámara lenta?

Nuestro país sí que está curtido en contar relatos de nación que abarcan todos los gustos: desde la recitación más parca hasta las puestas en escena con todos los recursos posibles. El meollo del asunto es si el afán educativo comulga con el melodrama y cómo nos comemos eso. Pues bien, para mi gusto esta historia me parece inofensiva, acude a suficientes lugares comunes para no molestar y se puede dejar aparcada porque no te da vueltas la cabeza. Quizá no es una Gentleman Jack, más arriesgada por su honestidad, pero como se trata de “la telenovela para adultos” prefiero repetirme Corazón Salvaje o Amor Real: ficciones con una base histórica cuya aspiración es el romance más recalcitrante. Punto. Ya estuvo bueno de mezclar la verdad histórica con valores actuales en busca de un sello “premium” que nadie nota.

Día de la Niñez y el Frailejón Ernesto Pérez

Entre 1994 y 1998 seguí hasta donde pude La Brújula Mágica, uno de los programas infantiles más entrañables de la televisión colombiana. Televisión pública. No sé si sería exitoso hoy, pero su ilimitado ingenio cautivó a buena parte de mi generación. Ahora bien, si somos tan buenos creando espacios de edu-entretenimiento para la infancia y la juventud ¿qué nos pasó en el siglo XXI? ¿Necesitamos la viralidad y las redes sociales para promover discursos asociados al cuidado del medioambiente? He visto pasar decenas de programas buenos y triunfadores en premios pero que no se quedaron en la memoria del público. Eso cambió con «Cuentitos Mágicos», un programa que se viene emitiendo desde el 2018, producción colombiana, pública, que podría ignorarse como las demás. Pero su endiablado estribillo y la ingenuidad de un frailejón animado nos metió de lleno en el mundo de los ecosistemas de páramo, su importancia en la conservación de las fuentes hídricas y, casi, casi, en un fenómeno pop, quizá comparable con el éxito de la primera etapa de la serie chilena 31 minutos. Por ese motivo ya ha hecho mucho más que todos los programas infantiles de la década pasada. Es una lección más de que acá se pueden hacer productos con suficiente tela para llevar mensaje como para incorporarse a la cultura popular. La televisión privada abandonó ese barco hace mucho tiempo y es un enigma por qué no le interesa subirse de nuevo a él. Pero el Frailejón Ernesto Pérez ya es uno de los personajes del año. Así su cuarto de hora se acabe pronto ya es un hito y eso le basta y sobra. Hay que seguir explorando en la televisión pública.

juanchopara@gmail.com

www.juanchoparada.com

@juanchoparada

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